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El movimiento #Metoo en Twitter, que desde hace días ha servido para hacer denuncias de acoso y/o abuso de parte de escritores, periodistas, académicos, teatreros, bailarines y músicos, ha mostrado la punta del iceberg de un panorama desolador en México. Además ha puesto en evidencia que hay negación de esta realidad con conductas intolerables y carencia institucional para hacer las debidas denuncias.
“Si esto lo vemos como un síntoma, entonces estamos hablando de una problemática real y nos dice que estamos fallando en tener mecanismos para tomar en serio las denuncias y para que sean encausadas en un debido proceso”, dice la antropóloga Marta Lamas, autora del libro Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? (FCE, 2018).
De acuerdo con la investigadora titular del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM, en el movimiento que se ha viralizado en redes sociales se han denunciado muchísimas prácticas nefastas que van de violaciones a los típicos casos de frotamientos, pero también casos de amenazas de despedido, que revelan que se condiciona el trabajo si no hay favores sexuales. “Hay un enojo ante el abuso de poder, miedo de perder el empleo, esto ha marcado el panorama desolador que existe en México”.
Ayer, se dio a conocer que tras una denuncia en Twitter en la cuenta @Metoomusicamx sobre un presunto acoso cometido hace tiempo contra una adolescente, el escritor y músico Armando Vega Gil se suicidó tras escribir en esa red social que era inocente.
El movimiento también ha generado que funcionarias e instituciones culturales como Lucina Jiménez, directora del INBAL; Marina Núñez Bespalova, secretaria ejecutiva del FONCA, y la Secretaría de Cultura federal se expresaran a favor de las mujeres, de espacios laborales seguros y en contra del acoso.
Lamas advierte que la denuncia en redes ha abierto la puerta a denuncias anónimas y que se están mezclando cosas muy graves, como las violaciones con acciones que, dice, no pueden ser consideradas acoso. “Estamos enfrentando, como sociedad, cosas muy duras. El camino no es, en este momento, buscar quién tiene más la culpa sino buscar los mecanismos para frenar las conductas agresivas e ilegales. Hay un deterioro de la sociedad y eso es muy grave, pienso en las personas que han sido testigos de esos acosos y no dicen nada”, lamenta.
Y añade: “En mi libro Acoso apunto que este llamado de basta al acoso es también un basta a la desigualdad, al machismo. Hay un hartazgo y un enojo legítimo. ¿Cómo hacemos justicia ante esta situación? Estamos ante una reacción que apunta a que todo tiene que ser castigado y tener mano dura, que se vayan a la chingada”.
Sin embargo refiere que se tienen que tomar en cuenta los matices de muchas situaciones e identificar qué tipo de actitudes deben ser frenadas, como una palabra inapropiada; y qué acciones merecen denuncia y castigos, como manoseos y violaciones. En cualquier caso, dice, las denuncias anónimas generarán problemas. “Cuando los ánimos están tan encendidos es muy difícil pensar en estrategias para que a estos cuates les caiga el veinte y se avergüencen de esas miradas, de los frotamientos, de las palabras”.
Además advierte que es tiempo de repensar el movimiento y plantear, por ejemplo, que si hay una empresa, una escuela o una institución en donde se genera acoso sexual, se levantará la denuncia. “Me parece importante exhibir que eso está pasando, que hay formas de agresión, presión, pero también preservar la presunción de inocencia, que es un logro civilizatorio”.
Lamas abunda: “Claro que hay que denunciar las acciones y los lugares en donde se están haciendo. Hay que hacer la denuncia como se tiene que hacer, esto permitiría avanzar en los procesos. Por desgracia las denuncias anónimas no sabes quién las hace. Y cuando la gente tienen el valor de dar la cara, que siga el procedimiento, que su acto valiente siga el debido proceso. Si el fin es hacer justicia, parar el acoso y el abuso sexual en todas sus formas, no se vale hacerlo brincando procesos que nos llevan a la justicia”.
Relaciones de poder. Leonardo Olivos Santoyo, catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales e investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplanarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM, antes de definir qué es el acoso, sostiene que es necesario explicar que el acoso es parte de la violencia contra la mujer.
“La violencia contra la mujer es un universo de acciones y omisiones que tienen como fundamento relaciones desiguales de poder. Es el recurso que se tiene desde el poder que ayuda a perpetuar la relación entre hombre y mujer y que tiene expresiones en las relaciones cotidianas. Hay una serie de categorías de violencia, como la física, que es en la que se piensa comúnmente porque cuando se piensa en violencia saltan actos físicos que agreden al cuerpo, que lastiman en un sin número de formas, pero también está la violencia emocional, la psicológica, la económica o la patrimonial, entre otras”.
El investigador agrega que dentro de los tipos de violencia está la sexual, en la que, a su vez, es posible encontrar el acoso y el hostigamiento hacia las mujeres y que puede tener manifestaciones en múltiples situaciones y espacios.
“El acoso es un fenómeno que está extendido, que es transversal a toda clase social, a todo grupo cultural. A veces se cree que la violencia solamente se da en grupos determinados, analfabetos, o marginados, pero hoy estamos poniéndonos frente a un espejo que nos muestra que el acceso a la educación formal no es una vacuna contra la violencia. El acoso está presente en relaciones de toda índole, como las que se establecen en el trabajo, en la escuela, en el espacio público, en el transporte”, dice Olivos.
El catedrático enfatiza que en el perfil de los acosadores puede estar cualquiera y considera que hace falta definir qué es el acoso, porque esa falta de conceptualización ha provocado la normalización de ciertas conductas del hombre.
“Hay muchos actos y omisiones que forman parte de un repertorio con el cual hemos nacido y con el cual hemos sido socializados y que además ejercemos todo el tiempo y que nos parece inofensivo, hilarante. La violación es el extremo de un continuo que probablemente muchos no lleguemos a tocar pero en el camino hay muchas otras acciones de las cuales somos partícipes, incluso cuando silenciamos nos hemos convertido en cómplices del acoso que otros hombres hacen pero que por no lesionar los ‘micropactos’ que firmamos con nuestros camaradas nunca decimos nada, al contrario, lo celebramos con carcajadas”.
Olivos comenta que para que los hombres sean conscientes de algunos actos, es necesario un proceso de reeducación profunda en el que se reconozca la condición humana de las mujeres. “Hombres y mujeres transitamos por los mismos espacios pero jamás nos percatamos, casi todas las mujeres que conocemos han sido objetos de palabras, gestos, expresiones, silbidos. Las mujeres se enfrentan a otro espacio que está lleno de esto”. Es necesario generar “empatía y reconocimiento de que lo que ellas dicen es cierto, porque siempre está la duda de si mienten para perjudicar a un buen hombre”.