El Ocotito es un poblado que está exactamente a la mitad de Chilpancingo y Acapulco. Tiene seis mil 757 habitantes, de los cuales 20 quieren hacer historia.
Pero necesitan ayuda, y lo más pronto posible, porque se les acaba el tiempo.
El Epefut de Ocotito es una escuela de futbol que ha ganado torneos locales, regionales y nacionales. Ha jugado cerca de 30 partidos para ganar el derecho de representar a México en el ISF World School Football Championship, que se celebrará en Rabat, Marruecos, del 21 al 31 de julio.
Mas no hay dinero para acudir. Martín Pureco, su joven técnico, quiere llevar a 20 personas: 18 jugadores y dos integrantes de cuerpo técnico. Necesitan cerca de un millón de pesos para cubrir los gastos, pero no hay de dónde, sólo la esperanza de pedir y llegar hasta el mismo Presidente de la República Mexicana, Andrés Manuel López Obrador, para saber si el milagro puede ocurrir.
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El Epefut está afiliado a la Universidad Autónoma de Guerrero, que forma parte de la Federación Mexicana del Deporte Escolar.
“Ellos son los que nos dan el aval para ir al torneo. La Federación está afiliada a la Conade, pero es una federación que apenas inicia, así que no hay recursos para ellos. Ojalá, los diferentes órdenes de Gobierno nos puedan ayudar. El rector, Javier Saldaña, nos ha apoyado mucho, los padres de los muchachos han hecho colectas, la doctora Alma López Bello —directora general del INDEG— y la maestra Evelyn Salgado, gobernadora de Guerrero se nos han acercado a cumplir con la meta, y el tiempo apremia”, comparte Pureco.
Martín es egresado de la Escuela Nacional de Directores Técnicos, y tiene su centro de formación, “no sólo para crear futbolistas, sino también buenos seres humanos. Todos los integrantes son estudiantes, es uno de los requisitos de la Federación”.
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Su cancha de entrenamiento se encuentra cerca de la Autopista del Sol, esa que lleva a miles de familias a Acapulco, esa que a veces ve incidentes fuertes, que se han vuelto parte de la zona. De eso, Pureco intenta alejar a todos sus muchachos.
“Son chicos comprometidos, que dan todo por llegar a los entrenamientos. Hay uno que está a 40 minutos de la escuela y tiene que tomar aventón para llegar. A veces se sube a un camión de jitomates para poder llegar a su casa después de entrenar, y para venir le da a su amigo dinero para la gasolina”, refiere.
Otro, “y de eso me enteré hace poco, se regresa caminando a su casa cuando terminamos tarde y ya no hay camioneta que lo pueda llevar. Los chicos tienen hambre de crecer”.