Quiero dedicar estas primeras líneas a expresar el profundo agradecimiento que tengo con la Universidad Nacional Autónoma de México y con la Fundación UNAM, a la cual extiendo mis felicitaciones por sus 30 años de una incesante y noble labor, impulsando la educación y el desarrollo científico en nuestro país y más allá de sus fronteras.
Soy originario de la ciudad y puerto de Acapulco, Guerrero, raíces que porto con gran orgullo y que me hacen sentir afortunado, pues pocas experiencias en la vida pueden equipararse a la de crecer en la costa, a pie del mar. Desde muy temprana edad, la pasión por el conocimiento —no necesariamente científico— me fue transmitida por mis padres y familiares. El saber, desde mi perspectiva, puede emanar tanto de las cosas y situaciones más ordinarias como de las más sofisticadas o técnicas.
En el caso de la disciplina a la que he dedicado mi vida, el derecho, es similar y eso es una cuestión que no todas las universidades en nuestro país aceptan; la Universidad Nacional es, desde luego, una de las pocas que ha promovido la reflexión jurídica más allá de sus formas tradicionales, pues la enseñanza que del derecho se ofrece en sus aulas abarca desde las perspectivas más dogmáticas hasta las más disruptivas y novedosas.
Entre los aspectos más complejos de nuestro país, sin duda, se encuentra la dinámica centralista de la vida que se ha impuesto en torno a las grandes ciudades y zonas metropolitanas, lo que ha acentuado las brechas de desigualdad y desventaja en perjuicio de quienes habitan el resto de las regiones del territorio. Los sacrificios que familias enteras se ven obligadas a realizar para que sus integrantes puedan aspirar a oportunidades educativas de calidad representan una problemática a la que se ha brindado una atención insuficiente. Por ello la relevancia de la presencia de la Universidad Nacional en casi todas las regiones del país y de la labor que realizan organizaciones como Fundación UNAM, pues permiten que saberes distintos a los que suelen regir las ciencias y las humanidades sean difundidos y valorados por su potencial, y mantienen viva la esperanza para quienes estamos convencidos de que la formación académica es una de las vías hacia el bienestar personal y colectivo.
En mi caso, cursar la maestría en Derecho en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y el doctorado en el Instituto de Investigaciones Jurídicas era, hasta hace unos años, un lejano sueño que hoy se ha vuelto realidad. Mi experiencia en la Universidad Nacional Autónoma de México me ha permitido adquirir conocimientos, experiencias y valores invaluables, pues en la Máxima Casa de Estudios hay espacio para todas las personas, sin importar su identidad u origen.
La UNAM es un bastión de la diversidad y pluralidad de nuestra nación; por ello, tanto las y los universitarios como la sociedad en general debemos velar por la defensa de su autonomía y por la garantía de su funcionamiento.