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Escritora, e intelectual, Rosario Castellanos fue una de las poetisas mexicanas más destacadas del siglo XX. Su obra destacó por la agudeza de su crítica ante una sociedad que se imponía y relegaba a los más vulnerables, los pueblos indígenas y las mujeres.
Rosario Castellanos Figueroa
nació el 25 de mayo de 1925 en la Ciudad de México, pero poco después fue enviada a Comitán, Chiapas, donde se encontraba su familia, allí transcurrió la mayor parte de su infancia.
Debido al trabajo del padre de Castellanos, la infancia la vivió en Comitán de Domínguez, Chiapas; lo que más tarde se convertiría en un elemento fundamental que influyó en las obras de la escritora Aunque Castellanos destacó en la literatura mexicana como poeta, su primera incursión en las letras fue a través de la novela Balún Canán (1957), que junto a Ciudad Real (1960), su primer libro de cuentos, y Oficio de Tinieblas (1962), su segunda novela, conformaron la trilogía indigenista más importante en la narrativa mexicana.
Como poeta escribió entre otros volúmenes "Trayectoria del polvo" (1948) y "Lívida luz" (1960), en los que reveló sus preocupaciones derivadas de la condición femenina en la sociedad.
A 94 años de su nacimiento, celebramos a Rosario Castellanos con una selección de sus poemas más destacados.
Nocturno
Me tendí, como el llano, para que aullara el viento.
Y fui una noche entera
ámbito de su furia y su lamento.
¡Ah! ¿quién conoce esclavitud igual
ni más terrible dueño?
En mi aridez, aquí, llevo la marca
de su pie sin regreso.
Ajedrez
Porque éramos amigos y a ratos, nos
amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero enfrente
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.
Henos aquí hace un siglo, sentados,
meditando encarnizadamente
como dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.
Amor
Solo la voz, la piel, la superficie
pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar mas allá.
Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada,
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre ciego del sollozo.
El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.
Desamor
Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.
Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.
Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.
El otro
¿Por qué decir nombres de dioses, astros
espumas de un océano invisible,
polen de los jardines más remotos?
Si nos duele la vida, si cada día llega
desgarrando la entraña, si cada noche cae
convulsa, asesinada.
Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre
al que no conocemos, pero está
presente a todas horas y es la víctima
y el enemigo y el amor y todo
lo que nos falta para ser enteros.
Nunca digas que es tuya la tiniebla,
no te bebas de un sorbo la alegría.
Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.
Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,
lo que come es tu hambre.
Muere con la mitad más pura de tu muerte.
Los adioses
Quisimos aprender la despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los verdeantes prados.
miramos su hermosura
pero no nos quedamos.