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Integrantes del Consejo Supremo Indígena de Michoacán derribaron la estatua de Fray Antonio de San Miguel , obispo de esa ciudad durante el periodo del “hambre gorda” y a quien se le recuerda por aportar recursos para la construcción del emblemático Acueducto de Morelia y la remodelación de la Calzada de San Diego.
Fray Antonio de San Miguel nació el 27 de agosto de 1724, en España, y falleció el 18 de junio de junio de 1804, en 1804, en Valladolid, actualmente Morelia. A meses de conmemorarse el 218 aniversario luctuoso del obispo, la estatua que lo representaba y que formaba parte del monumento a Los Constructores del Acueducto de Morelia, fue decapitada.
El monumento estaba localizado al final de los 253 arcos, pero por decisión del Consejo Supremo Indígena de Michoacán, que está conformado por 65 comunidades originarias, fue retirado aunque ya desde el año pasado los comuneros habían solicitado al gobierno municipal la remoción de la obra, pero las autoridades se negaron a atender esa petición.
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¿Pero quién fue Fray Antonio de San Miguel? Fue un hombre que desde temprana edad ingresó al monasterio Santa Catalina de Monte Corbán de la Orden de San Jerónimo.
Fue propuesto por Carlos III para ser obispo en la Diócesis de Comayagua —en la Capitanía General de Guatemala, actual territorio de Honduras— en 1776 y tomó posesión de la prelatura en 1777.
Para el 15 de diciembre de 1783, Fray Antonio de San Miguel fue elegido obispo para la Diócesis de Michoacán (25 de junio de 1784) y durante su gestión ocurrió la crisis agrícola de 1785-1786, una sequía que derivó en una hambruna que fue conocida como el “hambre gorda” o “gran hambre”.
“Los estudios del ‘Gran Hambre’ en Michoacán han destacado las iniciativas del obispo fray Antonio de San Miguel y el deán José Pérez Calama, por aminorar los efectos sociales de la crisis, aplicando ideas ilustradas mediante políticas económicas en todo el obispado y en particular en su ciudad sede: Valladolid. El dinero de la Iglesia se empleó para comprar maíz y tener abasto suficiente de grano, para promover siembras del cereal de riego, así como para efectuar obras públicas en la capital, con lo cual se daría empleo a los menesterosos, quienes tendrían ingresos y podrían comprar alimentos. Las medidas no partieron únicamente de los prelados de la Iglesia, el cabildo vallisoletano fue muy importante en la contención de los problemas por la falta de maíz. La consulta de las actas de esta institución, muestra que sus integrantes adoptaron medidas preventivas desde fines del año 1784, que permitieron campear la carencia en 1785, al año siguiente recibieron un apoyo económico fundamental de la Iglesia para evitar problemas y consecuencias en la población”, señaló el investigador Oziel Ulises Talayera Ibarra.
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En el artículo “La crisis de los años 1785-1786 en Michoacán: ¿el ‘Gran Hambre’ o las grandes epidemias?”, Talayera Ibarra indicó que “el obispo fray Antonio de San Miguel tenía poco tiempo en la diócesis. Recibió noticia de su traslado en Comayagua a fines de 1783. José Guadalupe Romero enalteció su figura y no dudó en señalar que la ‘bondad Divina lo deputó especialmente para suavizar el terrible azote del hambre de 1786’. Desplegó todos los recursos de su celo y bondad de corazón; hizo grandes acopios de semillas; repartió diariamente más de cien mil raciones a los miserables; se privó del uso del coche; empeñó sus rentas; emprendió grandiosas obras en el acueducto y las calzadas para facilitar trabajo a los pobres, ocupar los brazos ociosos y embellecer la sede de su obispado. Puentes, empedrados, terraplenes de caminos, edificios y fuentes públicas, todo esto debió Valladolid a su caridad y munificencia”.
El investigador detalló que en “los estudios sobre el ‘Gran Hambre’ resaltan las medidas adoptadas por el cabildo eclesiástico para aminorar los efectos sociales, encabezados por el obispo fray Antonio de San Miguel y el deán José Pérez Calama, ambos personajes inmersos en el pensamiento ilustrado. A partir de 1784 la ilustración recibió un fuerte impulso y orientación en el obispado, había un clima general de simpatía hacia sus postulados teóricos principalmente entre el alto clero, de la discusión académica se pasó a la aplicación práctica en la resolución de los problemas sociales y económicos. Al frente de este movimiento estuvo Pérez de Calama con varios miembros de los cabildos catedralicio y del ayuntamiento. Este clérigo fue el autor intelectual de las medidas adoptadas por el obispo, abrió los caminos a la razón y la crítica, con que fueron capaces de advertir los males sociales de la diócesis y sus habitantes”.
Sin embargo, la escultura de fray Antonio de San Miguel fue derribada y decapitada, acción que lamentó el arquitecto Arturo Balandrano, titular de la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura, quien dijo: “Nuevamente la barbarie, la ignorancia y el fanatismo atentan hoy en Morelia, contra el patrimonio cultural de los mexicanos. La siguiente locura sería destruir el acueducto, monumento histórico emblemático de dicha ciudad, obra de los actores representados en la escultura dañada”.
mafa