“Para nosotros, y en especial para mí, el agua es el todo del todo. Está en nuestro origen, somos ‘piurek’ (hijos e hijas del agua) y siempre tenemos en cuenta los espíritus de cada ser que existe en la naturaleza, como el espíritu del aguacero y el del páramo. Estos son los seres principales para las siembras y cosechas, son el mejor abono para el riego del cultivo. Para los mayores, siempre será muy importante que no olvidemos nuestras prácticas y vivencias diarias para seguir cultivando y viviendo”.
Estas son las primeras líneas del texto “El agua, los mayores y la armonización”, que escribe Jacinta Cuchillo Tunubalá , indígena Mizak , del municipio de Silvia, departamento de Cauca, en el Pacífico colombiano. Jacinta es una cuidadora del páramo y líder comunitaria .
Su comunidad es una de las 26 culturas indígenas colombianas que forman parte de un proyecto artístico llamado “Hijas del agua”, que es obra del fotógrafo Ruvén Afanador y la artista Ana González , que derivó en la exposición “Hijas del agua” que actualmente expone el Museo Nacional de Colombia, y un libro del mismo nombre que contiene las fotografías del proyecto y los textos de Jacinta, del mama Kogui Shibulata Zarabata (la Kogui es una cultura que vive en la Sierra Nevada de Santa Marta , en el Caribe colombiano), de los propios artistas, del antropólogo Wade Davis , y un poema de William Ospina : “De la pared con manchas brotaban los jaguares”.
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Los diálogos entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y la firma de la Paz abrieron en 2016 el camino para que los artistas llegaran con algunas de las comunidades más apartadas, en zonas donde la guerra no había posibilitado acceso; son culturas que la geografía ha preservado y protegido del resto de la población --hasta cierto punto, pues distintos grupos armados siguen provocando violencia y desplazamiento—.
Decir que es un libro y una exposición simplifica mucho de lo que significa “Hijas del agua”. Es un proyecto de largo aliento, donde Ruvén Afanador, el fotógrafo colombiano más reconocido en el mundo, y Ana González, artista y arquitecta, tuvieron este recorrido, encuentro y conocimiento con 26 de las más de cien culturas originarias de Colombia, muchas de ellas en peligro por lo que implica el tráfico de cocaína : por ejemplo, en el Cauca –que conecta hacia el Pacífico—los indígenas son uno de los grupos más vulnerados.
Con apoyo de las presidencias anterior y la actual, del ministerio de Cultura, del grupo Bolívar , los artistas pudieron hacer los viajes, la exposición y editar el libro. Afanador tomó las fotografías, y González las intervino. Se imprimieron en soportes como tela, papel de arroz, lienzos o velos; fueron intervenidas con bordados, dibujos, escritura, de acuerdo con el mensaje e historia que cada una sugería.
Alrededor del proyecto hubo una amplia investigación y cada viaje implicó un acuerdo previo con las comunidades. En una primera etapa del proyecto visitaron cinco grupos indígenas, y en una segunda etapa 21. Así, estuvieron con las culturas nukaks, wayúus, arhuacos, tucanos, kamëntsás, ingas, koguis, uitotos, yaguas, yucunas, curripacos, esperaras siapidaras, emberá chamís, gunadules, ticunas, jiws, koreguajes, muinanes, cubeos, nasas, ocainas, wounaans, piaroas, emberá katíos, pachacuarís y mizaks, a lo largo del territorio colombiano.
“Las comunidades indígenas son naturaleza y debemos cuidarlas a ellas porque son los que mejor la cuidan; debemos escuchar a la naturaleza”, expresa Ana González en entrevista. Explica que el nombre del libro enfatiza uno de los sentidos del proyecto: la fuerza de los femenino en estas culturas, tanto en mujeres como hombres: “Todos somos hijas del agua, todos tenemos una parte femenina, materna, especial”.
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Si bien, Ana y Ruvén no se conocían físicamente, sí sabían del trabajo de cada uno. Su primer encuentro fue para viajar, con apoyo del gobierno de Juan Manuel Santos , al Parque Nacional de Chiribiquete (en la Amazonia) un lugar donde se hallaron petroglifos que algunos especialistas consideran como las pinturas rupestres de mayor antigüedad del continente.
El fotógrafo Ruvén Afanador y la artista Ana González.
“En el Chiribiquete no hay comunidades a la vista, todos están escondidos, ahí vimos la ancestralidad de la naturaleza. Vimos los paisajes y pensamos en que había que mostrarlo de otra manera, no de una manera periodística ni antropológica, sino artística. Pedimos que nos llevaran a otros lugares. No era fácil; se acababa de firmar la Paz. Fue como una tregua, una ventana que se nos abrió en Colombia porque habíamos estado en fuego cruzado por más de 50 años. En ese momento se dieron las cosas para que pudiéramos llegar a lugares que habían sido muy violentos, Urabá, Cauca, la Sierra Nevada de Santa Marta, la Guajira”.
Por ejemplo, lo que pasó en uno de sus primeros viajes, al Urabá antioqueño (noroeste de Colombia), donde están las mujeres Guna Dule, que no hablan español, que están resguardadas en una montaña, es que Ruvén empezó a retratarlas, se comunicaban por señas; Ana se puso a coser con ellas, se conectaron a través de los oficios y del vestido.
“Ruvén sacó los primeros retratos, se fue a Nueva York , me los mandó, y yo los empecé a intervenir en mi taller, investigaba sobre la comunidad y decidía cómo interpretar; ese lado femenino que las comunidades tienen era el que se traducía ahí en las obras. Trabajamos mucho, todo vía Whatsapp ; luego él venía y había otros viajes”.
La obra de los creadores hace hincapié en la sabiduría de las mujeres de las diferentes culturas con las que convivieron en las dos etapas del proyecto.
Cómo es, se le pregunta a Ana, que un fotógrafo como Ruvén Afanador acepte que se intervenga su obra: “Aquí llegamos a la conclusión de que el retrato no era suficiente porque en cada mujer había una historia que contar, cada rostro, cada detalle de los vestidos, atuendos, tenía tanto que contar que teníamos que jugar como con velos. Fue un trabajo muy bonito. Primero era la investigación para hacer el viaje, segundo pedirle permiso a la comunidad para entrar, tercero saber qué necesitaban ellos –no era pagarles, era apoyar con el techo para la maloca, el hilo para las mochilas, el pescado seco—.”
En el sitio web del Museo Nacional de Colombia (http://www.museonacional.gov.co/) se presenta información de la exposición y se incluye un video de la presentación del libro, donde escritor Héctor Abad Faciolince dialoga con Ruvén Afanador y Ana González. Ahí el fotógrafo resalta la dignidad que encontró en esas culturas y se refiere a la intervención de su obra fotográfica por parte de la artista: “Yo quería eso. Cuando viajábamos con las comunidades tenía la idea de una serie de velos, esta magia que se siente al hacer estos viajes. Yo quería mucho que Ana interviniera mis obras, que reflejara esta idea de entrar como a un paraíso perdido, de viajar en el tiempo”.
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Aunque no son sólo mujeres, la serie sí enfatiza en ellas. Ana cuenta que hoy siente que su visión de la mujer indígena es otra después de cuatro años de estar viajando por las comunidades que son de Colombia, pero que representan a comunidades de muchos otros lados: “Como mujer entendí que una manera de adentrarnos en las comunidades es a través del oficio. Son culturas ágrafas y uno se conecta con ellas a través del bordado; las mujeres son las que van heredando todo ese conocimiento, lo van cantando, bordando, los hombres sí tienen el tema racional, pero la cosmogonía, la carga ancestral la llevan las mujeres. Veo a la mujer indígena como una fuente de conocimiento, de sabiduría; uno puede pensar que hay temas de violencia fuerte, porque el alcohol ha afectado a muchas comunidades y hay abuso, pero a pesar de que hay violencia, son mujeres muy fuertes, guerreras; mujeres sanadoras, tejedoras, cantadoras. Es admirable esa parte intuitiva de ellas cómo la han trabajado por cientos de años, y cómo las ve uno a ellas trabajando sus chagras porque los cultivos los trabajan las mujeres, pero de una manera intuitiva, sabia: dejan descansar la tierra, van a otra chagra, cultivan las medicinas”.
El proyecto ha incluido hacer llegar a las comunidades el libro, y apoyar con acciones concretas; se creó ya una maloca en la Sierra Nevada y se proyecta hacer otra en el Amazonas.
Para Ana González, el gran mensaje del proyecto es que “somos naturaleza, somos intuición, energía, debemos proteger y respetar la naturaleza, no nos debemos diferenciar de ella porque estamos casi acabando con ella, tratando de explotarla. Estas culturas, en general están muy desprotegidas; tendemos a decir, de manera despectiva, que son ‘indios’. No hay respeto por esa ancestralidad. Hay comunidades como la Nukak, en el Guaviare (en torno del Chiribiquete) que eran nómadas, que se están muriendo de hambre, por la deforestación y hay un tema terrible con el cultivo de coca; y hay adicción y prostitución. Y hay, al contrario, culturas como la Kogui, la Arhuaca, la Mizak que tienen tierras fértiles, que tienen una rebeldía ante esa otra civilización, que es lo que no los deja sucumbir”.
26 CULTURAS INDÍGENAS
colombianas forman parte del proyecto “Hijas del agua”, de Ruvén Afanador y Ana González.
Frase
“Somos naturaleza, intuición, energía, debemos proteger y respetar la naturaleza... estamos casi acabando con ella”.
Ana González
. Artista.