Doña Borola Tacuche de Burrón y Don Regino, su chaparro esposo y dueño de la peluquería "El rizo de oro"; sus hijos, naturales o adoptivos: Regino junior “El Tejocote”, Macuca “La Pecocha”, Fóforo Cantarranas y el perro Wilson alimentaron con sus aventuras, publicadas cada martes en "La familia Burrón", parte de la educación sentimental mexicana de la segunda mitad del siglo XX. A costa de un legado sólido —Gabriel Vargas, el creador de la historieta, ganó el Premio Nacional de Periodismo en 1983 y, dos décadas después, el Nacional de Ciencias y Artes—, los Burrón han sido falsificados cíclicamente desde hace 20 años. Se trata de piezas que se venden como originales y cuya autoría se imputa a Adriana y Graciela Vargas, nietas del caricaturista.
El primer caso se registró en 2005, “cuando se rompió la relación familiar”, dice Maira Mayola Benítez, autora de la biografía Gabriel Vargas, cronista gráfico (Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2010); aunque hay indicios de la venta de estos dibujos desde 2002.
EL UNIVERSAL publicó el 17 de junio de 2010, casi a un mes de la muerte de Vargas, que Morton Casa de Subastas adquirió 183 piezas falsas. En su momento, los dibujos se vendieron hasta en 500 mil pesos y la historiadora Guadalupe Appendini, viuda del caricaturista, tuvo que aclarar que no eran de la autoría de su esposo. “Una de sus asistentes declaró también que las piezas eran falsas”, cuenta Agustín Sánchez González, investigador y exrepresentante legal para el manejo del archivo del dibujante, a petición de Appendini.
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En 2012, otra vez, se advirtió de la circulación y venta de material plagiado. A lo largo de los años, las piezas apócrifas han sido compradas por personajes famosos, como el escultor Enrique Carbajal Sebastián, la pintora Martha Chapa, los actores Sergio Corona y Xavier López Chabelo, y el propio Carlos Monsiváis, quien “quizá tomó la compra como chunda.
No puedo hablar por Monsiváis porque no fui su amigo cercano, pero en ocasiones él jugueteaba con las cosas. Era tan barato lo que se le vendió que pudo hacerlo por solidaridad”, señala Sanchez, autor de La prehistoria de "La familia Burrón" (Secretaría de Cultura del Gobierno del DF, 2010) y Gabriel Vargas. Una historia chipocluda (Dirección de Publicaciones/Conaculta, 2010).
El 14 de octubre de 2005, el propio Vargas declaró a Reforma que las piezas que venden sus nietas son falsas. Salvo “El día del tráfico”, dibujo de la Avenida Juárez que él hizo en 1930, a los 14 años, y en el que incluyó unas 5 mil figuras. No se conservan obras originales anteriores a la década del 70, afirma Sánchez.
“Cualquiera que conozca mínimamente la obra de don Gabriel puede ver que estos dibujos son, a toda luz, falsos. No corresponden ni a la calidad ni a la estética de su trabajo.
Cuando nació "La familia Burrón", Gabriel tenía 20 años haciendo caricaturas y ya era autor de "Los Superlocos", obra fundamental. Los trazos son burdos, demasiado elementales, como para creer que los hizo el señor Vargas. Todo el archivo del tiempo que estuvo en El Sol de México desapareció; el único archivo de la familia Vargas-Appendini corresponde a cuando se fundó su editorial GyG, en 1976”, indica.
Los “seudovargas” no sólo han sido comprados por personajes famosos. Mayola recuerda que, en 2008, el señor “Filo”, amigo suyo y plomero que vendía revistas en la plaza de la Ciudadela, adquirió uno de estos dibujos: “¡Cómo pudieron sorprender así a un modesto señor! ¡Es indignante, da coraje!” Mientras que Sánchez González comenta que, en días recientes, Juan Terrazas, director del Museo de la Caricatura y Presidente de la Sociedad Mexicana de Caricaturistas, le dijo que a uno de sus conocidos le hablaron para venderle un dibujo.
Hace menos de una semana, Adriana Vargas contactó a Julio Aguilar, editor de Cultura de EL UNIVERSAL, para ofrecerle las piezas “a un precio simbólico”, dinero con el que pagaría —dijo— los gastos médicos urgentes “de la hermana de su abuelo”, internada porque tiene diabetes y perdió una pierna. Vargas detalló también que las piezas, cuyas fotos fueron enviadas por WhatsApp, formaron parte de un fichero del historietista. La compra fue declinada por el editor después de que un experto confirmara que las piezas eran falsas, ante lo que Vargas respondió con insultos. “Ahora resulta que el tipo ese sabe más de mi abuelo”, escribió la nieta del caricaturista.
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Al consultarla sobre las piezas, Vargas dijo, en entrevista y también por WhatsApp, que se trata de seis viñetas dibujadas al carbón, hojas tamaño media carta de los años 80 y cuestan, cada una, $4 mil 900. “¿De a dónde lo conozco y quién le comentó de la obra?”, fueron dos de los mensajes de Vargas antes de dar cualquier información. “Lo dejo, ya es noche, no son horas de entrevistas señor, bye”, respondió a la pregunta sobre las palabras de su abuelo al regalarle la obra y el año en que esto supuestamente sucedió; luego bloqueó el contacto.
“El fraude que hacen sus sobrinas-nietas es desleal e injusto. El plagio es una acción que tendría que ser llevada a juicio. Hubo amigos del maestro que, en su momento, le preguntaron por su estado de salud porque se enteraron de la venta de obra para financiar sus gastos médicos. Así es como Vargas supo de los dibujos apócrifos o, al menos, es una de las versiones que tengo de cómo sucedieron las cosas”, complementa Maira Mayola.
Para Armando Bartra, autor junto a Juan Manuel Aurrecoechea de Puros cuentos. La historia de la historieta en México (Grijalbo, Conaculta y Museo Nacional de Culturas Populares, 1988), al margen de litigar o no los plagios y apropiaciones indebidas, “hay que destacar que Gabriel Vargas es una de las pocas excepciones cuyo legado es cultural. El acceso a la historieta del siglo XX, en particular de su época clásica (años 40, 50 y 60) no es algo que pueda consultarse o esté a la mano en bibliotecas. Es un legado poco accesible, aunque hay ejemplos que escapan de esto, como "La familia Burrón", reeditada en blanco y negro”.
Muchos historietistas de la época llegaron a tirar a la basura sus originales y no se preocuparon por hacer un archivo, indica Sánchez González, ganador del Premio de Periodismo Cultural René Avilés Fabila en 2019.
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