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De unos años a la fecha, el turismo masivo ha puesto en jaque a ciudades como Venecia, París, Madrid, Barcelona… y propiciado entre no pocos de sus habitantes lo que se conoce como turismofobia, es decir, protestas, a veces incluso violentas, en contra de los turistas que invaden y saturan el casco histórico y otros puntos de interés de aquéllas.
Según cifras de la Organización Mundial del Turismo (OMT), en 2019 mil 500 millones de turistas viajaron por todo el mundo; en 2020, en plena pandemia de Covid-19, solamente 400 millones; en 2021, 415 millones; y en 2022, más de 900 millones.
La OMT prevé que la recuperación del sector turístico continuará y que este año los viajes de placer representarán entre 80% y 95% de los que se registraron antes de la aparición del virus SARS-CoV-2.
“Esta movilidad de personas evidentemente implica una gran cantidad de servicios que puede generar enormes presiones para los distintos destinos turísticos y, sobre todo, para las poblaciones locales”, señala Gustavo López Pardo, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM y experto en el tema.
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Otro modelo
El proceso de articulación del crecimiento y el desarrollo económicos de un territorio determinado con la actividad turística recibe el nombre de turistificación.
“Esto significa subordinar los bienes, los recursos naturales e incluso la fuerza de trabajo al turismo. Pero la actividad turística también conlleva el contacto de las poblaciones locales con los visitantes y, por lo tanto, su subordinación, en buena medida, a los intereses y necesidades de éstos. Así pues, en diferentes partes, el turismo se ha erigido como la actividad que ejerce la hegemonía económica y social. Lo malo es que, en ocasiones, tiene impactos negativos en el ámbito ambiental, muchos de los cuales se suelen pasar por alto para que fluya y no se detenga”, dice Gustavo López Pardo.
Ahora que las condiciones sanitarias se han estabilizado en todo el mundo, el número de turistas ha comenzado a aumentar con respecto a los tres años anteriores, por lo cual algunos gobiernos ya han tomado algunas medidas para contenerlos.
De esta manera, en sitios como la Acrópolis de Atenas, en Grecia, o Machu Picchu, en Perú, ya se está regulando la afluencia de visitantes a partir de un análisis de la capacidad de carga turística del lugar que posibilite su mantenimiento y conservación.
“Otra medida es quitarles presión a los destinos turísticos con una gran concentración de visitantes, irradiando éstos a zonas más o menos cercanas, con lo cual los beneficios que trae el turismo se podrían redistribuir mejor. En nuestro país, al igual que en otros, hay destinos masivos, como la Ciudad de México, Acapulco, Cancún, etcétera, pero también destinos más pequeños que igualmente son masivos, como los 177 pueblos mágicos. Entonces, valdría la pena ver si estos pueblos disponen o no de programas de manejo de visitantes, pues en principio los turistas no necesariamente deberían tener acceso a todos sus espacios. Podría haber espacios donde se regulara su presencia y otros donde las poblaciones locales mantuvieran su privacidad.”
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Con todo, de acuerdo con el investigador universitario, en México no resulta fácil poner en práctica estas medidas porque, a final de cuentas, lo que aquí se ha venido impulsando desde hace varias décadas es un modelo de turismo masivo, en el que lo importante es atraer turistas, porque esto supone empleos e ingresos, los cuales son fundamentales para las poblaciones locales.
“La disyuntiva es sacrificar las poblaciones locales al turismo o encontrar mecanismos que permitan un equilibrio entre los intereses de estas poblaciones y los intereses de los visitantes. Me parece que es hora de definir qué tipo de turismo requerimos como país. El masivo se está recuperando, pero con él queda abierta la posibilidad de volver a contagiarnos en un futuro próximo, porque todavía no sabemos si el agente que causó la pandemia realmente está controlado. De ahí la necesidad de construir otro modelo que no sea masivo, que permita un manejo más adecuado de la afluencia turística, que respete a las poblaciones locales y el medio ambiente, y que en verdad beneficie a todos, esto es, a los turistas, en términos de satisfacción de sus expectativas, pero también a dichas poblaciones, en términos de su participación en las ganancias que esta actividad produce”, manifiesta López Pardo.
Gentrificación turística
A decir de Cristina Oehmichen Bazán, investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, habitantes de ciudades como Madrid, Venecia y París se quejan del turismo porque ha desatado diversos procesos, entre ellos la gentrificación turística, o lo que es lo mismo, la transformación de zonas urbanas deterioradas en zonas turísticas, con el consiguiente desplazamiento de sus pobladores originarios hacia la periferia de esas urbes.
“Esto ha demostrado que las empresas turísticas e inmobiliarias —porque la expansión del turismo va acompañada por la expansión de la industria inmobiliaria— tienen mucho más poder e influencia que la ciudadanía a la hora de ejercer presión sobre los gobiernos locales para que les den permiso de ampliar sus servicios. Este fenómeno, por lo demás, también lo estamos viviendo en México y el resto de América Latina; es global”, añade.
La turistificación no se da sólo en las ciudades, sino también en el medio rural, lo cual implica, por ejemplo, que muchos pescadores dejen de serlo y se incorporen a los servicios turísticos, o bien, que al transformar tierras ejidales y comunales en zonas de recreo haya un encarecimiento tanto del valor del suelo como de todos los productos agrícolas y ganaderos que se obtenían de ellas.
La investigadora universitaria cree que, al viajar, los turistas deben estar conscientes de que una de sus obligaciones es respetar a las poblaciones locales y los lugares que visitan, incluyendo, por supuesto, el medio ambiente.
“Por desgracia sigue habiendo individuos que practican el turismo sexual, el cual daña a los más vulnerables, o que afectan los monumentos históricos, las zonas arqueológicas o el entorno natural. En ese sentido falta una cultura del turismo responsable, en cuya promoción tendrían que involucrarse los gobiernos, sí, pero en especial las agencias de viajes, los tours operadores, los hoteleros y, obviamente, los mismos turistas”, apunta.
Dos visiones
Desde la década de los años 70 del siglo pasado, el turismo es enaltecido como una palanca del crecimiento y el desarrollo económicos, casi como una panacea, o demonizado como una actividad depredadora y extractivista.
“Yo pienso que hay que tamizar y distinguir entre ciertas formas de turismo masivo y los esfuerzos que llevan a cabo, por ejemplo, algunas comunidades locales para que la gente disfrute sus recursos tanto culturales como naturales. Lo que necesitamos ahora es robustecer la capacidad de desarrollo autogestivo de esas comunidades rurales y urbanas para que, al igual que las grandes cadenas multinacionales, puedan ser beneficiarias directas de esta actividad. Es hora de voltear a ver las pequeñas empresas turísticas y establecer políticas públicas que las empoderen y fortalezcan”, concluye Oehmichen Bazán.
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