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Ayer subí la montaña de Machu Picchu, en Perú . Se dice fácil pero me tomó cerca de tres horas y media hacer el recorrido completo de subir y bajar. Fue el cierre perfecto de mi visita a este hermoso país y, sin duda, un viaje de introspección.
Desde hace algunos años se me hizo costumbre regalarme uno o dos viajes al año en donde pudiera desconectarme de la rutina para volver a conectar conmigo misma . ¿Por qué llegué a esta conclusión? Es que cuando amas tu trabajo terminas trabajando de más. Tu cuerpo y mente se agotan. En mi caso, caí enferma y estuve dos semanas en cama con episodios de fiebre sin razón aparente.
Foto: Instagram
En otras personas, las consecuencias han sido más fatales y hay quienes, en medio de una crisis, han recurrido a la depresión o al suicidio . En la industria de la moda es común escuchar casos en los que creativos, diseñadores, estilistas y editores se retiran por unos meses para reestructurarse y replantear sus prioridades. Si algo me ha enseñado mi trabajo es que las pausas son vitales.
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Probablemente en las demás industrias pasen casos similares, pero yo les hablo desde mi experiencia propia. Siempre les he compartido lo hermosa, gratificante y retadora que es la moda, pero también lo oscuro y desgastante que puede llegar a ser el ambiente. Así que, de vez en cuando, es importante retirarse para respirar y vivir otras cosas, sin enfrascarse en lo mismo . Olvidar las siluetas de las prendas para reconocer las formas de la naturaleza; dejar de pensar qué foto subir a Instagram para enfocarse en escalar hermosas montañas. Así me podría ir con mil analogías.
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Es un escenario frívolo, sí; demandante, también; que de cierto modo te consume y terminas enfrascándote en ideas que no son tan relevantes. En las carreras creativas me parece indispensable ver, viajar, conocer, acercarse a experiencias nuevas, visitar otras culturas, darle espacio a la naturaleza. Eso alimenta tu mente y tu espíritu, y da pie a poder seguir creando de una manera más fresca e innovadora.
Antes, yo satanizaba las vacaciones y me sentía culpable por buscar un tiempo para descansar. Me quería comer el mundo en un solo bocado, pero mi cuerpo sabio me demostró que esto no es una carrera de velocidad pero sí de resistencia, y que la estabilidad y destreza solo se da con pausas necesarias.
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En la montaña reí, lloré, medité, sudé, respiré
... Fue un camino largo y empinado que disfruté como pocas cosas en la vida. La vista hacia la cima era mi recompensa constante, como si la vida misma me mostrara que, entre más suba, todo será mas bello aunque cueste más trabajo. Le agradecí constantemente a mi cuerpo por llevarme a ese lugar.
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Por momentos me sentaba a descansar, a escuchar el silencio al ritmo de los latidos de mi corazón. Por supuesto, eso no lo hago todos los días, ¡aunque debería! Y así, cuando menos lo esperaba, ya estaba en la cumbre .
Con cariño, Gina