Soy hija de la educación pública de esta ciudad y de este país.

Mi padre, docente de la Secretaría de Educación Pública y único profesionista en la familia, con un gran compromiso con la educación, siempre me inculcó que la formación profesional y el conocimiento son una herramienta de cambio social fundamental y que, por ello, tenía que aprovechar al máximo cualquier espacio donde se generaran y compartieran.

Aprendí su solidaridad al observar cómo él, con su salario de maestro, compraba material y herramientas a las y los alumnos que estaban en condiciones precarias en donde impartía clases, con tal de que tuvieran la oportunidad de seguir aprendiendo.

En razón de nuestras circunstancias económicas, la educación privada nunca fue una opción para mí. Sin embargo, debido a esa semilla que sembró mi padre de tener un aprendizaje constante y al gran esfuerzo que hizo para que mi hermana y yo gozáramos de las condiciones para continuar con nuestros estudios, la educación pública y gratuita en esta ciudad fue la ruta que me permitió seguir caminando a ese horizonte.

Así llegué a la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudié mucho para poder ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria 9 Pedro de Alba. Recuerdo aquel día en que salieron los resultados de la convocatoria: mi padre compró muy temprano la Gaceta, y yo aún dormía cuando entre sueños escuché que él le dijo a mi hermana, con una voz de orgullo: “Se quedó”. De esta forma empezó mi recorrido en la UNAM, hasta que entré a la Facultad de Derecho en Ciudad Universitaria.

La UNAM siempre representó para mí esa oportunidad de seguir ilustrándome. Aprendí el conocimiento especializado propio de la abogacía, pero no sólo en las aulas, donde hay grandes profesionistas que se dedican a la docencia, sino también en los pasillos, en las islas y en cualquier espacio donde efervesce esa conciencia social y de clase, y donde, en colectivo, se construye el cambio social.

He ahí el valor agregado con el que cuenta estudiar en la UNAM: allí hay estudiantes provenientes de todo el país, de diversos contextos sociales, culturales y económicos. Dicha heterogeneidad permite crear espacios incluyentes, con opiniones plurales y pensamiento crítico, fundamentales para la evolución constante en la construcción y deconstrucción de ideas que necesita este país.

Al terminar mis estudios universitarios me di cuenta de que la UNAM siempre sería parte de mí porque, una vez dentro, invariablemente se genera un sentido de pertenencia, pero sobre todo un compromiso para devolver a la Universidad, a la ciudad y al país todo lo aprendido.

Fundación UNAM, desde hace 31 años, ha hecho posible que las personas universitarias tengan acceso a recursos y condiciones económicas y materiales para continuar sus estudios y profundizar sus saberes. Sin su gran labor, muchas alumnas y alumnos no hubieran podido materializar su educación. Particularmente, yo fui beneficiaria del programa de becas de licenciatura de alto desempeño académico y por ello sé el valor y la diferencia que hacen los diversos apoyos con los que cuenta la Universidad para impulsar la formación de su alumnado. Confío en que con su incansable trabajo continuarán ayudando a que la comunidad estudiantil pueda seguir con su preparación y alcanzar sus metas.

Directora general de Quejas y Atención Integral de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México

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