Si se piensa en algo originario de la Ciudad de México, remitirnos a la cultura sonidera es ideal para definir una parte de los barrios populares de la capital. Pero es exactamente el término “popular” o “del barrio” lo que resulta polémico o escandaloso, ya que, para algunos especialistas, no entra dentro de los estándares de “arte culto” o “alta cultura”.
Sin embargo, no se puede negar que la cultura sonidera ha tejido una historia en las calles populares de la ciudad, dejando una serie de rituales y manifestaciones dignas de apreciar, analizar y difundir.
Algunos expertos aseguran que la cultura sonidera es una forma en la que habitantes de barrios populares y colonias marginadas establecen relaciones con su comunidad, además de apropiarse de los espacios públicos y formar parte de ritos y costumbres propias de la Ciudad de México.
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La influencia del sonidero ha llegado incluso a otros países, como Estados Unidos: en Nueva York, Los Ángeles y Chicago el sonidero es parte de las fiestas de barrios habitados por mexicanos.
Fiestas populares
Un sonidero es una fiesta con música, luces, baile y una persona al micrófono enviando saludos a los asistentes.
Tienen lugar en barrios como Tepito, Lagunilla, Peralvillo, Agrícola Oriental, Pantitlán y en pueblos periféricos como San Mateo Xalpa, San Miguel Topilejo, San Pedro Mártir e incluso en el centro de la alcaldía Milpa Alta.
El común denominador de estos sitios es el alto grado de pobreza y marginación de su población. Y es ahí donde comienza la historia de los sonideros, en el antes llamado Distrito Federal, en un contexto de crecimiento económico, en donde familias comenzaron a habitar colonias populares cercanas a los centros urbanos.
Colonias como la Roma, Condesa y las Lomas comenzaron, desde los años 30, a albergar a las familias de clases medias altas; en el lado opuesto, colonias centrales y periféricas como Tepito, San Juan de Aragón y Peñón de los Baños se convirtieron en el hogar de otro tipo de familias, que se establecieron cerca de lugares populares como parques centrales, centros de comercio y de entretenimiento.
Es así que en los años 50, la configuración que tiene hoy la ciudad comenzó a tomar forma más concisa. Se establecieron colonias populares habitadas por obreros y personas de escasos recursos.
Con ello, llegaron necesidades propias de entretenimiento, así como de costumbres y uso de espacios públicos.
Ernesto Rivera Barrón, antropólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia y autor del libro Las tocadas sonideras en el paisaje urbano (UNAM, 2013), explicó que otro de los puntos focales para entender el fenómeno del sonidero fue la necesidad de configurar tradiciones propias de las colonias y barrios populares.
De acuerdo con el especialista, las familias de colonias populares comenzaron a modificarse a inicios de 1950, cuando las amas de casa comenzaron a llevar las festividades más cerca de sus hogares. “Diversos hechos originan la modificación de las estructuras de las fiestas familiares y se transformó a los patios de las vecindades en escenarios de fiestas y ambientaciones diferentes de como se venía haciendo; se trataba de llevar el ambiente o escenografía del cabaret o salón de baile al patio de la casa, donde se ponían mesas para todos los vecinos e invitados”.
Con la idea del cabaret en el patio de la casa, la música en vivo no podía faltar. Sin embargo, contratar orquestas o cantantes resultaba muy costoso, por eso la solución fue contratar un equipo de sonido que reprodujera canciones en enormes bocinas. Ese es el primer antecedente directo con el sonidero como lo conocemos en la actualidad.
Durante los 60 y 70, los sonideros se diversificaron. Su principal atractivo era que ambientaban fiestas grandes con canciones populares, lo que requirió de una gran cantidad de discos de géneros variados, consolas adecuadas para soportar los niveles de sonido y otro tipo de infraestructura como luces y carpas. Poco a poco se convirtió en un negocio y en una actividad con derrama económica.
“Los sonideros crecieron poco a poco y pasaron de ser empresas familiares o compuestas por dos o tres amigos, a empresas que comenzaron a emplear a muchas personas; son el sostén de las familias, desde el chofer del camión, los integrantes del staff, el valet, el taquillero, los que atienden la barra, el que vende souvenirs, el de los cigarros y hasta el que pone la música”, detalló Rivera Barrón.
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Aunque cuentan con una historia de más de siete décadas, los sonideros no están exentos de polémicas y rechazos, principalmente por las costumbres que acompañan a esta práctica.
Es muy común que en un sonidero las personas asistentes beban alcohol en vía pública, se altere el ruido de cada colonia o barrio y se cierren calles, lo que puede molestar a más de uno.
Por estos y otros motivos, sectores de la sociedad tienen reservas para poder denominar al sonidero como actividad cultural. Lo que sí se puede afirmar es que el fenómeno ha dado identidad a los habitantes de los barrios, se ha extendido a otras ciudades y forma parte de las costumbres de la CDMX.
Al respecto, Rivera Barrón expresó que la forma de crear y apreciar el arte y la cultura en México está influenciada por el pensamiento occidental, por lo que es difícil nombrar cultura o arte a algo creado en un barrio como Tepito. “Hablar de arte o cultura en México es referirnos a una academia que parece universal, la occidental, que pone todo su énfasis en lugares y tiempos distantes de nuestro país, pareciera que sólo existe la cultura occidental y que México no forma parte de esa universalidad, queda a la sombra de ese poder cultural”, puntualizó.
El experto añadió que, para entender mejor la influencia del sonidero y sus repercusiones sociales se debe voltear a ver lo que se produce en México y darle su valor como actividad cultural. “Es importante conocer y reconocer nuestras experiencias artísticas y estéticas, las que se generan en México, sólo así podemos dar el paso para dar definiciones sobre lo qué es la cultura mexicana”.
Patrimonio intangible
Después de una serie de polémicas que involucraron a la alcaldesa Sandra Cuevas prohibiendo los sonideros en la alameda de la colonia Santa María la Ribera en febrero pasado, y al gobierno local con la realización del Gran baile de sonideros en el Zócalo a inicios de la primavera, la Secretaría de Cultura local anunció el 4 de julio pasado que el sonidero será declarado patrimonio cultural inmaterial por la Ciudad de México.
Esta declaratoria será expedida bajo la Ley de Patrimonio Cultural, Natural y Biocultural de la Ciudad de México, y tendrá como principal propósito conservar y preservar al sonidero como una actividad cultural propia de la región.
Al respecto, Jorge Muciño Arias, director de Gestión Institucional de la Secretaría de Cultura local, explicó que esta declaratoria nombrará al sonidero como patrimonio inmaterial, lo que obligará a los gobiernos a difundir y promover esta expresión cultural.
“Lo más importante de la declaratoria es que se trabajarán planes de salvaguarda de este bien cultural; al ser intangible, su núcleo recae en protegerlo y difundirlo, será un plan de manejo y cuidado del sonidero, cómo lo vamos a promover, cuidar y conservar para que persista a través del tiempo y de las generaciones”, detalló.
Cabe destacar que la documentación para esta declaratoria ha involucrado a agentes culturales y académicos de universidades, cuerpos colegiados del gobierno y a instancias como la UNESCO.
“Pedimos acompañamiento de la UNESCO, les pedimos que evaluaran los expedientes para la declaratoria, para que nos dieran retroalimentación, conversamos sobre la pertinencia de nombrar al sonidero como patrimonio intangible”, expresó Muciño Arias.
De acuerdo con el funcionario, el interés de la UNESCO en participar en esta declaratoria a nivel local recae en que el sonidero tiene manifestaciones en otros países, además de ayudar a la CDMX a crear un padrón de sonideros, el cual, estimó, puede llegar a los 10 mil registros.