Algunas de las mejores vistas se obtienen desde el aire. Desde un avión, desde un globo aerostático, tirándote de una tirolesa o cruzando un puente colgante. A veces van acompañadas de un riesgo y adrenalina, pero brindan una perspectiva fuera de lo común al dejar en evidencia la imponencia y belleza de un paisaje.
En algunos de los pueblos mágicos de México existen, precisamente, puentes colgantes que brindan panorámicas dignas de fotografía en medio de la naturaleza o en sitios históricos. Hagamos un recorrido para encontrar algunas de las mejores estructuras suspendidas en el aire.
Nuestro viaje comienza en la Sierra Norte de Puebla. Rodeado de cerros forrados de bosques que se llenan de espesa niebla y se bañan de lluvia, el pueblo mágico de Tlatlauquitepec cuenta con un hermoso puente colgante.
Emplazado en el Cerro Cabezón, se alza el también llamado puente tibetano de 150 metros de largo por 60 de altura. De fondo, podrás observar la sierra y debajo de tus pies la ladera de esta montaña de roca caliza. En ciertos días del año, hay recorridos nocturnos y la estructura se ilumina con cientos de foquitos.
Cruzarlo tiene un costo de $100 pesos. El pago incluye equipo de seguridad para el recorrido. Solo recibe visitas los sábados y domingos de las 11:00 a.m. a las 5:20 p.m.
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Nos movemos hasta el norte del país, a la zona semidesértica de Durango. Hacemos parada en el pueblo mágico de Mapimí, reconocido por su historia minera desde tiempos de la Conquista.
En las afueras está Ojuela, un poblado abandonado pero que fue sede de la importante mina Santa Rita. En 1892, la compañía minera Peñoles la adquirió y, para movilizar el mineral entre ambos puntos, construyeron un puente colgante de madera y hierro sobre un barranco. Mide 336 metros de largo y está a una altura de 180 metros.
En un extremo aún pueden observarse las ruinas del pueblo y de la mina. Como dato curioso: se dice que el diseño del Golden Gate de San Francisco se inspiró en esta estructura. Atravesar este puente cuesta $120 pesos por persona.
Volvemos al frío clima de la Sierra Norte poblana. Ahora, toca turno a un pueblo mágico reconocido por la elaboración de esferas artesanales. Le llaman el “pueblo de la eterna Navidad”: Chignahuapan.
Chignahuapan tiene más que decoración navideña. Está rodeado de exuberante naturaleza, cafetales y cascadas. Una de ellas es la del Salto de Quetzalapan, de unos 200 metros de altura. Ahí mismo está el Centro Ecoturístico Salto de Quetzalapan, y uno de sus atractivos es un puente colgante hecho con cuerdas. Mide 120 metros de longitud y pasa por encima de esta imponente caída de agua.
La entrada al parque cuesta $50 pesos por persona. La actividad del puente tiene una tarifa de $100 pesos.
Es turno de Jalisco, cerca del Lago de Chapala, el más grande de México. Sobre las montañas de la Sierra del Tigre se encuentra el tranquilo y pintoresco pueblo mágico de Mazamitla, privilegiado por sus hermosos paisajes, actividades de aventura, callecitas empedradas y casitas antiguas con techos de teja roja.
A 15 minutos de su centro histórico, en plena montaña, está el Parque Ecológico Mundo Aventura. Además de tirolesas, gotcha, paseos en rzr y más actividades, tiene un gigantesco puente colgante de 350 metros de largo por 150 de alto, con vistas hermosas a los cerros y bosques que lo rodean.
La entrada al parque tiene un costo de $20 pesos por persona, mientras que la tarifa para cruzar el puente es de $150 pesos.
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Volvemos a la Sierra Norte de Puebla, precisamente a la entrada de la región del Totonacapan. Entre bosques de clima semicálido, barrancas y ríos, se “esconde” el pueblo mágico de Pahuatlán, famoso por su legado totonaca, la danza de los voladores y la elaboración artesanal de papel amate.
A las afueras, sobre el paso del río Pahuatitla, hace más de 50 años se construyó el puente colgante Miguel Hidalgo y Costilla, con el fin de comunicar Pahuatlán con la localidad de Xolotla. Esta rústica estructura de madera mide 60 metros de largo y se levanta a 36 metros de altura, brindando panorámicas del bosque y de las aguas cristalinas que fluyen debajo de él, creando pozas donde se puede nadar en verano.
Al ser un medio de conexión entre dos pueblos, cruzarlo no tiene costo.
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