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El escritor argentino Jorge Luis Borges dictó a María Kodama el relato “Silvano Acosta” el 19 de noviembre de 1985. Este 1 de noviembre, el diario “La Nación” de Argentina publica el texto que permanecía inédito, en el que Borges cuenta la historia real de un desertor y la culpa que padece por un fusilamiento que ordenó su abuelo, el coronel Francisco Borges .
El relato que sale a la luz por primera vez y se incluye el manuscrito, fue escrito unos meses antes de que Jorge Luis Borges muriera en Ginebra, el 14 de junio de 1986. “La Nación” incluye además un video video producido por Ignacio Coló y Jesica Rizo, grabado por Alejandro Guyot, y editado por Guido Farji con fotos de archivo de La Nación, María Kodama, viuda de Jorge Luis Borges, hace la lectura completa de este relato hallado del escritor argentino.
En el relato, el poeta y narrador cuenta que desde el momento de nacer contrajo una deuda, asaz misteriosa, “con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871” y que esa deuda le fue revelada unos días antes del 19 de noviembre de 1985 –-cuando está fechado el relato--, debido a que se vendió en subasta pública, un papel firmado por su abuelo, en el que manda fusilar a un hombre. “Hoy quiero saldar esa deuda”.
Tras contar los avatares de la época convulsa que tenía en guerra a Argentina a finales del siglo XIX , Borges cuenta la breve historia de “Acosta”, el muchacho que fue levantado por la leva y que quizás por desquitarse desertó del Ejército y se pasó a los montoneros.
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Fue allí, ya como desertor que Acosta fue mandado a fusilar por su abuelo, y Borges hace la conexión con él. Dice que él nació 30 años después de aquel fusilamiento y persiste en él la culpa, hasta ese 19 de noviembre de 1985 en que dictó ese relato: “Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación, que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985”, concluye.
En la edición de este 1 de noviembre “La Nación” publica la versión íntegra del relato que había permanecido inédito y que hoy puede ser ya leído, e incluso escuchado en la voz de María Kodama, quien es escritora, traductora, profesora de literatura argentina y viuda de Jorge Luis Borges, con quien se casó en abril de 1986.
El diario cuenta además cómo Kodama encontró esa hoja suelta. Dice que semanas atrás, haciendo de la necesidad de la cuarentena virtud, María Kodama decidió empezar a ordenar su archivo. Entre muchos papeles apareció una hoja suelta que Borges le dictó en 1985 y que registra un cambio de perspectiva sobre la vida del abuelo Francisco Borges.
Foto: La Nación, Argentina, GDA
Texto íntegro
Mi padre fue engendrado en la guarnición de Junín, a una o dos leguas del desierto, en el año de 1874. Yo fui engendrado en la estancia de San Francisco, en el departamento de Río Negro, en el Uruguay, en 1899. Desde el momento de nacer contraje una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871. Esa deuda me fue revelada hace poco, en un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública. Hoy quiero saldar esa deuda. Nada me costaría fantasear rasgos circunstanciales, pero lo que me ha tocado es lo tenue del hilo que me ata a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte.
Asesinado Urquiza, la montonera jordanista asedió a Paraná. Una mañana entraron a caballo en la plaza y dieron la vuelta golpeándose la boca y gritando algún sapucai para hacer burla de la tropa. No se les ocurrió apoderarse de la ciudad.
Para levantar el sitio, el gobierno envió al regimiento número dos de infantería de línea. Faltaban plazas y una leva recogió algunos vagos en las tabernas y en las casas malas del Bajo. Acosta fue apresado en esa redada, entonces común. Nada me costaría atribuirle una parroquia de Buenos Aires o un oficio determinado -peón de albañil o cuarteador- pero esa atribución haría de él un personaje literario y no el hombre que fue lo que fue. A la semana desertó del cuartel y se pasó a los montoneros. Tal vez pensó que la disciplina entre gauchos sería menos severa que en las filas de un ejército regular. Tal vez quería desquitarse de haber sido arrastrado a la guerra. Prosiguió la campaña y un Destacamento del Dos trajo prisioneros. Alguien reconoció al pobre Acosta. Era un desertor y un traidor. El coronel Francisco Borges, mi abuelo, firmó la sentencia de muerte con la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron.
Yo nací treinta años después. Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación, que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985.
nrv