Cómo no reconocer ese simpático hombre robusto, con sus lentes redondos y su singular moño de colores. Hoy su simpatía y su gracia nos ha abandonado, luego de haber luchado durante unas tres semanas contra el COVID-19. Alber Elbaz , quien nació en Marruecos , el 12 de junio de 1961 fue, sin lugar a dudas, uno de los diseñadores más queridos y reconocidos en el mundo de la moda .
De joven, viajó a Estados Unidos, donde comenzó su carrera como diseñador al lado de otro gran creativo, Geoffrey Beene. Poco tiempo después, fue contratado por Guy Laroche. Y, posteriormente, reemplazó a Yves Saint-Laurent para la línea de prêt-à-porter de su marca homónima en 1998.
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Pero fue en Lavin, en 2001, donde se desarrolló como uno de los diseñadores más destacados por, nada más y nada menos, darle una nueva vida a la firma francesa, con la creación de diseños sencillos y llenos de color, pensados en todas las mujeres, sin importar su edad o talla. Para él lo más importante era la perfección del corte y la confección. Podría decirse que en ese momento supo distinguirse del resto de los diseñadores de las grandes firmas de moda, siendo una persona accesible y carismática, y alejándose de los estereotipo elitista que imperaba.
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A su controvertida salida de Lanvin en la que sus empleados protestaron por la decisión de la directiva, mantuvo un perfil bajo, colaborando en proyectos con otros diseñadores y firmas de moda, y se dedicó a la docencia. Pero, recientemente decidió lanzar AZ Factory junto a Richemont, un proyecto que se desarrolló en un laboratorio creativo y cuya primera colección presentó en enero, en la que se destacaba una serie de prendas sofisticadas pero funcionales, elaboradas con textiles que se adaptaban a todas las tallas.
En un comunicado oficial, el presidente de Richemont Johann Rupert comentó: “Fue en un estado de shock y con mucha tristeza me enteré de la repentina muerte de Alber. Fue un hombre de excepcional calidez y mucho talento, y su visión tan singular, su significado, la belleza y la empatía dejarán una huella imborrable”.
Hasta siempre, Alber.