Bogotá.—  murió, como Úrsula Iguarán –personaje memorable de Cien años de soledad–, un jueves santo.
 
“Amaneció muerta el jueves santo. (...) La enterraron en una cajita que era apenas más grande que la canastilla en que fue llevado Aureliano, y muy poca gente asistió al entierro, en parte porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios”.
 
Así vuelve a rememorarlo, con este fragmento de la novela más famosa de su padre, el cineasta Rodrigo García Barcha, en su libro Gabo y Mercedes: una despedida, que presentó esta semana al mundo.

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En una conversación virtual con decenas de medios hispanoamericanos, entre los que estaba EL TIEMPO, desde Buenos Aires, en donde se encuentra rodando una de sus próximas películas, García Barcha reveló detalles de la génesis de estas memorias.
 
Precisamente, entre las muchas imágenes que el autor revela en su libro está la del pájaro que apareció muerto en la casa de calle del Fuego, en Ciudad de México, el miércoles en la mañana, un día antes de la partida de Gabo. Mensaje simbólico que entenderán perfecto los fervientes lectores del realismo mágico.
 
“Hace unos años –relata el autor–, se cubrió lo que antes era una terraza para hacer un comedor y sala con vista al jardín. Las paredes son de vidrio, así que se presume que el ave entró volando, se desorientó y se estrelló contra el vidrio y cayó muerta en el sofá, más precisamente donde mi padre suele sentarse. Su secretaria me informa que los empleados de la casa se han dividido en dos bandos: los que piensan que es un mal augurio y quieren arrojar al pájaro a la basura, y aquellos que piensan que es un buen presagio y quieren enterrarlo entre las flores”.
 
García anota que horas después de que la gente comenzara a enterarse de la muerte del autor de La hojarasca, la secretaria entró a su habitación con un mensaje de un correo electrónico de una amiga de la familia, en el que les recordaba ese pasaje de Cien años de soledad.

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“La asistente lo lee en voz alta y piensa, por supuesto, en el ave que murió poco antes ese mismo día. Me mira, tal vez esperando que sea yo lo suficientemente tonto como para aventurar una opinión sobre la coincidencia. Solo sé es que me muero de ganas de contarlo”, cuenta en su libro García Barcha.

Promesa cumplida

‘Hijo de tigre sale pintado’, reza el viejo refrán. Y, por lo visto, el hijo de Gabo, maestro para narrar con imágenes historias, no se resistió a las ganas de relatar los últimos días de su padre. Tenía claras dos cosas, como él anota: “Mi padre se quejaba de que una de las cosas que más odiaba de la muerte era el hecho de que sería la única faceta de su vida sobre la que no podría escribir”. Pero además, contaba con su permiso: “En el fondo sé que voy a mostrar esos recuerdos de una u otra forma. Si tengo que hacerlo, recurriré incluso a otra que nos decía: ‘Cuando esté muerto, hagan lo que quieran’ ”.
 
Sea que esta fuera una promesa que Rodrigo le cumple a su padre o más bien una cita pendiente consigo mismo, a manera de despedida y cierre de un ciclo vital, estas memorias son el epílogo que millones de lectores esperaban sobre la vida del querido autor de El otoño del patriarca.

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“No lo hice en el sentido de escribir por él, porque nadie escribe por otro escritor, pero me apoyé un poquito en esa idea; un poco para consolarme a mí mismo de escribir sobre su muerte, sin que fuera una manera demasiado indiscreta”, le dijo el autor a este diario.
 
A lo largo de un centenar de páginas, García Barcha les presenta a sus lectores un Gabo desnudo –de carne y hueso– con sus virtudes y defectos, pero con la finura y sutileza con la que se teje un vestido de alta costura.
 
Como si llevara una cámara en el hombro, el cineasta va uniendo imágenes, recuerdos y momentos con palabras, no solo sobre cómo se fue apagando la vida de Gabo, sino sobre hechos poco conocidos que rodearon su círculo familiar.
 
De esta manera, el lector va enterándose de detalles del Gabo conversador, el melómano de música clásica, pero en especial de vallenatos; de sus autores preferidos, que siempre estuvieron sobre su mesa de noche, del abuelo, el padre, el esposo incondicional y del horror de la pérdida de la memoria. Así lo cuenta su hijo:

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“Su secretaria me cuenta que una tarde lo encontró solo, de pie en medio del jardín, mirando a la distancia, perdido en sus pensamientos.
 
–¿Qué hace aquí afuera, don Gabriel?

–Llorar.

–¿Llorar?, usted no está llorando.

–Sí lloro, pero sin lágrimas. ¿No te das cuenta de que tengo la cabeza vuelta mierda?”.
 
Para permitirse un flujo de consciencia narrativa sin altibajos, uno de los hechos llamativos de libro es que García lo escribió todo en inglés. “Lo escribí en ese idioma porque realmente mi experiencia como escritor es escribiendo guiones en inglés. Y esto me permitía escribir con soltura y con mucha velocidad. Sabía que el libro iba a ser un viaje un poquito difícil, peligroso, emocionalmente, además con esa preocupación de que fuera un libro bien escrito. Porque como era un libro sobre los últimos días de Gabo, yo creo que tendría algún interés aun si estuviera mal escrito. Entonces, me permití escribir a toda velocidad, sin tapujos, sin pensar”, dice el autor.

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Confiesa que su interés, luego de terminarlo, era volver a escribirlo él mismo en español, “pero emprender el viaje por segunda vez fue demasiado duro”. Por eso permitió que lo hiciera una traductora, que él acompañó.
 
Entre los muchos pasajes memorables de la lectura de Gabo y Mercedes: una despedida está la anécdota de cuando el autor de El amor en los tiempos del cólera y su hijo intentaron hacer un guion conjunto para una película. Era la historia de una mujer de edad mediana con una carrera exitosa, que sospechaba que su esposo tenía una aventura.
 
“Pero cuando nos sentamos a elaborarlo, su menguante memoria dio lugar a conversaciones frustrantes. Me resultaban dolorosas, y con frecuencia yo las aplazaba o las interrumpía, con la esperanza de que se olvidara del proyecto. Pasó un tiempo, antes de que lo hiciera definitivamente, y es posible que algunas veces pensara que a mí simplemente no me interesaba”, relata Rodrigo en el libro.
 
EL TIEMPO le preguntó, precisamente, si hoy, en retrospectiva, hubiera querido hacer esa película que nunca fue.
 
“Sí lo he pensado últimamente, ahora que salió el libro. Y ese párrafo con ese recuerdo fue una de las últimas cosas que le agregué al libro porque se me había olvidado. Entonces, sí me ha hecho pensar que a lo mejor en algún momento dado es posible que lo retome. No es una idea fácil, aunque provocadora. Pero no sé exactamente de qué se trataría la película. Pero sí estaría bien hacer esa colaboración, aunque fuera ya en su ausencia”, anota García.

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La vida continúa

En su larga conversación de una hora, el cineasta también compartió detalles de cómo van varios proyectos cinematográficos que se adelantan en torno a los libros de su padre. Contó, por ejemplo, que el rodaje en Bogotá de la película sobre el libro Noticia de un secuestro ya va por la mitad.
 
Además, dijo que la adaptación de Cien años de soledad para una serie de Netflix se encuentra en la etapa de guiones y esto lo tiene muy ilusionado.
 
Durante muchos años, Gabo se opuso a llevar al cine su novela más importante. Sin embargo, García Barcha anota que los tiempos han cambiado y que las nuevas formas de narrar, de manera visual, permiten hacerlo en este momento. Anota que su padre nunca pensó que la película de su obra cumbre hubiera podido hacerse ni en dos ni en tres ni en cuatro horas y era consciente de que para lograr un éxito hubiera tenido que grabarse en inglés y con estrellas de Hollywood.
 
“Gabo tenía días que sí pensaba en hacerla y otros en que no. Un día decía ‘no, de ninguna manera’. Pensaba que una adaptación les pondría caras a los personajes y los lectores no merecían eso. Y luego, otras veces, fantaseaba pensando que se podía hacer en Colombia, en muchas horas”, anota.

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Pero los tiempos han cambiado. “Con la llegada de las plataformas, se pueden hacer muchas horas, hay recursos para hacerlas y, sobre todo, esto que hacen las plataformas ahora, que les gusta hacer la programación local, en el idioma local, y que se vea en todo el mundo”, explica el cineasta. “Esa fue la exigencia que hicimos, no solo con Netflix, sino con todos los interesados: que se hiciera en las horas que fueran necesarias, en castellano y, si es posible, filmar en Colombia”.
 
Y apelando al permiso que su padre les dejó, de “hacer lo que quisieran” tras su partida, García remata: “Y bueno, tarde o temprano se va hacer esta adaptación, que puede ser ahora, donde todavía podemos contribuir con nuestra opinión, o se hará algún día cuando ya esté en el dominio público. Entonces decidimos hacerla ahora, que es un buen momento”.
 
Otra de las curiosidades del libro se relaciona con la residencia en el barrio mexicano el Pedregal de San Ángel, donde vivieron sus padres, otra protagonista de la narración. El cineasta comenta que en efecto están estudiando, junto con su hermano Gonzalo García Barcha, la posibilidad de convertirla en un museo. Recordó que a ellos dos les encantaba ir a las casas de los escritores famosos.
 
“Todo es muy reciente, la Gaba murió en agosto, pero sí estamos contemplando lo que digo en el libro. Tanto Gonzalo como yo somos muy asiduos a las casas-museos de artistas, a los estudios-museos de los escritores, entonces me imagino que los lectores de Gabo y a los amantes de su obra les gustaría tener algo así. Lo estamos estudiando, por supuesto hay que ver cómo se hace bien, dejando la casa parecida a lo que es, dando esa sensación de vivida y no una cosa demasiado producida. Pero bueno, el proceso es largo”, explica Rodrigo.

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Y cierra subrayando su deseo de respetar, por encima de todo, a su familia. “Mis intenciones originales no eran sino tomar algunas notas, y luego seguí tomando notas con algo de culpabilidad, y esa sensación de estar preocupado por no explotar una situación, o no traicionar la vida privada de la familia. Después del tiempo, y con el apoyo de mi hermano y de algunos amigos cercanos de mis padres, me animé y aquí estoy frente al pelotón de fusilamiento”.