La ampliadora de imágenes con la que trabajó el artista y publicista español está resguardada en la casa de su sobrino, el ingeniero químico Carlos Renau. Un soportal sostiene la maquinaria de madera que en la década del 50 estuvo empotrada a una pared. Un par de manijas sirve para manipular la ampliadora y mueve la distancia entre ésta y el papel fotosensible sobre el que las fotografías se imprimen; misma distancia que determina el tamaño de las imágenes. Dos charolas contienen los negativos fotográficos y, si un par de centímetros separan al proyector del papel, la reproducción será pequeña; si la máquina, al contrario, se giraba a una distancia de varios metros de su objetivo, la imagen abarcaba la superficie de un muro.

Con esa máquina, Josep Renau diseñó, entre 1939 y 1957, alrededor de 300 carteles de algunas de las cintas más emblemáticas de la época de oro del cine mexicano: enlistados en desorden, títulos como El mártir del Calvario, de Miguel Morayta; Crimen y castigo, de Fernando de Fuentes; Ansiedad, de Miguel Zacarías; La noche avanza, de Roberto Gavaldón; Ahí está el detalle, de Juan Bustillo Oro; Allá en el rancho grande, de Fernando de Fuentes y Ensayo de un crimen, de Luis Buñuel, entre decenas de películas que se convirtieron en hitos de la historia del .

Una serie de acercamientos al rostro de actores como Enrique Rambal, Carlos López Moctezuma, Pedro Infante, Jorge Negrete, Mario Moreno Cantinflas, Libertad Lamarque, Pedro Armendáriz y Rita Macedo —si tomamos, por ejemplo, un puñado de nombres de las figuras centrales de esa época— eran presentados en los de un metro por 70, identificables por una serie de características que fungían como especie de huella digital del artista. Más allá de la firma de Renau se halla la estética particular dejada en su técnica de trabajo: la pistola de aire con la que el artista pintó sobre las imágenes, trazó líneas que separó con cartones para tener las capas de color, delineó rasgos y acentuó ciertas características psicológicas en el rictus del actor y su personaje en turno.

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Son alrededor de 180 carteles originales los que Carlos Renau conserva. Foto: Fernanda Rojas/ El universal
Son alrededor de 180 carteles originales los que Carlos Renau conserva. Foto: Fernanda Rojas/ El universal

Esa era una de las características del trabajo de Renau, explica Carlos, su sobrino, quien resguarda el acervo del artista. Al margen de que es —como ya se dijo— ingeniero químico de profesión, Carlos decidió dedicarse a difundir y resguardar el acervo dejado por su tío durante sus años mexicanos. Cuidar esta memoria es un proyecto de vida que empezó después de su jubilación. En un archivero grande, con una serie de cajones, se encuentran las grandes carpetas en las que se apilan selecciones de los pósters que Carlos fue recuperando, a lo largo del tiempo, con su propia familia y allegados de Renau.

Entonces, los procesos de trabajo eran diferentes, cuenta Carlos. Al solicitarle un cartel, lo primero que hacían los productores era leerle los requisitos del proyecto, su concepto: una fotografía de un abrazo entre Pedro Infante y Libertad Lamarque, por ejemplo. Él la sostiene de la cintura, ella entrelaza los brazos alrededor de su cuello. Bajo la imagen, en letras amarillas puede leerse el título de la película: Ansiedad, y el nombre del director, Miguel Zacarías, en letras amarillas, que la esposa de Renau, la también pintora e ilustradora Manuela Ballester, hacía a mano. Si tuviéramos una lupa o una impresión en grandes dimensiones, explica Carlos, podríamos ver imperfecciones ligeras en el trazo y diferencias milimétricas en el espacio de las letras.

Este acervo, por supuesto, no permanece a puertas cerradas. En el marco del 85 Aniversario del Exilio republicano español en México —un capítulo clave, el de la calidad histórica y política del país como tierra de refugio, necesario para comprender a fondo la identidad del México contemporáneo— se presentan dos exposiciones, una física y una virtual para adentrarse en el trabajo de Renau. La primera, la muestra digital, Los carteles de Josep Renau para el cine mexicano, está en el sitio web de Memórica. México haz memoria, desde el 22 de julio (, que permite la consulta de material digitalizado del Archivo General de la Nación, el Consejo Nacional de Archivos y el Fideicomiso para la Promoción y Desarrollo del Cine Mexicano, entre otros).

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La exposición digital de Renau fue resultado del trabajo conjunto entre Carlos Renau y el Procine.

En el caso de la muestra física, Arte, Exilio y Cine Mexicano: Josep Renau, podrá verse a partir del 1 de agosto y hasta el 14 de septiembre en el Cineclub La Fragua de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el cual se ubica en el Ex Convento de la Santa Cruz de Tlatelolco; muestra que también se organiza a través del fideicomiso del Procine y está conformada por 80 reproducciones, afirma Carlos, en tamaño doble carta. El material, es importante decirlo, fue digitalizado hace una década por la Filmoteca de la UNAM.

Carlos Renau cuenta que, de los 300 carteles que Josep Renau hizo, él posee unas 180 copias originales, que en muchos de los casos tuvieron que ser restauradas y protegidas. En España hay otros 100 y se estima que 20 están perdidos.

El material seleccionado en ambas muestras, 80 carteles, obedece a la presentación de una muestra variada, completa, del trabajo que hizo Renau, con diferencias sustanciales y presentando un panorama plural, a partir del valor estético.

El tránsito mexicano de Renau es sólo un episodio en la historia de un hombre que, si bien no es un desconocido, merece nueva luz y reconocimiento sobre su vida y obra.

Al llegar a México, por ejemplo, en enero de 1939, refugiado y cobijado bajo el mandato de Lázaro Cárdena, Renau ya era identificado porque había carteles que se exportaban desde España y ya llevaban la firma del artista. Ciertos hechos, como su amistad con León Felipe o David Alfaro Siqueiros, también son conocidos; con el famoso muralista colabora en el mural Retrato de la burguesía, que está en la escalinata del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).

Para Renau, el capítulo mexicano acaba en 1957, cuando deja el país y se muda a Alemania, donde se dedica a hacer murales, formar a sus alumnos e incursiona, incluso en el cine —uno de sus trabajos más ambiciosos, Petrograd 1917 (Lenin Poem), quedó inacabado.

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Carpeta de trabajo de Josep Renau. Foto: Fernanda Rojas/ El universal
Carpeta de trabajo de Josep Renau. Foto: Fernanda Rojas/ El universal

Allá fueron pocos los carteles de cine que hizo hasta su muerte, el 11 de octubre de 1982 en Berlín del Este, a los 75 años de edad.

Si bien, lo que antecede el tránsito mexicano de Josep Renau no es menos apasionante y febril y revela a un artista precoz y de una fuerte personalidad.

“Renau estuvo encargado de proteger contra la guerra todo el arte de España. Él evacuó el Museo Nacional del Prado y evacuó muchísima obra de España. Las Meninas solamente han salido de España una vez y las sacó Renau, se las llevó a Ginebra para protegerlas. Los alemanes que estaban ayudando a Franco atacaron el edificio del Prado, con bomas incendiarias en 1935”, detalla Carlos Renau.

“Cuando Ranau evacuó toda la parte de obras, se encargó de hacer el Pabellón de España de 1937 de la Feria Mundial de París y allí le pagó a Pablo Picasso para que hiciera un cuadro que decorara el pabellón español. el Guernica existe, en parte, gracias a Renau”, continúa.

Un capítulo particular marcó su trayectoria, en los años de estudiante fue expulsado por incitar la protesta de sus compañeros al no tener planes de estudio que abarcaran las vanguardias. Ante esto, el padre de Renau lo castigó mostrándole un poco del mundo real y lo hizo trabajar en talleres que después le darían las herramientas para colaborar profesionalmente con los productores de cine de España y México.

A los 19 años de edad, sorprendentemente, Renau fue director general de Bellas Artes en el Ministerio de Cultura de España, cargo que sería el equivalente a llevar el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de México.

A la muestra virtual la acompaña un texto biográfico que hizo Carlos Molina, doctor en Historia del Arte y subdirector de Patrimonio Cultural Digital en Memórica.

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