Cuando en agosto de 2021, Lionel Messi era recibido por las masas en el aeropuerto de Le Bourget, aclamado como un dios la sensación era que el equipo francés entraba en otra dimensión.
"Fichamos al mejor jugador de la historia", aseguró entonces el presidente, Nasser Al-Khelaifi, que ni en sus mejores sueños podía contar con esa pieza en el puzzle de estrellas, asociado a Neymar y Kylian Mbappé.
La sensación no era la misma en la mente del jugador, que acababa de llorar su adiós al Barcelona, su club de toda la vida, en contra de su voluntad y la de toda su familia y se veía obligado a reinventarse a los 34 años.
A regañadientes aceptó la única oferta a la altura de su categoría y que, al tiempo, le permitía seguir en el máximo nivel.
El balance, dos años más tarde, cuando el jugador está a punto de jugar su último partido con el PSG, es que ni el club encontró al mito que perseguía ni el futbolista la plataforma que buscaba para seguir brillando.
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La sensación es de amargura, porque el club quería comprar el pasado del jugador en el Barça y Messi el futuro prometedor de nuevos horizontes.
En dos años, Messi no ha conseguido marcar la diferencia, no se ha ganado al público y no ha establecido con el club y con la ciudad un vínculo afectivo, el mismo que cultivó con Barcelona y que nunca se ha roto. París aparece como un adulterio a esa historia de amor.
Estos dos últimos años el argentino ha vivido emociones fuertes, pero ninguna ligada al PSG. En París, recibió en 2021 su séptimo Balón de Oro, pero sobre todo por haber ganado con Argentina la Copa América; también fue elegido mejor jugador de la FIFA al año siguiente, pero fue la respuesta a su triunfo en el Mundial de Qatar.
En el club, su hoja de servicios no da para ensalzar su paso por el Parque de los Príncipes. Los dirigentes pensaban que Messi les permitiría dar el salto definitivo en la Liga de Campeones, el único objetivo por el que respira el club.
Pero en sus dos campañas en la capital francesa, el aporte ha sido vago. Ningún gol y ninguna asistencia en los cuatro partidos de octavos de final, cuando de verdad las grandes figuras tienen que aparecer. El PSG cayó el primer año frente al Real Madrid y este contra el Bayern de Múnich.
Los mismos aficionados que le aclamaron en su llegada en aquella calurosa mañana de agosto, empezaron a cansarse de la indolencia del argentino, al que el primer año le costó decir adiós a su asentado entorno barcelonés.
Instalado durante meses en un lujoso hotel a dos pasos del Arco del Triunfo, la familia no comenzó a respirar hasta que tomó posesión de una lujosa mansión a las afueras, que se convirtió en el centro de gravedad de una parte del vestuario.
Messi empezó a adaptarse bien al club, a convertirse en un elemento discreto en el vestuario, consciente del peso que en el mismo iba tomando la figura de Mbappé, con quien fue creando una sociedad cada vez más productiva.
El francés acaparaba todos los focos mientras Messi iba a rueda, lo que le convertía, junto a Neymar, en el perfecto cabeza de turco de los fracasos.
Para entonces, toda una parte de la afición había olvidado el pasado del futbolista y considerado su fichaje como una operación de marketing sin aporte deportivo.
Las ventas de camisetas crecieron un 50 % en solo un mes y el PSG usaba su nombre como carta de presentación para elevar los contratos de patrocinio, lo que justificó ampliamente los 30 millones de euros netos de su contrato.
No tardaron en aparecer silbidos en la grada, murmullos incómodos en el Parque de los Príncipes y, como momento culminante, los insultos de un grupo de ultras a las puertas de la sede social del club.
Aunque la segunda temporada fue mejor, con 16 goles y otras tantas asistencias, la falta de vínculo estaba consumada y la ruptura parecía una evidencia.
Cuando recibió la copa mundial de manos del emir de Qatar en diciembre pasado, parecía que la aventura podía continuar. Pero el retorno a la cruda realidad fue inapelable. Un nuevo fracaso europeo y luego una sanción ejemplarizante que acabó por convencer al futbolista de que su futuro estaba lejos de París.
Consumado el divorcio, Messi buscará otro camino por el que seguir su carrera, consciente de que su huella en París no estará a la altura de su ambición ni de su currículum.