Cuando se habla de una piel luminosa , muchas personas suelen confundirla con una piel brillante pero, en realidad, son dos cosas muy diferentes. La luminosidad tiene que ver con la hidratación de la piel, es decir, con el agua que tiene nuestro cutis y, gracias a eso, es capaz de reflejar la luz, lo que la hace lucir tersa y saludable.
En cambio, el brillo es consecuencia de la grasa de la piel, que generalmente se localiza en la zona T (frente, nariz y barbilla), pero hay veces que incluso las mejillas lucen grasosas, lo que no es nada atractivo.
Establecida la diferencia, recordemos que una piel reseca tiene un aspecto apagado, se ve áspera y, en consecuencia, agrietada, porque se marcan más las líneas de expresión.
Una piel luminosa está bien hidratada, en consecuencia, luce saludable y radiante. Para conseguirla, en primer lugar tienes que beber toda al agua que tu cuerpo requiera. Esa es la base de una piel hermosa.
Ten en cuenta que cuando la piel no está suficiente limpia provoca que no se refleje la luz, haciéndola lucir apagada y sin vida. Para remediarlo, realiza cada dos semanas una suave exfoliación para eliminar las células muertas.
No olvides que la cosmética es unas de nuestras más valiosas herramientas para tener una piel luminosa , porque le aportan agua al cutis y le ayudan a retenerla. En función de tu tipo de piel, elige un crema hidratante y agrega a tu rutina de belleza un sérum, que son productos con altas concentraciones de activos, lo que hace que sean súper efectivos.
El maquillaje es otro de nuestros aliados para agregarle a nuestra piel ese efecto glow que muchas deseamos. En este caso, los iluminadores son maravillosos.
Úsalos sobre los pómulos, para estilizar el rostro; en el arco de las cejas, para que el párpado se vea visiblemente más levantado; y puente de la nariz, para una apariencia juvenil.
Si es en crema, aplica dando ligeros toques. Si es en polvo, usa una brocha y difumina perfectamente para que la piel se vea natural y evitar el efecto “plasta”.