Doha, Qatar.— La ciudad de Doha se despierta con el tradicional canto milenario de los recitadores del Corán y ahora también con el estrépito de cientos de taladros, marros y palas mecánicas que vibran, rompen y retumban por toda la capital del riquísimo emirato de Qatar . Los supervisores del ejército de obreros, procedentes de las regiones más pobres y pobladas de Asia y el norte de África , quizá también rezan para terminar a tiempo, antes de la llegada de más de un millón y medio de asistentes al Mundial de Futbol.
Cuentan algunos residentes de este país, cuya extensión es muy parecida a la de Querétaro, que hace apenas unos meses la capital estaba abierta en canal, en una monumental operación a corazón abierto para crear y modernizar la infraestructura pública. Hoy las escenas no son tan explícitas, pero la ciudad aún está llena de cicatrices de detalles menores y medianos, que son muchos todavía. Huele a nuevo en todas partes y también huele a que el tiempo se les vino encima y sudan la gota gorda para tener todo listo a tiempo.
El minimalismo en el vestíbulo del Museo de Arte Islámico contrasta con la riqueza de las piezas históricas que se exhiben en el museo.
Y vaya que en Doha , la capital, se suda en serio. Ya es otoño y en el peor momento rebasa los 35 grados; luego, la humedad le da el tiro de gracia al más templado. Aquí la vida se cuece a fuego muy lento al aire libre. Por eso el Mundial, que empieza en menos de un mes, fue programado en esta época del año, cuando el calor es más moderado. Por ahora, en clave mexicana, el clima de esta península es una mezcla del bochorno de Mérida o de Palenque y el clima extremo del desierto de Sonora . La diferencia es que aquí no hay ni habrá cerveza bien helada disponible en las tiendas de la esquina para apagar el incendio a chorros. Bienvenidos al mundo islámico.
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Un Pritzker en cada esquina
Qatar quiere aprovechar el Mundial para atraer turismo, visitantes que busquen espacios culturales , oferta gastronómica y actividades deportivas y vacacionales de superlujo. Este no es un país para mochileros. A unas semanas de que arranque el encuentro deportivo, como prioridad han decidido presentarle al mundo lo que han preparado como oferta cultural.
Qatar Museums, la agencia gubernamental que coordina los esfuerzos para modernizar y dotar al país de infraestructura y acciones culturales, es la anfitriona de la prensa internacional elegida para ver la reapertura o inauguración de las joyas culturales del emirato: el Museo de Arte Islámico, el Museo Nacional, el Museo Árabe de Arte Moderno y el Museo 3-2-1 de las Olimpiadas y los Deportes de Qatar.
De todos ellos, el Museo de Arte Islámico (MIA, por sus siglas en inglés) es el más sobresaliente por su arquitectura, la relevancia de su colección permanente y la vocación de sus salas temporales. Es El Museo, así con mayúsculas.
Luego de permanecer cerrado durante año y medio para una renovación, el MIA ha tomado un segundo aire desde que abrió en 2008, explica la doctora Julia Gonnella, directora de esta institución que, según Qatar Museums, quiere ser un referente en el mundo islámico. Lo han conseguido con su minimalista pero espectacular edificio diseñado por el arquitecto chino I.M. Pei, Premio Pritzker y también autor de la Pirámide del Museo de Louvre, en París.
En el alba o en el ocaso, el Sol pinta con sus dedos dorados los muros del MIA delicadamente y esa belleza se suma al entorno marítimo donde se encuentra, a orillas de una bahía con tradicionales barcas cataríes ancladas.
A Qatar, famoso por ser un país que colecciona arte internacional a gran escala, también le gusta coleccionar obras arquitectónicas de premios Pritzker. El dinero no es problema. Poco antes de la pandemia inauguraron el Museo Nacional, del francés Jean Nouvel, una obra quizá no tan conocida aún en Occidente. Esta es una pieza maestra que tardó diez años en desarrollarse y construirse para dar paso a un edificio sorprendente, inspirado en la rosa del desierto, una rara piedra mineral propia de la península arábiga de formas curvas caprichosas. El Museo Nacional es una rosa del desierto gigante que resguarda los tesoros históricos y antropológicos de Qatar.
En los próximos años tres Pritzker más sumarán obras arquitectónicas a los horizontes del país peninsular: el Museo del Auto, del holandés Rem Koolhaas, que contendrá una vasta colección de coches entre los que se incluye Ghost Car , un Pontiac de 1939 de carrocería transparente, único en el mundo, que ahora se exhibe en el Museo Nacional.
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En 2030 será inaugurado el Art Mill Museum, diseñado por el estudio Elemental que encabeza el arquitecto chileno Alejandro Aravena. Será un desarrollo monumental de 80 mil metros cuadrados con un ambicioso diseño de paisaje que incluye 20 mil metros cuadrados de jardín; el edificio, que estará dedicado al arte moderno y contemporáneo, en parte reutilizará un conjunto de imponentes silos de un antiguo molino industrial de harina. El arquitecto chileno, presente en Doha, explica que el museo aprovechará los principios tradicionales de control ambiental y remite al antiguo templo de Karnak, en Egipto, para explicar cómo el bosque de columnas que forman los silos hará posible un control de temperatura natural en el nuevo espacio cultural.
Finalmente, el Pritzker suizo Jacques Herzog dirige el proyecto del Lusail Museum, un complejo de 54 mil metros cuadrados que tendrá la colección de arte orientalista más grande del mundo, de la que los visitantes al Mundial podrán ver un avance en una muestra presentada en la Galería Al Riwaq en Doha. La exposición no tiene desperdicio: desde pinturas de Delacroix hasta vestuario de la película Cleopatra, protagonizada por Elizabeth Taylor, o evidencias de cómo en la saga de Star Wars hay numerosas referencias a la cultura árabe.
El Museo Nacional, obra del francés Jean Nouvel, es una rosa del desierto gigante que resguarda los tesoros históricos y antropológicos de Qatar.
Arte público para un público masivo
¿Pero los asistentes al Mundial querrán ir a esos magníficos museos cataríes? Entre el millón y medio que se espera, algunos llegarán. Además del arte y la historia para apreciar en algunos tiempos libres, éstos son espacios con un envidiable aire acondicionado, conexión gratuita de wifi muy buena y el mirador del restaurante del Museo de Arte Islámico es espectacular, con vista hacia la otra orilla de la bahía, donde se aprecia en toda su magnitud la selva de rascacielos del Qatar modernísimo, casi futurista. Si aún así no hay ganas, el arte en Doha también está presente en los espacios públicos.
Más de cien obras fueron comisionadas a artistas nacionales e internacionales para ser colocadas como piezas de arte público. La más popular, porque se encuentra en medio del mercado de Souq Waqif , es Le Pouce, un pulgar gigante y dorado del francés César Baldaccini; Lamp Bear, el oso amarillo gigante de 20 toneladas del suizo Urs Fischer, que está en una sala del aeropuerto internacional; y está por concluirse Dugongo, una monumental escultura de metal policromado y poliuretano de Jeff Koons, de 21 metros de alto y 31 metros de ancho que nada suspendido sobre el parque Al Masrah. La pieza denuncia la depredación del dugongo, una especie de manatí endémico de los mares del sur de Asia que ha sido casi exterminado, como la vaquita marina del Mar de Cortés.
Una de las piezas de arte público más atractivas es Le Pouce, un pulgar gigante y dorado del francés César Baldaccini; está ubicada en el mercado de Souq Waqif.
Es apenas medio día y los morenísimos, semicalcinados trabajadores ¿de India, Irán, Pakistán, Bangladesh...? trabajan sin gorras ni cascos y a marchas forzadas al pie del Dugongo; no hay ningún turista cerca, sólo unos imprudentes periodistas extranjeros a punto de desfallecer por un golpe de calor. La cuadrilla mira con curiosidad a los visitantes y luego vuelve a lo suyo, a tapar los últimos hoyos alrededor de la escultura de Koons: hay que terminar pronto, antes de que llegue el millón y medio de gente al Mundial.
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