Uno de los movimientos más sorpresivos de este año en la NFL fue el acuerdo entre los Jets de Nueva York y los Packers de Green Bay por el quarterback Aaron Rodgers, quien —desde 2020— tenía a la directiva de los Cabezas de Queso en vilo, debido a que amagaba con dejar la franquicia.
Finalmente, la gerencia decidió que era el momento de dejar ir a la leyenda de Green Bay y dar paso a una nueva generación; por su parte, los Jets consiguieron la pieza que faltaba en su esquema ofensivo para aspirar en grande este año.
Rodgers tiene la obligación de poner a los Jets en el panorama competitivo en una Conferencia Americana donde lo que abunda es la juventud y el talento en la posición de pasador.
La temporada pasada, los neoyorquinos tuvieron severos problemas en ese puesto. Ni Zach Wilson, ni Mike White, ni el veterano Joe Flacco, lograron poner orden en la ofensiva, lo que se reflejó en los resultados negativos.
La franquicia cerró con récord de 7-10 y como último lugar de la División Este, resultado que dejó un sabor amargo.
El egresado de California contará con sus tradicionales receptores Randall Cobb y Allen Lazard, pero se añaden otros talentos, como Corey Davis y Garrett Wilson.
Además, Rodgers recortó 35 millones de dólares de su salario para jugar una temporada más e intentar terminar con la sequía de los Jets, de más de 50 años sin llegar al Super Bowl.
Esta reestructuración de contrato jamás la permitió en Green Bay; al contrario, era de los mejores pagados en la NFL.