Madrid.— La mayor exposición sobre la historia del tatuaje aterrizó en Madrid con el propósito de descifrar, desde una visión marcadamente antropológica, el vigoroso resurgimiento de este fenómeno, así como el papel social que desempeña esta práctica ancestral en las diferentes culturas del planeta: desde la represión a la celebración.
Abiertamente transgresora y con un enfoque inédito, Tattoo. Arte bajo la piel, reúne más de 240 obras históricas y contemporáneas de todo el mundo, entre pinturas, dibujos, libros, siliconas con tinta, herramientas para tatuar, máscaras, fotografías, sellos y 9 audiovisuales.
Los visitantes tienen la oportunidad de viajar por todos los continentes para descubrir los orígenes y la evolución que han experimentado las distintas técnicas del tatuaje, además de percibir la manera en que conviven en sincretismo las corrientes vinculadas a esta práctica que se realiza desde hace 5 mil años y que recibe su nombre del polinesio “tatau”, que significa herida abierta.
“La exposición tiene un enfoque antropológico y busca mostrarlo como técnica artística, pero detrás hay siempre el uso social que se ha hecho del tatuaje y el papel que ha ejercido en diferentes culturas del mundo. También valorar a quienes han ayudado a lo largo de la historia a que esta técnica perdure y haya evolucionado con el tiempo”, señala a EL UNIVERSAL Elena Mansergas, coordinadora de la exposición que alberga el recinto CaixaForum Madrid.
Entre las piezas exhibidas cabe destacar la veintena de prototipos de cuerpos hiperrealistas modelados en silicona y tatuados con tinta, creados expresamente para la ocasión, a cargo de maestros de Japón, Estados Unidos, Francia, Suiza y Polinesia, entre ellos: Horiyoshi III, Filip Leu, Mark Kopua, Colin Dale o Jee Sayalero, además de la española Laura Juan, cuya obra reflexiona sobre el aislamiento social y la incertidumbre generados durante la pandemia.
“Hay una selección muy particular que son las muestras de silicona que el Musée du Quai Branly, con el que colaboramos en la exposición, empezó a encargar a autores contemporáneos para que plasmaran su obra. A partir de ahora, un arte efímero que no se ha podido conservar, va a formar parte de los museos y las exposiciones”, agrega.
El recorrido, con cinco ejes, arranca desde una perspectiva global para indagar en el vínculo del tatuaje con la marginalidad, la delincuencia y su espectacularización. En el segundo se presenta como un arte en movimiento, resaltando su expansión por Japón, América del Norte y Europa. En el tercero se muestra el renacimiento del tatuaje tradicional en Nueva Zelanda, Samoa, Polinesia, Indonesia, Malasia oriental, Filipinas y Tailandia. A partir de la década de 1970, surgen nuevas escuelas y se expanden a nuevos territorios del mundo como China y Taiwán, así como Latinoamérica, con el tatuaje chicano, temática que se aborda en el cuarto eje. La muestra termina con una reflexión sobre el tatuaje en la actualidad, y su afán por la renovación, diferenciando dos corrientes: una, marcada principalmente por la reinterpretación de los géneros históricos; y otra, que explora las posibilidades de las artes gráficas más allá de los códigos clásicos.
Durante su dilatada historia, el tatuaje ha cumplido funciones muy diversas, llegando incluso a convertirse en seña de identidad de reclusos y organizaciones delictivas como las pandillas callejeras de Centroamérica (Maras), o la mafia japonesa (Yakuza), cuyos integrantes tatúan casi por completo su epidermis para enfatizar determinadas cualidades, su lealtad al clan, o exhibir su estatus, entre otros mensajes cargados de simbolismo que se pueden apreciar en algunos de los retratos grupales. No obstante, el tatuaje japonés es uno de los que más han contribuido a la divulgación de esta técnica, a través del anime o el manga.
La muestra también reconoce a artistas que preservan este arte milenario, como la tatuadora filipina Whang-od Oggay, de 104 años, considerada como la última en utilizar el batok (tatuaje tradicional hecho a mano), o los maoríes de Nueva Zelanda, que practican el moko, el ‘arte de esculpir la piel’, símbolo de conciencia colectiva indígena.
“Las temáticas han evolucionado mucho, al igual que su uso. Vemos el tatuaje desde usos rituales hasta marcar diferentes estratos sociales en distintas culturas. En la época actual tiene connotaciones más estéticas. Hace años se podía encontrar más en clases sociales concretas y en las culturas más urbanas, pero ahora es más mainstream, con gente de la que no sospecharías que lleva tatuajes. Es algo más de todos”, remarca la coordinadora de la muestra.
En lo que se refiere a su popularización, asegura que son muchos los años de historia en los que multitud de artistas han perdurado en su conservación y transmisión, con una época en la que creadores de Japón y Europa establecieron intercambios y correspondencia para compartir técnicas y diseños.
Desde Marco Polo en el siglo XIII, el tatuaje ha viajado a través de las expediciones, la captura de prisioneros y las rutas de los aventureros. A mediados del siglo XIX, el tatuaje se convierte en portador de mensajes íntimos o sociales; y en el siglo XX se incorpora a la historia del arte.
“La fascinación por el tatuaje cuenta con una larga trayectoria: desde el impulso de la atracción de feria hasta la inmediatez de la cultura callejera, el tatuaje encarna el deseo de expresar a los demás lo que somos y lo que queremos ser, transformando así la piel en un lienzo”, subrayan los organizadores.
La exposición, producida y organizada por el Musée du Quai Branly - Jaques Chirac, de París, y Fundación la Caixa, está en el CaixaForum Madrid. Abierta hasta el 17 de abril.
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