En 2020, año de pandemia, en México se registraron 7 mil 896 suicidios, una tendencia que ha ido en aumento desde 2016, cuando se registraron 6 mil 370 muertes de este tipo, según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi).
Para Arnoldo Kraus, profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM, y coordinador del libro Suicidio (Debate, 2021), en el que convocó a una veintena de especialistas en distintas materias para abordar el tema, cuando se habla de suicidio resulta que uno más uno nunca es dos, ya que influyen muchos factores en el momento en que una persona toma la decisión de terminar con su vida.
“Le compete a los gobiernos y a las instituciones de salud del mundo. Se habla que aproximadamente en el mundo hay 800 mil suicidios al año. Es una cifra que publica la OMS en más de una vez. Es una cifra que no creo porque en muchos suicidios la familia no explica que fue un suicidio la causa del fallecimiento por no sentirse culpables o no ser estigmatizados”, expone el también miembro del Colegio de Bioética, quien además refiere que es en las comunidades LGBT+ donde se presentan las tasas de suicidio más altas, principalmente en los transgénero, un problema que muchas veces es silenciado por las familias.
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Suicidio reúne las plumas de Asunción Álvarez del Río, investigadora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina; Vicente Quirarte, poeta, ensayista y miembro de El Colegio Nacional; Enrique Graue, rector de la UNAM; Beatriz Vanda, especialista en patología veterinaria; Iona Heath, expresidenta del Real Colegio de Médicos Generales de Reino Unido; la escritora Laura Emilia Pacheco, y el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, entre otros.
La relevancia de hablar públicamente de este tema es para Arnoldo Kraus un asunto de libertad y autonomía: “Se trata de que la persona tenga derecho a disponer de su vida. Para quienes no somos religiosos diríamos que sí, que ejercemos los derechos sobre nuestra vida. Hay que decir si uno tiene el derecho de suicidarse. Hay que preguntarse cuánto daño hace la persona que se suicida a su familia y a sus seres queridos. Y preguntarse lo inverso: ¿cuántas personas descansan cuando su familiar se ha quitado la vida después de fracasar en muchas ocasiones y tener a la familia en vilo? He sido testigo de muchas situaciones en que la familia encuentra la paz después de que la persona logró suicidarse. También he sido testigo de que se sienten culpables. No hay una directriz muy clara en este tema tan complicado. Uno más uno nunca es dos.”.
Cada año, en contexto del Día Internacional para la Prevención del Suicidio (10 de septiembre), el Inegi publica las estadísticas de lo que ocurre en México en este tema, en donde ha habido un aumento en las tasas de suicidio.
Si bien en 2014, 2015 y 2016 hubo un estancamiento en el índice de este fenómeno (con 6 mil 337, 6 mil 425 y 6 mil 337 casos a nivel nacional, respectivamente), desde 2017 se ha presentado un aumento (6 mil 559). Para 2019, un año antes de la pandemia se habían registrado 7 mil 223 muertes autoinfligidas.
En su reporte más reciente, de septiembre de 2021, Inegi reportó que de los decesos por esta causa en 2020 los hombres tienen una tasa de 10.4 fallecimientos por cada 100 mil habitantes (6 mil 383), mientras que esta situación se presenta en 2.2 de cada 100 mil mujeres (mil 427).
Álvarez del Río explica que el suicidio se presenta en contextos psicológicos muy variados. Puede haber casos de personas que lo ejercen en estados de perturbación mental, de desesperación o bajo efecto de alguna droga. Por lo general este tipo de suicidios se presentan de forma violenta.
Pero por otro lado están aquellos en los que las personas atraviesan por una enfermedad sin solución, en que su calidad de vida está deteriorada y han decidido terminar con su vida.
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En este otro caso se puede reconocer un estado psicológico de serenidad, lucidez y autonomía: “En medio de estos dos extremos podemos decir que no se puede identificar muy bien si hay suicidios lúcidos o racionales, o si son racionales pero violentos porque no tienen otros medios, o si no pueden compartir con nadie. Hablar del tema, independientemente de si es racional o no, es difícil. La gente no está preparada para hablar de la muerte y mucho menos del suicidio.”
¿Cuál es el papel del Estado en la garantía del ejercicio de autonomía y libertad?, se le pregunta a Sergio García Ramírez, exprocurador General de la República y expresidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, además de coautor del libro: “El estado debe proteger la libertad, pero al mismo tiempo debe asegurarse que se ejerce con racionalidad, con información, con suficiencia. Tiempo atrás ésta no se respetaba.”
En materia jurídica, el suicidio en México ha evolucionado: “Hace mucho tiempo se estimó pecaminoso. Hay personas que lo siguen considerando así. Pero algo más que eso: punible. Entonces se sancionaba al suicida. Parece un absurdo porque la sanción se ejerció sobre los bienes, sobre la familia, sobre su prestigio. Esto gradualmente se descartó y emprendimos un tratamiento distinto del suicidio de nuestros códigos penales. Nuestra treintena de códigos tratan el tema de una manera distinta. De una forma el Código Penal de la Federación y de otra manera mucho más avanzada el Código Penal de la Ciudad de México.”
Acerca de las responsabilidades de la sociedad y el Estado en el fomento de la formación ética relacionada con el suicidio y otros temas, Kraus puntualiza que existen varios tipos de ética, ya sean religiosas y laicas: “Quienes somos parte del Colegio de Bioética tenemos la certeza de que se debe apelar a una ética para muchas cuestiones, no sólo para el suicidio. Lamentablemente en los currículum de las escuelas primarias y secundarias no existe la materia. En las escuelas de Medicina, en las que se debería ver muchas veces, también brilla por su ausencia.”
Asunción Álvarez del Río responde que la aplicación de la ética desde la psicología está en la prevención: “No es gente que esté eligiendo terminar con su vida. Sólo están orillados por el abandono y la soledad. Tenemos una obligación de evitar muertes que podrían prevenirse. También debemos evitar —y esto aplica para los profesionales de la salud, los familiares y el Estado— convertirnos en obstáculo de decisiones realmente elegidas.”
La también integrante del Colegio de Bioética expone el trabajo de organizaciones extranjeras, como Dignitas, una asociación fundada en Suiza en 1998, único país en el que la asistencia del suicidio no se clasifica como delito. Refiere que el trabajo de esta asociación consiste en identificar si el deseo de la persona no parte de una situación de desesperación. De ser así, se ofrece apoyo psicológico para evitar el suicidio. En caso contrario, si los pacientes están convencidos de que esta decisión parte de sus valores y de una evaluación consciente de su condición de vida, se les asiste para que el suicidio no ocurra de manera violenta y se cuide de su dignidad.
“Al intervenir desde la legalidad, el trabajo de Dignitas permite que se hable de algo que en algunos lugares es delito. Esa es la gran diferencia. Y en la medida que la persona habla se da la oportunidad de descubrir si realmente quiere suicidarse. También se deben cumplir criterios legales, como que la persona esté en su sano juicio, que haga decisiones competentes, que lo haga por sí sola. Además de garantizar que no haya un interés de quien ayuda para que la otra persona muera. Es una ayuda altruista.”