Más Información
Guadalupe Taddei solicitará ampliación del presupuesto para la elección judicial a la Cámara de Diputados; “si funciona, estaremos mejor en calidad y resultados"
Sheinbaum es una "consumidora voraz" de información: José Merino; el tablero de seguridad, herramienta clave, destaca
IMSS-Bienestar asegura mantener contratados a 2 mil trabajadores en entidades no adheridas al organismo
Rosa Icela Rodríguez se reúne con próximo titular del INM; “arrancaremos el 2025 con mucho trabajo”, asegura
SSa llama a tomar medidas preventivas ante bajas temperaturas; pide proteger salud por temporada invernal
La creadora de la serie literaria "Manolito Gafota" es la misma, pero es otra. Es la misma Elvira Lindo, la reconocida escritora española, pero el registro que ha usado en "En la boca del lobo" (Seiz Barral), su nueva novela, es abismalmente distinto. En esta nueva historia que tiene como protagonista a Julieta, una niña que apenas esta saliendo de su infancia, el universo que relata la autora es siniestro, oscuro y perturbador.
En esta novela, Lindo explora la herida profunda que se abre cuando las infancias son amenazadas por el horror de un lobo que vive en la propia casa. Un infierno feroz que la autora quiso contar siempre desde adentro, pero de manera literaria; sin dar de lleno al lector la historia cruda y descarnada, más bien guiándolo por los horrores de la naturaleza humana.
Lee también: "Mirar al otro", seis lecturas sobre la historia de México
¿Cómo te preparaste para contar una historia tan dura?
Al ser al mismo tiempo una novela de misterio, había como una dosificación de esa información, aunque hay muchas claves desde las primeras páginas de la novela, hay muchas claves que no todos los lectores intuyen porque puede parecer una novela realista de una niña que con su madre va a pasar al verano a un pueblo, o sea, lo que muchos lectores piensan es que al final va a acabar el verano, la niña vuelve a su escuela y que aprendió de esa experiencia. Pero eso tal vez crea cierta incertidumbre porque llega un punto en el que el lector se pregunta: ¿en qué se está convirtiendo la novela?, ¿en qué se está convirtiendo la historia? De pronto los tonos empiezan a cambiar, al mismo tiempo que acaba el verano de repente llega el otoño y todo empieza a cambiar, incluso cambia la voz que nos habla.
¿Contaste la historia desde las entrañas?
Yo estaba tan preocupada porque todo eso se contara bien, que podía sobreponerme al dolor de lo que estaba contando en la novela, y además yo estaba completamente dentro del alma de la niña, o sea, no narré la historia desde fuera. Está contada desde dentro. Yo pensé que yo podía haber creado esa voz narrativa con un habla habitual en una niña de 11 años, pero pensé que no se sostendría durante toda la novela, y lo que hice fue como penetrar en el alma y hablar desde el interior. Es la niña quién nos está hablando, nos cuenta lo que siente, lo que ve, pero no es un habla habitual, costumbrista, sino que es otra cosa diferente. Durante toda la novela nosotros estamos viendo los síntomas de ese dolor, pero no es hasta el final que tenemos la revelación. Es como si ella estuviera tratando de decirnos lo que le ocurre, pero no encontramos las palabras hasta que las leemos por escrito al final de la novela.
¿Te mantuviste en esa doble línea de ser ella y cuidar el lenguaje?
Si yo hubiera contado la historia de una manera literal que es lo que está muy presente en la literatura actual, podría haber hecho una exhibición de los escabroso de la historia, haber contado con precisión qué es lo que le ha sucedido a la niña, narrar el momento de lo que le está sucediendo, podía haber optado por eso, pero yo no quería eso; por un lado fue una decisión literaria y también fue una decisión ética. Yo creo que cuento mejor cómo ha pasado el trauma por ella a lo largo de la vida desde otro lenguaje y con una especie de delicadeza.
¿Utilizas símbolos para hacerla menos dura?
Hay mucha simbología en el libro, me parece que así llego más a la verdad que contando literalmente lo que le sucede. Claro que hay historias que desgarran, porque si no las sintiéramos nos convertiríamos en puros narradores de sucesos. Y yo no quiero hacer eso. Sé que eso se da mucho porque tal vez hemos llegado a un grado de exhibición en las cosas que contamos, que parece que hay una carrera para llegar a ser el primero en el terreno de lo escabroso, de la violencia contra las mujeres. Parece que estamos en un punto de a ver quién lo cuenta de manera más literal; sé que es una corriente ahora mismo en la literatura, pero yo no quería abordar mi historia desde ahí.
Lee también: Descubren una gruta ancestral en el tramo 5 del Tren Maya
¿Fuiste a buscar historias de mujeres violentadas?
Traté de tener una cierta documentación psicológica para ver cómo afecta, o sea cómo se producen, cuáles son los síntomas que nos están diciendo que eso está sucediendo, porque hay una sintomatología física que debiera alertarnos sobre lo que está ocurriendo, pero es curioso que estemos tan ciegos o que no queremos ver; muchas veces se podrían parar cosas, pero parece que el entorno no quiere creerle a las mujeres o a los niños.
¿Y ese no querer ver la violencia es mucho más doloroso?
Es decir, ninguna casa es segura, ninguna familia es segura ni puedes estar protegida. Las estadísticas, los datos, los casos confirman que a lo mejor hay culturas que favorecen o entornos en los que eso suceda, eso es así, porque forma parte, digamos, de la cultura del abuso. Como que no está castigado suficientemente como para decir que quienes abusan no son psicópatas, sino personas que se aprovechan del más vulnerable, sea niño o niña. Hay una normalidad sobre que los hombres hagan lo que quieran y que no van a ser castigados.
Lee también: La FUNAM, mi universidad y yo