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Un día como hoy, pero en 1941, se apagó la luz de Virginia Woolf, la escritora e ícono feminista cuya presencia se erige como una de las más relevantes en el modernismo literario del siglo XX.
Célebre autora de obras maestras como "Una habitación propia", "La señora Dalloway" y "Al Faro", su genio literario floreció en el periodo de entreguerras, marcado por el final de la Primera Guerra Mundial. Además, formó parte del círculo intelectual de Bloomsbury, un distinguido grupo de pensadores británicos en las primeras décadas del siglo.
El 28 de marzo de 1941, a los 59 años, puso fin a su propia existencia, víctima de una profunda depresión. En este día, recordamos aspectos de su vida que pueden resultar desconocidos para algunos.
Educación fuera de las aulas
Al igual que otros genios de nuestra época, Woolf no frecuentó las aulas escolares. En cambio, recibió su educación directamente de sus padres en un entorno saturado de literatura. Su padre, Leslie Stephen, novelista, ensayista e historiador, y su madre, Julia Prinsep Jackson, musa para los pintores prerrafaelitas y filántropa, la introdujeron en el mundo cultural desde una edad temprana. Antes de cumplir los 7 años, Julia instruyó a Virginia en historia, francés y latín.
La pérdida de su madre y los estragos de la depresión
El fallecimiento de Julia Prinsep cuando Virginia tenía solo 13 años marcó el inicio de su batalla contra la depresión. Una década más tarde, la muerte de su padre debido al cáncer sumió a Woolf en un fuerte estado, llegando incluso a ser hospitalizada. La autora continuó con cambios de humor frecuentes que la acompañarían a lo largo de su vida.
Trastorno bipolar y el primer intento de suicidio
Se sabe que Adeline Virginia Stephen, su nombre real, padecía un trastorno bipolar caracterizado por episodios de hipomanía disfórica y depresión severa. Según la revista Mètode de la Universidad de Valencia, los períodos más agudos de su enfermedad fueron en el verano de 1895, mayo de 1904 y julio de 1913, reflejados también en su escritura.
Su primer intento de suicidio, a los 22 años en mayo de 1904, consistió en arrojarse desde una ventana, aunque no sufrió heridas graves al no ser desde una altura considerable. El 9 de septiembre de 1913, consumió cien gramos de veronal, un inductor del sueño, en su segundo intento de autolesión. Pesadillas, ataques y colapsos continuaron hasta 1915, seguidos de períodos de estabilidad hasta 1936, cuando su ánimo volvió a decaer. A pesar de los desafíos que enfrentó en su vida social debido a sus trastornos mentales, su producción literaria nunca se detuvo.
Sus relaciones amorosas
En agosto de 1912, contrajo matrimonio con Leonard Woolf, un judío con quien mantuvo una estrecha relación y cuya comunidad también incluyó en su obra. Su unión la convirtió, junto a su esposo, en objetivo de la lista de muerte de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
Por su parte, en el libro "A Virginia le gustaba Vita", publicado en 2016, Pilar Bellver explora los romances de la escritora con mujeres, centrándose en particular en su relación con la aristócrata Vita Sackville-West. Bellver señala que Vita temía involucrarse demasiado con Woolf debido a los antecedentes depresivos de esta última.
"A Vita le daba miedo tener una relación muy intensa con ella", explicó en su momento Bellver.
La carta de despedida a Leonard
Al final de su vida, Woolf comenzó a experimentar alucinaciones auditivas, preámbulo de otra crisis mental devastadora. Después de enviar cartas de despedida a Leonard y a su hermana Vanessa, decidió quitarse la vida arrojándose al río Ouse (Reino Unido) con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras. Este acto marcó su último intento de escapar del sufrimiento, poniendo fin a una vida marcada por la lucha interna.
Fragmento de la carta de Leonard
Estoy segura de que me estoy volviendo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no me recuperaré. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en cada uno de los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que apareció la terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Podrás comprobar que ni tan solo este escrito lo puedo hacer adecuadamente. No puedo leer.
Con información de AP, Redacción y Revista Métode.