Quizás pocos lectores recuerden la imponente exposición de maquinaria industrial, testimonio del “milagro alemán”, que ocupó la explanada frente a la recién construida Facultad de Derecho, cuando la Ciudad Universitaria aún no abría sus aulas. Este es uno de mis primeros recuerdos de la infancia, a los que se han sumado innumerables otros. Desde aquellos remotos tiempos, la UNAM se convirtió en mi segunda casa y no ha dejado de serlo. La UNAM ha crecido y yo crecí con ella hasta volverme, como dicen, “parte del inventario”.

Tuve la suerte de estudiar la carrera de Física en la sede original de la Facultad de Ciencias en CU, cuyas aulas generosas en isóptica fueron testigo de las lecciones de grandes maestros. Fuera del salón de clases, en los amplios pasillos, los alumnos de Física buscaban a las chicas de Biología; en el concurrido Café de Ciencias, maestros y estudiantes debatían juntos lo mismo de filosofía que de política; y a la fuente de Prometeo salíamos todos a tomar el sol. En la Torre de Ciencias, de 14 pisos, cabían los Institutos de Astronomía, Matemáticas, Geofísica, Física y Química, además de la Coordinación de Ciencias. La lentitud de los dos elevadores brindaba amplia oportunidad para la interacción de los investigadores de todas estas disciplinas. El auditorio fue sede del legendario Cine Club de Ciencias, de conferencias inolvidables, como la de Linus Pauling, doble premio Nobel, y de históricas asambleas que derivaron en la destacada participación de la Facultad en movimientos de protesta, notablemente, por ejemplo, en el de 1968.

Los cambios en la estructura curricular de 1967, cuando los cursos pasaron a ser semestrales, significaron la pérdida del concepto de “generación”; ya no se cubren materias, ahora se pagan créditos; ya no hay seriación, ahora cada alumno escoge su itinerario. Al llegar al último semestre los estudiantes no conocen a sus compañeros de aula, dejaron de existir los grupos. Aunada a estos cambios vino la desaparición del Café de Ciencias y de otros comedores. Comenzó la centrifugación de las Ciencias. Expulsados del sitio estratégico al oriente del campus central, pasamos a ocupar sendos edificios cuadrangulares en la periferia del campus, cada Instituto aparte y ahora aislados por rejas y alambradas. Vano fue nuestro intento por que se abriera una cafetería común en un sitio de fácil acceso desde todos los institutos como lugar de reencuentro. Como vana fue también nuestra batalla, durante el Congreso Universitario, por la democratización de las estructuras de gobierno y por la adecuación de las estructuras académicas para promover la interdisciplina en la docencia y en la investigación.

Ingresar a la Universidad como estudiante es un derecho que lamentablemente no se hace realidad para decenas de miles de jóvenes cada año. De los que logran ingresar, miles desertan, muchos de ellos forzadamente. Poder concluir una carrera es un privilegio. Por ello es fundamental la labor que hace Fundación UNAM para lograr que un mayor número de estudiantes pueda cumplir con sus aspiraciones. A los que hemos tenido la fortuna de seguir siendo sus miembros, la Universidad nos ha brindado un espacio ideal para el desenvolvimiento personal y profesional, para llevar adelante iniciativas y para escoger nuestras líneas de trabajo. Dentro de su tendencia conservadora, la UNAM es generosa; siempre es posible encontrar en su seno resquicios para actuar, para promover cambios que le permitan seguir siendo la Universidad de la Nación.

Investigadora del Instituto de Física y profesora de la Facultad de Ciencias

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