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“Nomás está copiando nuestro trabajo, lo que estamos haciendo, pero así no se vale“, dice en su casa.
Vive en San Nicolás, un empobrecido pueblo del municipio de Tenango de Doria, en el central estado mexicano de Hidalgo, enclavado en una zona de montañas habitada mayoritariamente por indígenas otomíes.
El director creativo de Carolina Herrera, el estadounidense Wes Gordon
, utilizó los pájaros y gallos rodeados de árboles y hojas sueltas que caracterizan la laboriosa técnica del bordado Tenango y los diseños de otras dos comunidades mexicanas en su última colección, llamada Resort 2020.
La colección provocó la protesta del gobierno mexicano, que le pidió a Carolina Herrera -una casa de modas neoyorquina fundada en 1980 por la icónica diseñadora venezolana del mismo nombre- una explicación sobre lo que consideró como una “apropiación” de la iconografía autóctona.
La colección “rinde homenaje a la riqueza de la cultura mexicana” y reconoce “el maravilloso y diverso trabajo artesanal” del país, argumentó Gordon, quién tomó las riendas creativas de la empresa hace un año de manos de Herrera, que tiene 80 años.
Pero Glafira y sus vecinos no aceptan esa explicación.
“La gente que viene de afuera nomás se hace rica con nuestro trabajo, con lo que estamos haciendo porque lo venden bien caro (...). Esas personas también se pueden demandar o pedir perdón“, añade Glafira, cuyo rostro se ensombrece al ver las fotografías de los vestidos de la colección Resort 2020, que se venden por miles de dólares.
La Carta Internacional de Derechos Humanos reconoce la propiedad intelectual como parte de los derechos fundamentales del hombre, y la ley federal del derecho de autor de México establece que se tienen que respetar todas las obras que se consideren de arte popular o artesanal.
La ley también ordena reconocer con una mención clara y directa a la comunidad indígena de la que proceden esas obras, en caso de usarse para crear nuevos productos.
Si bien “no hay una apropiación de los diseños“, el caso podría ameritar “una infracción en materia de comercio por haber omitido la mención de la comunidad étnica y quien tiene que demandarla es el gobierno mexicano“, dijo a la AFP la abogada experta en derechos de autor, Dafne Méndez.
La madre de Glafira, Josefina José Tavera, de 87 años, vive en la parte trasera de su casa, en un cuarto pequeño con entrada propia y piso de tierra donde el único aparato eléctrico es el foco que cuelga del techo.
Es reconocida en el pueblo como la creadora, junto con su madre, de la técnica y diseño textil Tenango.
Tavera ya no oye y su vista cada día está peor. Hace tiempo que borda poco, así que se dedica a recolectar hojas para temazcal (baño de vapor con fines medicinales), que encuentra en El Cirio, un conjunto de montañas de formas caprichosas del que regresa caminando lentamente cargando un gran bulto que cuelga de su cabeza.
“¡Si no fuera por mis manos no habría esta artesanía!”, dice molesta en su casa, donde acumula cartones de huevos que usa como sillas.
Josefina viste una blusa con un bordado delicado y diminuto de animales. La anciana y su madre fallecida se inspiraron en esas imágenes para crear el bordado que identifica a su comunidad.
Los artesanos dedican unas cinco horas diarias para tejer en seis meses un camino de mesa, y hasta un año y medio para confeccionar un mantel de seis metros, que venden en unos 65 y 250 dólares respectivamente.
El uso de los diseños de comunidades indígenas en pasarelas internacionales no son nuevos.
Zara, Mango, Isabel Marant y Rapsodia son otras marcas que han sido señalados de “apropiar” los diseños de los pueblos indígenas de México.
“Lo que tienen que hacer es que vengan directamente con nosotros. En primer lugar que sea reconocido el artesano para que otras personas sepan de dónde sale. Que nos traigan trabajo“, dice en su taller, que es también su casa, Oliver López, un joven otomí de 29 años, quien como Carolina Herrera también ha creado minivestidos con los diseños del bordado Tenango y otras prendas, pero sin el éxito de la casa de moda neoyorquina.
Otras dos piezas de la colección Resort 2020 incluyen bordados del istmo de Tehuantepec, que identifican a las mujeres de esa región del sur de México, y dos modelos más incorporan el “sarape Saltillo“, una especie de frazada de lana o algodón multicolor, similar al poncho, y que se utiliza como abrigo.