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La Santa Cecilia, agrupación mexicano-estadounidense que fusiona géneros como el bossa-nova, la rumba, el rock y el bolero, empezó hace 14 años tocando en las calles. Están asentados en Los Ángeles, California, ciudad más latina que muchas del continente y en sus venas Consuelito Velázquez y Janis Joplin se toman de las manos.
Decir que hace casi una década, en 2014, uno de sus lanzamientos, Treinta Días, ganó el Grammy al mejor álbum alternativo o rock latino, después de empezar desde abajo, podría parecer un cliché. Pero no lo es.
Para la banda que presenta hoy, a las 20:00 horas, en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas, como parte de la programación del Festival Internacional Cervantino, su disco más reciente, Cuatro Copas, el ascenso fue un sueño, cuenta el acordeonista y requintista José “Pepe” Carlos: “Empezamos este proyecto después de que ya habíamos tocado en grupos de salsa y de jazz. Algunos de nosotros tocábamos en bodas y velorios. En todo. Tocábamos la música tradicional mexicana, pero ya teníamos la inquietud de escribir nuestras propias canciones y reflejar el momento de vida que atravesamos en Los Ángeles, siendo hijos de padres inmigrantes. Traíamos en la sangre la influencia de la cumbia, del rock y del bolero. Era una muy buena razón para explorar nuestros propios sentimientos. Así, nos formamos y así se fundó La Santa Cecilia, en esta exploración de muchos géneros musicales. Creo que hasta el día de hoy vivimos agradecidos con la academia por reconocernos con el Grammy. Uno empieza sin saber qué premios va a ganar o hasta dónde puede llegar. Eso nos abrió muchas puertas".
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El Grammy, continúa, era un premio que no vislumbraban; habían visto, de lejos, a sus artistas favoritos ganándolo. Ahora, muchos años después, aún sienten cierta fiebre al tocar sobre el escenario: “En algún momento nos dimos cuenta de que La Santa Cecilia era un reflexión que tenían muchos jóvenes mexicano-americanos o latinoamericanos en L.A.”
“Pepe” hace memoria y dice que la revelación empezó en un bar donde tocaron durante un mes. El acordeonista duda: cree que se llamaba La Cita. Allí, la gente coreó y bailó sus canciones; allí entendieron, también, que lo que hacían era un reflejo de la ciudad y su conexión con los jóvenes: “Con la música vaciamos la conexión, pero es cierto que los premios dictan cuándo y cómo va a ser recibido un proyecto. Aquí, en Los Ángeles, entendimos que pasaba algo especial”.
El presente ofrece posibilidades hermosas —continúa “Pepe”—: la unión que se alcanza mediante plataformas como YouTube, por ejemplo, o este maravilloso viaje a México. Pero tampoco niega que aún existe la discriminación de algunos sectores. “Lo más hermoso es que la música nos ha ayudado a romper fronteras y estereotipos”, dice y recuerda que hace tiempo, cuando hicieron su primer viaje a Texas, sintieron temor. “Giramos con un artista de country y pensamos en cómo nos iban a recibir. Pero fíjate, qué hermosura cuando escuchan el acordeón y una ranchera y sienten la misma emoción que nosotros. A través de la música podemos romper las barreras, incluso étnicas y religiosas”.
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La Santa Cecilia ha mostrado siempre su respaldo hacia la comunidad migrante: “Yo nací en Oaxaca y emigré a Estados Unidos a los seis años. Los siguientes 27 años no tuve papeles. El inmigrante, que viene y trabaja, le ofrece tanto a la economía, cultura y vida de Estados Unidos; es injusto que no se le dé papeles a alguien que aporta tanto. Hemos sido abiertos con la justicia hacia los inmigrantes porque nosotros mismos somos inmigrantes. Nuestra canción que hace referencia a los muchachos que llaman dreamers, es la que ganó el Grammy”, concluye.