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Rubem Fonseca, el escritor brasileño que ayer murió a los 94 años por un infarto en su departamento de Río de Janeiro, era parco de palabra y negado total a la vida pública, pero abundante en su literatura y generoso con jóvenes escritores. En 2003, cuando recibió de manos de Gabriel García Márquez el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, dio un breve discurso que selló con una frase contundente: “Juan Rulfo sigue teniendo algo que decir a sus lectores y sigue teniendo algo que enseñar a sus colegas de oficio”.
El narrador, considerado uno de los principales exponentes de la literatura universal, pues rompió las fronteras de Brasil y pronto abarcó una dimensión latinoamericana, murió camino al hospital luego de sufrir un infarto durante una comida en su apartamento, según informaron miembros de su familia.
El novelista, cuentista y guionista nacido en Minas Gerais, el 11 de mayo de 1925, forjó una narrativa con un estilo agudo y mordaz, con gran maestría en el tratamiento de la crueldad, con amplio conocimiento de la condición humana, con un estilo que influenció a las posteriores generaciones de escritores, con una gran riqueza de lenguaje popular y con una profunda mirada crítica de la sociedad brasileña de finales del siglo XX y las primeras décadas del siglo XXI.
Ganador del premio Camoes el mismo año que obtuvo el Juan Rulfo, Fonseca fue muy cercano a México a través de sus miles de lectores y de los estudiosos de su obra. El jurado que le concedió por unanimidad el Premio Juan Rulfo destacó haber renovado la prosa narrativa en lengua portuguesa, al aprovechar y reelaborar las formas de la literatura popular, entre ellas la novela negra, la política, la social, la erótica.
También resaltó su estilo directo, su poética tremendamente personal y su capacidad para reflejar la condición del mundo contemporáneo. Su literatura está marcada por su estilo ácido, violento, áspero, seco y directo, dotada de grandes dosis de erotismo y sexualidad.
Fonseca estaba a un mes de cumplir 95 años, el 11 de mayo, y aunque no llegó a conmemorarlo, la vida le alcanzó para ver su encumbramiento literario; tuvo claro que fue uno de los autores latinoamericanos más influyentes del siglo XX y un renovador de la literatura brasileña, un maestro de generaciones de escritores que abrevaron de su lenguaje “salvaje”, “vulgar”, “obsceno” y violento, pero ante todo aprendieron de sus consejos.
Su universo literario —que superó 30 obras publicadas— está habitado de seres marginados, asesinos, asaltantes, violadores y prostitutas; Fonseca decía que un escritor debía tener el coraje de mostrar lo que la mayoría de la gente teme decir. Dijo lo que quiso a través de su narrativa sin cortapisas, cuestionó al poder, a los políticos y a las buenas conciencias, eso lo tuvo en medio de polémicas y le provocó la censura desde la dictadura, e incluso recientemente.
Hace pocos meses, autoridades de la provincia de Rondonia ordenaron retirar de sus escuelas públicas decenas de libros clásicos de la literatura nacional brasileña por su contenido “inadecuado”, entre ellos estaban libros de Rubem Fonseca; luego dieron marcha atrás.
En 2015, durante la ceremonia donde le fue entregado el Premio Machado de Assis, uno de los principales galardones de la literatura brasileña, Rubem Fonseca dijo: “Yo escribí 30 libros. Todos llenos de palabras obscenas. Nosotros los escritores no podemos discriminar las palabras. No tiene sentido que un autor diga ‘eso no lo puedo usar’”.
La obra de Fonseca es extensa y diversa; destacan sus libros Feliz año nuevo, El caso Morel, El cobrador, Agosto y El gran arte, que algunos consideran su obra maestra. En México circulan bajo el sello Cal y Arena, y en Tusquets Editores han publicado tres libros de cuentos, y uno de pequeñas historias.
Realismo brutalista
Las historias de Rubem Fonseca venían de los bajos fondos que conoció como abogado penalista, luego como miembro del cuerpo de policía, inspector y jefe de relaciones públicas; venían de conocer sus barrios y caminar sus calles; estudió Administración de empresas en la Universidad de Nueva York, pero luego se quedó en la literatura, a la que llegó cuando ya tenía 38 años.
Estudiosos de su obra, como Alma Delia Miranda y Armando Escobar, así como uno de sus traductores, Romeo Tello Garrido, hablan de los aportes de la narrativa de Fonseca a la literatura universal; de las situaciones corrosivas en las que ubica a sus personajes y de los giros de humor característicos dentro de su literatura, en la que destacan sobre todo su obra cuentística; y particularmente su lenguaje, potente y brutal.
Armando Escobar, profesor e investigador de la UNAM y estudioso de la obra cuentística de Fonseca, sobre todo la primera etapa de su creación literaria, asegura a EL UNIVERSAL que “se acaba de ir uno de los grandes, grandes autores latinoamericanos, se habla mucho de que es uno de los grandes escritores brasileños, pero hay que verlo en una dimensión latinoamericana que tiene su obra”.
Escobar afirma que a partir del libro de cuentos Feliz año nuevo, Rubem Fonseca traspasa las fronteras de Brasil gracias a la censura de ese libro por la dictadura militar, que lo descalificaba por “su lenguaje verbal” que hería “de forma brutal los preceptos éticos de la sociedad”, un lenguaje que la dictadura censuró pero que los lectores justamente aprecian y celebran.
“Fonseca era un autor con un ojo muy crítico de la realidad social de su país, sobre todo con la de los marginados, y era muy crítico con la situación de violencia de Brasil, era uno de los grandes autores que exponían la violencia sin ningún tipo de miramientos, era una forma de escribir brutal”, afirma Armando Escobar, quien recuerda el estilo que acuñó otro estudioso de Fonseca, quien denominó a su literatura “realismo brutalista” y que incluso llegó a ser considerado autor de una narrativa que hacía una apología de lo criminal.
Romeo Tello Garrido, uno de los primeros traductores de Fonseca en México, califica como una pérdida muy grande la muerte del narrador brasileño, “era el escritor más importantes de las últimas décadas en Brasil, el más grande que estaba vivo hasta el día de hoy; será irremplazable porque es autor de una obra crítica, que abordó los temas más cotidianos de la vida moderna donde la violencia está en la vida cotidiana”.
Tello Garrido dedicó a la obra de Fonseca su tesis de maestría, en los años 80; y comenzó una amistad con él en 1993, cuando Fonseca vino a Bellas Artes para participar en un homenaje a Rulfo; luego lo invitó a la UNAM y a comer a su casa; tiempo después le propuso hacer una antología de sus cuentos para Alfaguara, incluso Fonseca consiguió recursos para la traducción; y lograron una edición que ya es inconseguible.
Por su parte, Alma Miranda, coordinadora de la licenciatura en Letras Portuguesas, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dice que Rubem Fonseca vivió la gloria como escritor porque no sólo fue reconocido por instituciones y premios, fue sobre todo muy leído por muchas generaciones.
La doctora en Literatura Hispánica coincide con quienes llaman a Fonseca “El Machado de Asís de estos tiempos”; “Definitivamente es un maestro entre sus pares contemporáneos y los más jóvenes, fue un maestro y marcó una manera de comprender la literatura y de construir la literatura”.
Fonseca, el escritor cuya muerte fue lamentada por muchísimos autores e instituciones culturales, marcó su tiempo y lo vivió a plenitud y lo dejó impreso en su literatura cargada de la violencia de Brasil que habita toda Latinoamérica.