Arturo Márquez, uno de los compositores mexicanos vivos con mayor proyección internacional, ganó el 14 de noviembre dos Latin Grammys en las categorías Mejor Álbum de Música Clásica y Mejor Composición Clásica por su Fandango para violín y orquesta, que dirige Gustavo Dudamel e interpreta “la enorme violinista” Anne Akiko Meyers. Estrenada a mediados de 2021 con la Filarmónica de Los Ángeles, y encargada antes de la pandemia, esta obra representa, en su trayectoria, uno de los momentos de mayor madurez.
¿Cómo empezó la relación con Gustavo Dudamel?
Él fue integrante de las orquestas infantiles, juveniles, allá de Venezuela, del famosísimo sistema que creó José Antonio Abreu. Él empezó de niño ahí. Creo que fue como en 1994 o 1995 cuando empezaron a tocar el Danzón no. 2 y Gustavo estaba pequeño en ese momento. Alguna vez vinieron acá a México. Entonces, él me recuerda cuando yo me acerqué a la orquesta. Y yo lo conocí algunos años después, cuando estaba dirigiendo, pero era muy jovencito; dirigió algún concierto con mis obras en Caracas.
Después, ha sido constante el contacto con él a nivel artístico. Él ha dirigido varias de mis obras, varios danzones. Me han encargado obras en la Filarmónica de Los Ángeles, donde él ahora es director. Ha sido uno de los aliados más cercanos que he tenido como compositor.
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¿Cuál es el detonador, a nivel creativo, del Fandango para violín y orquesta?
El fandango, bueno, es una fiesta que tenemos en varias partes de México y Latinoamérica. Viene de España, por supuesto, y aquí se transforma, se vuelve a la manera mexicana, especialmente en el lado del Golfo, en el lado de Veracruz. Conocemos toda la música huasteca, pero también lo podemos ver en varias partes de México. Para mí es una fiesta y, cuando me encargan el concierto para violín, Anne Akiko Meyers quería que tuviera algo que ver con el mariachi porque ella sabía que yo era muy afín al mariachi por mi padre. Mi padre fue mariachi y, efectivamente, hay muchas cuestiones de la música del fandango que tocan los mariachis, especialmente la música huasteca.
Yo lo hice de una manera muy personal con tres movimientos. El primero es muy rítmico, pero también hay una parte que es muy expresiva. Tiene esas dos partes. Un movimiento muy elaborado, a la manera clásica, como yo digo que tendría que ser un primer movimiento de concierto. El primer movimiento siempre es bastante elaborado, tiene que ver mucho con la música que yo he escrito en los últimos 30 años. Entonces, es como una expresión personal, muy rítmica, muy bailable, muy expresiva también.
El segundo movimiento tiene que ver con el huapango lento, ¿no? Ese huapango como “Cielo rojo”, Qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas… Es el tipo de huapangos lentos que se dan mucho en el mariachi, sobre todo. Es un movimiento expresivo y surge, justamente, como una especie de honor al huapango lento, ese huapango que se canta, a los mariachis. La música que yo escuché durante mucho tiempo con mi papá. El tercer movimiento se llama Fandanguito y en él retomo el nombre del famoso fandanguito huasteco. Un son huasteco muy violinístico. Yo estaba fascinado con este son desde hace muchísimos años.
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Ahora que tuve la oportunidad de hacer el concierto regreso a ese gran amor que tengo por el huasteco y el fandanguito, y hago este movimiento. En general, toda la obra es bastante virtuosa, pero los tres movimientos tienen que ver mucho con la expresividad musical.
Es, como decía Béla Bartók, un folclor imaginario total. Por supuesto, estoy totalmente inspirado en la tradición y el folclor, y los retomo. Me interesa la manera como se han escrito los conciertos de violín en el siglo XIX y XX.
En este deseo de dejar su impronta, noto una intensidad cercana al romanticismo
Yo creo que son esas dos cosas. Desde hace tiempo he trabajado mucho con el ritmo. Incluso en los movimientos lentos siempre hay alguna parte rítmica o que irrumpe, de alguna manera, la parte más tempestuosa. Pero toda esa parte romántica ha estado desde hace mucho. Hablo de un romanticismo personal.
Claro que hay propuestas musicales que tienen que ver con la tonalidad, la bitonalidad y también con el jazz. Es una mixtura de cosas que he reunido a través de los años.
También siento esa intensidad romántica en su Concierto de otoño
En el segundo movimiento, por ejemplo, ¿no?
Sí. Más allá del terreno musical, ¿qué emociones espera despertar en el público que lo escucha?
En principio, siento que uno tiene, como compositor, la intención de despertar lo que se quiere decir. Se trata de adentrarse en uno mismo para ver qué es lo que está dentro. Yo creo que el tema del fandango es maravilloso, impresionante. Es una fiesta. He estado en tantos fandangos, en tantos huapangos en Veracruz y Morelos; es la fiesta, pero también es la parte emotiva, es esas canciones lentas, románticas, de amor y juego. Entonces, pues siento que allí está toda esta experiencia que he tenido en los últimos 30, 40 años. Es un gran bagaje que tiene que ver con distintas emociones. Creo que soy una persona afortunada al tener tantos aliados. Intérpretes y público que captan perfectamente e incluso más de lo que yo quiero decir.
¿Este disco, reconocido con dos Grammys, de alguna forma cristaliza su trabajo en los últimos 40 años?
Lo hice casi a punto de cumplir 70 años. Es una etapa madura en todo: la parte técnica, la teoría, el conocimiento de lo que es la composición. Pero también está la parte emotiva. Lo que da la cara es la emoción y a ésta la sostiene el oficio desarrollado en todos estos años.
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Sus colaboraciones con figuras como Alondra de la Parra, Dudamel y Pacho Flores crean puentes más allá de México, ¿cómo percibe la conexión entre artistas latinoamericanos?
Existen muchos puentes. Alguien por ahí dijo que América Latina es una misma voz. Puede que en México estemos lejos de Argentina, Brasil y Chile. Sin embargo, los puentes que nos caracterizan son muchos. Hablando de cultura, estamos prácticamente en la misma cultura. El ritmo que se caracteriza en los fandangos, lo encontramos por muchos lados; cada quien lo ha modificado o personalizado de acuerdo a la tierra que está pisando. Eso ha hecho que la música de concierto latinoamericana tenga voces muy comunes. Podemos hablar de Ginastera, Chávez, Revueltas y Villa-Lobos. Lo que quisiera aclarar es que, en los últimos años —de los años 90 a la fecha; me refiero al momento en que cambié de estilo porque antes hacía música experimental— ha crecido mucho el encuentro con nosotros mismos. Yo no me referiría a esto como el nacionalismo o el regreso a la tonalidad. El encuentro con nosotros mismos tiene que ver con la tradición porque lo que nos identifica son justo nuestras tradiciones. Eso puedo verlo en Latinoamérica y en muchas partes del mundo. Son nuestros puentes. A muchos jóvenes les interesa la música contemporánea y experimental, y así debe ser. Pero también hay un gran número de artistas convencidos de que el color de nuestras tierras debe ser parte de nuestro arte.
Eso recuerda a los artistas, como Bartók y Shostakóvich, que llevan la tradición más allá de sus fronteras.
Por eso yo hablaba de cómo trabajaba Bartók el folclor imaginario. Siempre recuerdo aquella frase de Tolstói: Pinta tu pueblo y pintarás el mundo. También la frase de Heitor Villa-Lobos: Yo soy el folclor. Afortunadamente veo a varios compositores que estamos continuando ese camino. Lo más afortunado, diría yo, es que hay muchos jóvenes que también están encontrando allí su camino.
En Morelos ha trabajado con las infancias, ¿cuál cree que es la estrategia correcta para hacerlo? No sé si la iniciativa privada y las dependencias gubernamentales toman las mismas vías.
En la educación artística, hay muchas maneras de abordarlo. Más que los métodos, siento que lo importante es el maestro. No es fácil encontrar a un gran maestro que tenga interés en dar clases a los niños. Normalmente se estudia para ser gran concertista, teórico o compositor, pero es poco lo que se estudia para dar clases a los niños. Si toda la sociedad se encargara realmente de la educación artística de niños y jóvenes, viviríamos en un mundo totalmente distinto.