Un joven gobernante flanqueado por dos ancianos con ofrendas de agua y fertilidad es parte de la poca información que se ha podido deducir sobre el friso maya Relieve de Placeres, que actualmente se restaura en vivo frente a los visitantes del Museo Nacional de Antropología (MNA).
La pieza, se cree, formaba parte de un edificio en algún lugar de la selva de lo que hoy es Placeres (Campeche), y se estima que es del periodo clásico maya (entre 200 y 600 d.C.). Contrario a su pasado, hay más información de lo que podría decirse que es la segunda época de vida de esta reliquia (de 8 metros de largo y 2.40 de alto). Hace 54 fue rescatado tras ser víctima de tráfico de patrimonio cultural y en 1985 y 2017 sufrió leves alteraciones por los sismos.
Su historia se remonta a 1968, cuando un grupo de traficantes profesionales cubrieron el friso con un polímero llamado Mowilith para evitar que se disgregara, pues lo cortaron en 48 pedazos, empacaron y mandaron por avión a Estados Unidos, en donde fue ofrecido al Museo Metropolitano de Nueva York, institución que rechazó la compra y alertó al entonces director del MNA, Ignacio Bernal, para ser repatriado un año después.
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Entonces, la pieza pasó por su primer proceso de restauración; se construyó una reposición (una base) para sostener al rompecabezas arqueológico y se pintó para darle un aspecto uniforme y ocultar las grietas. El autor de este trabajo fue el restaurador Carlos Sigüenza, y el lugar y año de esas labores (México, 1969) se documentan en una vieja página de periódico detrás, en la reposición. “Esto nos da más información que los reportes que luego nadie lee”, bromea Sergio González García, restaurador del MNA y coordinador del segundo proceso de restauración que atraviesa el friso desde 2018.
Relieve de Placeres ha estado expuesto todo este tiempo en la Sala Maya. González García presentó el proyecto de restauración porque había detectado deterioro en la estructura que lo sostenía, corriendo el riesgo de que cayeran piezas y dañara a algún visitante o se perdiera información. “En este momento fue cuando nos dimos cuenta que había un color atrás del polímero, que era lo que estaba visible, había un diseño, una policromía que no había sido vista desde que fue saqueado”, explica.
La primera etapa de la segunda restauración, la actual, consistió en el análisis científico hecho por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y la Coordinación de Conservación del INAH. Se cambió la estructura por una más estable y sólida, que hizo al friso tan pesado al grado que se optó por no moverlo; así se decidió hacer los trabajos de restauración en la sala. También se limpió el polímero.
Tras cuatro años, ya se trabaja en la última etapa: “la reintegración cromática” de los resanes y reposiciones (base no original que une al “rompecabezas”) para que no sean más llamativos que los relieves originales.
“Queremos llevarlo a un estado previo al saqueo. Cuando empezamos a restaurar la pieza, vemos que el maestro Sigüenza intentó restaurarla como si fuera nueva, todos los resanes eran íntegros y el color era uniforme, aunque estuviera fuera de tono. Nosotros queremos mostrar las huellas del tiempo, no queremos quitar la evidencia del desgaste”, dice González sobre el objetivo de esta segunda restauración.
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Pero al igual que su recorrido, la restauración del friso no ha sido sencilla. El primer obstáculo al que se enfrentó Sergio González fue la falta de presupuesto para emprender el proyecto, por lo que tuvo que conseguir financiamiento el primer año por parte del Bank of America, mientras que el resto lo ha solventado el Patronato del Museo Nacional de Antropología, que recauda fondos del sector empresarial y social. El INAH puso su parte en la etapa de investigación, pero el restaurador reconoce que ha habido un recorte presupuestal “fuerte”.
Más que estabilizar al delicado e invaluable rompecabezas, la limpieza ha sido la tarea más demandante, pues el polímero fue difícil de retirar, después de permanecer pegado por 50 años, y se tuvo que diseñar un gel especial para este proceso, luego de realizar pruebas por dos años con otros químicos.
Otra etapa difícil de la restauración fue durante la pandemia, que afectó directamente al equipo, pues dos especialistas perdieron la vida: Jenny Ayala Cuevas y Felipe Coraza Arguijo. En los primeros meses, el restaurador y su equipo detuvieron labores para después regresar de forma escalonada. La pausa implicó que se atrasaran un año, sin embargo, González procura ver el lado bueno de la situación: “en la restauración a veces sí necesitamos esas pausas, no sólo para dejar secar los procesos y observar a la distancia el cambio”.
En diciembre se exhibirá el friso ya restaurado junto a un “videomapping” que proyectará cómo se habría visto el edificio que decoraba, que podría haberse ya perdido, según la hipótesis de Gonzalez, quien espera que esta labor impulse al INAH para realizar una expedición y buscar más respuestas sobre la historia del aún misterioso friso.
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