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Sus contemporáneos ya advirtieron en Leonardo Da Vinci algo misterioso: ¿cómo un ser humano podía sobresalir en tantas y diferentes materias y realizar importantes aportaciones en campos tan especializados?.
No hubo rama del saber: ingeniería, física, mecánica, óptica, botánica, geología, anatomía, música, urbanismo, arquitectura, lengua, pintura, escultura o filosofía, en las que no dejara su huella.
Diseñó helicópteros, submarinos, tanques, puentes elevadizos y hasta primitivas calculadoras, pero la técnica por entonces no estaba lo suficientemente avanzada para llevarlas a cabo.
Como resumía el periodista y escritor estadounidense Walter Isaacson : “Fue un hombre para el que la ciencia y el arte andaban absolutamente conectados”.
Su capacidad visionaria llevada a la práctica confluía especialmente en dos campos en los que era imbatible: la ingeniería y el arte y, según fuera el caso, daba prioridad a una u otra, como nos reproduce en algunos de sus dibujos el escritor Gérard Denizeau en su libro: "Leonardo da Vinci. El genio visionario".
“Cuántos más se leen las páginas de sus cuadernos, menos puede comprenderse cómo un ser humano podía sobresalir en todas esos dominios diferentes y realizar importantes aportaciones a casi todos ellos.”, resumía el historiador británico Ernst Gombrich.
Mente insanciable de dotes extraordinarias
Vivió en una época turbulenta en la que Italia la conformaban una gran cantidad de ciudades-estado, como Florencia, Milán o Venecia …. a menudo rivales, a lo que se añadía el peligro del impero otomano en sus ansias de expansión hacia occidente.
Pero fue también un siglo propicio para el avance tecnológico y los descubrimientos científicos , por lo que muchos señores lo contrataron como ingeniero militar para construir fortificaciones, idear armamento y artilugios nuevos. En tiempos de paz Da Vinci se ofrecía como pintor, arquitecto e, incluso, para montar decorados escénicos.
En el aspecto personal, Leonardo ni se casó, ni tuvo hijos, legando el conjunto de su obra a sus dos discípulos preferidos: Giacomo Caprotti da Oreno, conocido como Salai, y Francesco Melzi , éste alumno suyo desde pequeño y, al parecer, también amante y modelo en varios de sus personajes, como el San Juan Bautista, con ese enigmático y delicado rostro, firma del maestro.
Da Vinci poseía una curiosidad voraz
pero, una vez resuelto el problema a investigar, perdía interés y se iba a otra cosa, dejando las obras sin concluir, por muy importantes que fueran los encargos.
Estudió las leyes del oleaje; las corrientes marítimas; pasó años analizando el movimiento de las nubes ; el sonido; el vuelo de los insectos o el de las aves, que le llevó a concebir una máquina voladora.
Describió y dibujó a fondo los mecanismos del cuerpo humano , haciendo la disección de más de 30 cadáveres. Una mente insaciable con extraordinarias dotes de investigación como prueban las 15 mil páginas que se conservan de sus cuadernos llenas de dibujos y comentarios.
Como científico e ingeniero sus creaciones, aunque bastante asombrosas, han resultado algo menos novedosas de lo que se creía al principio, mientras historiadores, como Bernhad Berenson (1865-1959) y Kenneth Clark (1903-1983), nos han ampliado los conocimientos sobre su arte, sobre el que elaboró un “Tratado de Pintura”.
En él explica sus estudios sobre la perspectiva aérea y el llamado, “sfumato” o el arte de difuminar los contornos dejándolos suavemente borrosos, para aportar viveza y sutileza, técnica que inventó.
Hijo ilegítimo de un notario
Leonardo nació en Vinci, muy cerca de Florencia, el 15 abril 1452. Hijo ilegítimo de un notario y una campesina, careció de formación académica, pero aún así muy pronto destacó por su capacidad observadora y por su amor a la naturaleza.
Viendo sus altas dotes artísticas, su progenitor le lleva a Florencia, al taller de Andrea del Verrocchio, para el que realizó su primera figura reveladora ya de su genio, un ángel en la obra “ El Bautismo de San Juan” , que le sorprendió al colocarlo girándose hacia el espectador. En aquel momento supo el maestro que ese joven alumno, le superaría.
Poseía Da Vinci una continua sed de experimentación e hizo gala de una profundidad observadora poco común. Todos coinciden en que heredó de su padre algo crucial para sus métodos: la anotación constante en los muchos cuadernos que dejó.
Investigó sobre casi todo, pero dejaba la mayoría de sus proyectos inacabados, quizás un rasgo de su personalidad ya que, una vez resuelto el planteamiento, y estudiadas las posibles soluciones, los dejaba sin concluir por falta de interés.
Elegante, atractivo y seductor, arreglado a la última moda
, con un toque de artista sin complejos, enfrentó con valentía -hasta tuvo que defenderse en un juicio- su homosexualidad frente al tormento que le supuso a Miguel Ángel.
Vivió al servicio de los Medicis en Florencia pero fue con Ludovico Sforza, en Milán, donde pasó sus mejores años. Murió en Francia, en la corte de Francisco I, a donde llegó a los 65 años, quien lo convirtió en uno de los personajes más influyentes.
Escasa producción pictórica
Leonardo fue un pintor de producción tan excelsa como escasa, comparada con otros genios renacentistas como Tiziano, Miguel Ángel o Rafael. Aún así incluye la pintura más célebre de la historia del arte: “La Gioconda” (1503-1519).
Se trata del retrato de Lisa del Giocondo, esposa de Francesco del Giocondo, un mercader florentino, al que dedicó sus últimos 16 años sin darlo nunca por terminado y del que nunca se separó.
Esta mujer de mirada y sonrisa misteriosa, de composición clasicista (de medio cuerpo y manos cruzadas) nos ‘abduce’ con su mirada. Un rostro que parece vivo. Tanto, que parece observarnos plácidamente, una muestra -dicen los expertos- del dominio del funcionamiento del cuerpo y la naturaleza humana, en concreto de la acción de la sonrisa.
Para algunos, la clave del enigmático gesto del rostro reside en la comisura de los labios y en las puntas de los ojos. Y es que su expresión se nos escapa, parece cambiar la intensidad de la sonrisa cada vez que volvemos a ella; a veces parece sonreír más, otras menos, o ¿es la mirada, lo que cambia?.
Nada es al azar, todo está estudiado, un hombre que sabe los beneficios de su técnica, “sfumato”, sus difuminados sutiles y delicados. Napoleón se la llevó para decorar su dormitorio y fue robada en 1911 y recuperada en 1914. En el siglo XIX los poetas románticos la visten de misterio y es en el XX cuando se convierte en icono artístico.
Otra composición de Da Vinci que nos atrapa por su hechizo es “La Virgen de la Roca” (1483-1486), ambientada en una naturaleza misteriosa donde el juego de luces y sombras crea una atmósfera especial, casi onírica, que dota al cuadro de una lejana espiritualidad.
Gran obra maestra también es la pintura mural -o lo poco que queda-: “La última cena” (1495-1498), que fue precisamente de lo poco que terminó en época de madurez y que se encuentra en el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie de Milán.
En ella, en su afán de innovar, Leonardo no usó la pintura tradicional al temple , sino otras mezclas que provocaron, desgraciadamente, un rápido deterioro.
No eligió tampoco el momento convencional de la comunión, sino aquel en que Cristo revela que uno de ellos le traicionará, provocando la consiguiente sorpresa de los asistentes.
Una escena llena de vida en la que se aprecian movimientos agitados, algo dramático, una escena tan llena de vida y, al mismo tiempo tan estudiada, que no se acaba nunca de admirar. Aún en su estado ruinoso -dice Gombrich-, sigue siendo uno de los grandes milagros debido al genio humano.
Atribuciones y otras invenciones
Al margen de su escasa obra pictórica conservada, la invención de un ingenio descontextualizado de su historia, su tiempo y su cultura, ha llevado a algunos autores a seguir fabuladas teorías a lo Dan Brown que pueden desfigurar a muchos la idea del artista.
De la veintena de obras de “Salvator Mundi”, Cristo como salvador del mundo, que existen atribuidas a Leonardo o a sus discípulos, sólo una se ha hecho recientemente conocida. Se trata de la que permaneció en manos privadas y subastada en 2017 en la casa de subastas Christie's de Nueva York alcanzando un cifra récord, de 450 millones de dólares, convirtiéndose en la pintura más cara de la historia.
Mientras especialistas como Martin Kemp, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Oxford, consideran ese cuadro original de Leonardo, otros muchos estudiosos la cuestionan. Más claro es el caso de la llamada “Tavola Lucana”, un presunto autorretrato de Leonardo que parece auténtico únicamente para su descubridor, el profesor Nicola Barbatelli, que lo localizó en 2008 en el sur de Italia.
Un rostro que, aparentemente, se inspira en otro retrato declarado falso de Leonardo, conservado en la Galería de los Uffizi de Florencia, probablemente del siglo XVII, que ninguno de los estudiosos del genio reconoce como original.
Niegan su autoria o directamente la ignoran una larga lista de especialistas, entre ellos, Mauro Natale, Marco Tanzi, Francesco Frangi, Alessandro Cecchi, Cecilia Frosinini, Pietro Marani o incluso el profesor Kemp. Éste último no deja de sorprenderse por la supuesta firma de Leonardo, -pinxit mea-, pues ni existe tradición de firmar en latín, ni Leonardo escribía en una lengua que prácticamente desconocía.
Historiadores españoles como el profesor Benito Navarrete es también contundente: “No hace falta ser experto en Leonardo para acercarse y darse cuenta de que ni siquiera se trata de una pintura del siglo XVI". Unas invenciones que si bien pueden enfatizar a “la cultura del espectáculo”, no benefician al “sereno, reflexivo y riguroso método científico".
akc