El compositor amaba a su hija Claudia, a su nieta Elena y a su madre, María Luisa. Amaba también a sus primos, tíos, amigos, alumnos, colegas, esa familia extendida que se edifica desde los afectos más profundos. Amaba a Bach, Mozart y, sobre todo, a; a los cantos gregorianos, la pintura, la ópera, la música, incluso aquella que en su juventud escuchó al lado de sus amigos, como el rock inglés.

Su amor y su respeto era tal que por eso no tuvo reparo en advertir su desdén por la música que se toca en las iglesias ni en la que se compone con facilidad, por eso incluso rompió con la Sociedad de Autores y Compositores de México, que siempre definió como la cueva de Alí Babá, y se afilió a la española en el año 2000.

En el México de finales del siglo XX y principios del XXI no existe un músico que no le deba algo a Mario Lavista, ya sea como influencia musical, como maestro o como creador. Su mundo no se redujo a lo musical, pues con la, creó lazos estrechos con la literatura pues orilló a escritores, poetas y pintores a acercarse a la música desde los más diversos ángulos y pasiones.

Una de sus pasiones más profundas fue la música religiosa. “Me interesa que descubran la música religiosa, no las estudiantinas, Dios tiene muy buen gusto, no sé por qué creen lo contrario. La Iglesia tiene una incultura pasmosa”, dijo a EL UNIVERSAL en 2016.

La vida de Lavista estuvo llena de reconocimientos y distinciones. Fue galardonado, por ejemplo, con el Premio Nacional de Ciencias y Artes y la medalla Mozart en 1991, la distinción de Creador Emérito por el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en 1995, y la Medalla Conmemorativa del Palacio de Bellas Artes, en 2006, otorgada por Conaculta y el INBAL. Desde 1987 formó parte de la Academia de Artes; en 1998 ingresó a El Colegio Nacional y fue miembro honorario del Seminario de Cultura Mexicana.

Sin embargo, sus intereses no estaban en la búsqueda de glorias. “El que quiera fama, que siga las reglas del juego”, dijo alguna vez. Lo suyo, decía, era el conocimiento, el encuentro con los suyos, la celebración de la vida. “Yo no me quiero morir”, declaró en 2013, a propósito de sus 70 años. Y es que, añadió, quería saber qué haría Elena, su nieta, con su vida.

La vida académica de Lavista ha marcado a generaciones enteras, fue profesor del Conservatorio Nacional desde 1970; alumnos como Gabriela Ortiz, Hilda Paredes, Hebert Vázquez, Javier Álvarez, Jaime Cortez, Ricardo Risco, Ana Lara, Jorge Ritter y Armando Luna, son parte de ese legado vivo.

A sus alumnos, decía, le gustaba mostrarles que había caminos, rutas por descubrir y por edificar y que si no existían, entonces había que crearlas, y le interesaba hacerles notar cómo la vida va por un lado y el arte va por otro lado, aunque evidentemente se alimentan los dos. “La música no es necesariamente una confesión”, decía.

Ana Alonso-Minutti, investigadora asociada del Southwest Hispanic Research Institute de la Universidad de Nuevo México, es, hoy por hoy, una de las especialistas en la obra del compositor, sus publicaciones de corte histórico y analítico, se pueden encontrar en https://unm.academia.edu/AnaAlonsoMinutti

Para ella, Lavista ha sido una referencia fundamental para la música iberoamericana desde la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días. “Fue un protagonista en la escena vanguardista mexicana y latinoamericana, sobre todo en la década de 1970. Incursionó en la utilización de lenguajes experimentales poco convencionales en México, como la composición de música electrónica y electroacústica, la creación de grafías musicales y la improvisación colectiva con las arpas microtonales de Julián Carrillo y objetos “no musicales” con el grupo Quanta, que él fundó”, dice a EL UNIVERSAL.

Pero advierte que si bien Mario Lavista ha sido un compositor sumamente reconocido tanto en México como en el extranjero, agrega, su obra ha recibido relativamente poca atención académica. Su libro Espejos de sonidos, próximo a publicarse por la editorial de la Universidad de Oxford, será la primera monografía que otorgará una contextualización histórica y analítica de la obra lavistiana, gracias a un premio otorgado por la Universidad de Nuevo México.

Trayectoria

Reconocimientos Premio Nacional de Ciencias y Artes y la medalla Mozart en 1991.

Obras Reflejos de la noche, Tropo para Sor Juana, Siete invenciones, Cuadernos de viaje, Requiem para Tlaltelolco y Ficciones.

Legado Pauta, una de las revistas más importantes para la divulgación musical.

Academia Conservatorio Nacional de Música y El Colegio Nacional.

Frase

"Fue un protagonista en la escena vanguardista mexicana y latinoamericana; utilizó lenguajes experimentales”. Ana Alonso-Minutti. Investigadora la Universidad de Nuevo México

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