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yanet.aguilar@eluniversal.com.mx
David Huerta acepta que hay lazos fundamentales entre Incurable, el gran poemario que escribió en 1987 —del que está celebrando sus 30 años con una edición de bolsillo editada por la que es su casa de siempre, Era— y El ovillo y la brisa su más reciente obra, también publicada por Era, que ha empezado a circular hace unos meses.
No sólo tiene que ver con que el autor es el mismo, aunque es otro. En 1987, David Huerta tenía 38 años y aunque ya había publicado cinco libros El jardín de la luz (1972); Cuaderno de noviembre (1976); Huellas del civilizado (1977); Versión (1978); y El espejo del cuerpo (1980), fue con Incurable, que el poeta, ensayista, traductor y editor, revolucionaría la poesía.
El intelectual mexicano que da clases de literatura en dos universidades públicas, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Universidad Nacional Autónoma de México, y que es hijo de otro gran poeta, Efraín Huerta, asegura que entre Incurable y El ovillo y la brisa hay una serie de puentes, pero “las búsquedas no sé si son en torno al lenguaje, sino más bien dentro del lenguaje”.
El colaborador de EL UNIVERSAL asegura en entrevista que sus libros no tienen misiones qué cumplir ni soluciones qué ofrecer.
A 30 años de Incurable que ahora Era publica en su serie “Alacena. Bolsillos”, David Huerta reflexiona sobre la poesía, sobre su actitud ante la realidad y sobre lo que significa El ovillo y la brisa, un libro que vuelve a la prosa poética, y donde recoge una serie de textos que están en esa línea fronteriza entre el poema en prosa, las fábulas y los cuentos.
Además de que el autor es el mismo, ¿consideras que hay lazos entre Incurable y El ovillo y la brisa, quizás en las búsquedas en torno al lenguaje?
Hay lazos, cómo no. Una persona a quien considero gran lectora, dueña de una lucidez feroz, implacable, me dijo que el libro de 2018 es una extraña continuación del libro de 1987. Las búsquedas no sé si son en torno al lenguaje, como me preguntas, sino más bien dentro del lenguaje, de plano en los entresijos de las palabras y en el extrarradio de los significados y en el centro mismo de la onda memoriosa depositada en las palabras, en la gramática, en la sintaxis.
Desde luego, la misma mano que escribió un libro escribió el otro; son diferentes pero hay un punto en el que se juntan, y ese punto es su origen, esta persona que ahora conversa contigo.
Ese individuo tenía 30 y pico de años cuando salió Incurable —muy hermosa edición de 2018, con nueva portada de Vicente Rojo, diseñada por Juan José López Galindo— y tiene cerca de 70 en el momento de publicarse El ovillo y la brisa.
Hay 30 años de distancia entre los dos libros, es posible que las preguntas o la necesidad de llevar a extremos la poesía guíe ambas obras?, ¿un deseo de explorar que hay con la prosa poética?
Extremos y exploración son palabras que me gustan, el tipo de vocablos vitaminados que me llaman la atención y hasta me inspiran un mal disimulado respeto. Sí, trato de explorar los extremos, como un navegante de los polos muy mal equipado pero muy entusiasta. Me acuerdo de una frase en la que Jean Cocteau, ¿sería él?, se autorretrataba: “Los extremos me tocan”; yo querría que algo así llegara a decirse, no de mí sino de mis libros: “Los extremos los tocan”, son libros extremosos, incluso extremistas.
Algunos han dicho que Incurable es una novela y tú has dicho que es poema en prosa, ¿qué tiene la poesía que puede englobar a todos los géneros?
Para mí la poesía es la literatura. Lo he dicho, lo he escrito varias veces, y en mis clases he tratado de explicarlo con cierto pormenor. El asunto o problema de los géneros literarios tiene sus alcances, claro que sí; pero si la gente quiere leer Incurable como novela simplemente no interfiero, y lo mismo si lo consideran un libro de poesía. El hilo narrativo es muy tenue; pero parece desde lejos una novela por la impresión que da la tipografía.
El ovillo y la brisa podría ser catalogado como un libro de relatos, pero para ti es poesía ¿qué te permite ver, revisar o reiterar este nuevo libro?
No todos son relatos en El ovillo y la brisa. Hay reflexiones, fábulas, falsos mitos, observaciones de una filología sumamente sospechosa, frágil y fronteriza, es decir: colindante con el teatro del absurdo. Una filología para Buster Keaton o mejor todavía: una filología de Buster Keaton.
En un texto sobre Incurable, Thorpe Running señala que en ese libro está la solución para la poesía de la posmodernidad y lo califica como un juego de intertextos, un rompecabezas. ¿Tú cómo ves Incurable a 30 años de distancia?
Mis libros no tienen misiones que cumplir ni soluciones que ofrecer; por eso la indagación que hizo el profesor Thorpe Running en Incurable me enseñó mucho pero me hizo pensar que mis libros tienen suerte si hacen decir a los investigadores y críticos cosas tan inteligentes como las que él dijo. El profesor Running fue un estudioso muy serio de la poesía de América Latina y sentí por él (murió hace unos años) verdadero afecto.
En El ovillo y la brisa vuelves con textos muy diversos, sobre muchos temas, lugares, obras, escritores, músicos, emociones, ¿qué determina este libro, cuál es su corazón?
El corazón de este nuevo libro está en el título: ovillo, brisa. Quiere ser ligero y quizá, incluso, aéreo; aprovechar la falta de peso, la ingravidez, sin olvidar la tragedia continua en medio de la que estamos aovillados. Algo así.
Tu pregunta rebasa mis entendederas. En el fondo, soy una persona muy sencilla que se plantea complicaciones y problemas grandes para poder escribir. A lo mejor ese sería el corazón del libro: el problema de ver si podía escribir un libro diferente de los otros que he hecho, al menos en el plano formal.
Justo en el texto “El ovillo y la brisa” hablas de redactar desencuadernadas “prosas intempestivas”, ¿estos textos muestran esta etapa de tu vida a través de prosas intempestivas?
Las “prosas desencuadernadas” son los restos de diversos naufragios, una especie de bitácora de tres alas (?) que son las tres secciones de El ovillo... Para quien se asome a esas secciones he pensado en el módico misterio que esconden las frase titulares: “Encadenamientos y reacciones”, “Ermitas envueltas en música electroacústica” y “Ondulaciones, resonancias, concavidades”. Aspiro a que, a la luz de los textos de El ovillo y la brisa alguien vaya encontrando las claves de esos títulos, su razón de ser, su razón de aparecer donde aparecen.
Encuentro en este nuevo libro una presencia mayor de la realidad, de la violencia, de la guerra, del dolor, ¿escribes asomado a la ventana?
Vivo “asomado a la ventana”, y además camino mucho por las calles de la ciudad y las recorro insaciablemente. Nada humano me resulta ajeno ni por ajeno deja de interesarme; al decir esto invoco a Terencio, comediógrafo que puso por escrito esas palabras (“Nada humano me es ajeno”) que luego recogieron, entre muchos otros, Montaigne y Marx, y que son el lema de una de las dos universidades públicas donde doy clases.
Asomarse a la ventana no me
parece una actividad especialmente dolorosa, pero recoger los pedazos
rotos de una ventana que ha sido
apedreada sí puede serlo, a menos que me ponga unos poderosos guantes de carnaza, como una vez tuve que hacer, no hace mucho, sumamente malhumorado.
¿Qué esperas de este libro que, has dicho, tiene fabulillas e incluso cuentos que te has atrevido a escribir y a publicar?
No espero nada de ese libro. El que espera algo es él: ser leído, conseguir que quienes lo abran estén dispuestos a entrar en los juegos de imágenes e historias e ideas que presenta o despliega. Yo puse en sus páginas cuanto pude y ahora es su turno. De mí lo menos que esperaba era que lo escribiera y ya lo hice. Le toca vivir, padecer o disfrutar su destino, sus destinos.
Impartes clases en dos universidades públicas ¿tienes esperanza en los jóvenes poetas o escritores de prosa?
Casi no conozco jóvenes poetas o escritores de prosa. Soy, como buen mexicano, un especialista en la desesperanza, mi musa preferida. Desde luego, hay poetas mucho menores de edad que yo —ahora casi no hay nadie que sea más joven que yo— pero a lo que aspiro es a que ellos no pierdan sus esperanzas en que envejeceré con una módica dignidad. Eso es todo y en la escala de mi vida, una vida más bien modesta, es muchísimo.
Espero no decepcionarlos y comenzar el declive inevadible con decoro, con la frente en alto y una porción de literatura amada en el corazón. Si en todo eso interviene lo que yo mismo he escrito, qué bueno, imagínate, qué gusto tan grande que mis borrones cumplan alguna función edificante o por lo menos entretengan a la afición a pesar de sus evidentísimas imperfecciones, esos errores de mi escritura, de mi expresión y de mi pensamiento que todos los días, a todas horas, me atosigan, me atormentan y apenas me dejan dormir.