Los árboles amargos dan frutos dulces, dice la madre, casi al terminar "La dulzura", del dramaturgo y director David Olguín. Ella y su hija sostienen, alrededor de la mesa y con una pequeña botella de alcohol entre ambas, un duelo emocional en el que deben —en palabras de Olguín— "hallar la luz en una noche de demonios".

Como si el padre ausente fuera, a la vez, adversario y objeto de deseo, ambas intentan descifrar esa especie de negativo fotográfico psíquico del hombre que se ha ido, doblemente fantasma tras su muerte.

Para la actriz Daphne Keller, el personaje que ella encarna, la hija, es una mujer que evidentemente no tiene un contacto cercano con el padre, y cuya muerte desencadena esta crisis interna. "Regresamos a los núcleos y los lugares primarios. Es algo universal, siempre somos hijos", precisa Keller.

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Foto: Diego Simón / EL UNIVERSAL
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El misterio, huella profunda, herida mal cicatrizada  —según Laura Almela, quien interpreta a la madre—,  se trasciende para convertirlo en el encuentro entre dos mujeres que desentierran sus dolores. "A partir de cómo lo vive cada una, lo fantasea y, finalmente, lo drena; queda la posibilidad de un futuro tal vez más claro, más limpio", dice Almela. En lo no dicho y la búsqueda de respuestas está la gran confrontación: "Son los secretos de las familias. Todas tienen sus puntos oscuros. Yo creo que hay cosas que no siempre deben saberse. Al menos, así es con mi personaje".

La presencia de un gato blanco, elemento adicional, casi un intruso, acompaña al padre en los últimos días y desaparece después de su muerte. Detalle en la trama que se vuelve cada vez más revelador y surge a partir de una historia verdadera: el fallecimiento de un familiar del autor, que, en su lecho, siempre estuvo acompañado por un gato que se separó de él sólo hasta el final. Este disparador llevó al dramaturgo a reflexionar sobre los secretos familiares e indagar en un personaje paradigmático que es, en realidad, el fantasma que se niega a abandonar muchos hogares.

¿Dónde está él?, pregunta Olguín. No lo sé, pero queda el gato —se responde. Para Keller, el gato representa las caras del amor; y ese nunca pertenecer a nadie, esa belleza y libertad representan el misterio y lo oscuro, dice Almela y explica que es habitual que sus personajes sepan más que ella misma. Viven en zonas que van más allá de su propia identidad y con las que enfrenta, en este caso, ciertos rasgos rebeldes o adolescentes de la hija.

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La paz interior sólo la alcanzan, afirma Olguín, hasta que conjuran al padre: "El más ausente está presente. Es un tercer personaje que va engullendo la casa, que va engullendo las vidas de ambas". Las engulle sirviéndose de la fuerza que hay en los vestigios del pasado, y lo hace al colocar, cara a cara, la verdad y la mentira sin que el espectador pueda delimitarlas. Nunca se sabe, según el autor, si la madre esconde los secretos familiares como un acto de amor hacia su hija. Por lo que el dramaturgo concluye: ellas están construyendo y reconstruyendo sus historias y, aunque en esta noche oscura el padre es fundamental, se trata, en esencia, del ajuste de cuentas entre ambas.

"La dulzura" puede verse en El Milagro (Milán 24, Juárez) los jueves y viernes, a las 20:00 horas; sábados, 19:00 horas, y domingos, 18:00 horas, hasta el 7 de agosto.

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