Medellín, Colombia—El poeta, narrador y ensayista colombiano William Ospina ha expresado su apoyo al candidato presidencial Rodolfo Hernández e incluso participa en su campaña; su decisión ha causado sorpresa. Sin embargo, para él es un acto congruente: “Siempre he sido enemigo de la manera como se hace la política en Colombia”.
Son más los artistas e intelectuales que apoyan al candidato izquierdista Gustavo Petro: por ejemplo las cantantes Andrea Echeverri y Totó La Momposina, la artista visual Doris Salcedo e intelectuales internacionales como Noam Chomsky y Boaventura de Sousa Santos.
El próximo domingo, Colombia elegirá un nuevo presidente para el periodo 2022-2026 entre Petro y Hernández, ambos —desde orígenes muy distintos— tienen en común la promesa de cambio en un país que en sus más de 200 años de independencia nunca ha elegido una figura por fuera de partidos tradicionales, liberales, conservadores o, en años recientes, en torno de Álvaro Uribe.
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Gustavo Petro, exguerrillero, exalcalde de Bogotá, es la figura más reconocible de la izquierda en Colombia, representa la coalición Pacto Histórico y compite por tercera vez por la presidencia. Rodolfo Hernández, en cambio, es casi un desconocido: ha sido empresario y gobernó Bucaramanga; promete luchar contra la corrupción, de ahí el nombre de su movimiento: Liga de Gobernantes Anticorrupción.
Además de brindar una suerte de asesoría, Ospina podría ser el nuevo ministro de Cultura, que ahora sería Ministerio de Cultura y Medio Ambiente. Argumenta que siempre ha cuestionado que para hacer política haya que invertir inmensas fortunas para hacerse elegir o que los candidatos convoquen a alianzas entre gente que se cree dueña de los votos.
“Ver a un candidato que no hace alianzas, que le habla a la ciudadanía, que quiere gastar lo mínimo y que tiene un discurso que me parece convincente de lucha contra la corrupción —que hizo en Bucaramanga cuando fue alcalde— me hace confiar en que es una candidatura que vale la pena apoyar”.
El poeta usa frases fuertes al referirse a la política tradicional colombiana: “Ha generado un estado parasitario y corrupto que mantiene los privilegios de unos y a la gente paralizada en trámites”. O ésta: “Colombia ha padecido a lo largo de su historia la dictadura de las buenas maneras, los políticos dejan al país en el desastre, hundido en la ruina, dejan que la gente coma basura en las calles, permiten que un chorro de sangre corra por debajo de la fachada de la democracia perfecta pero son la dictadura de las buenas maneras.
Entonces, un bofetón es un pecado imperdonable curiosamente en un país que vive perdonando masacres gigantescas”.
¿Serás ministro de Cultura y Medio Ambiente?
A mí la idea de ser ministro me incomoda, me incomoda la idea de un señor burócrata en una oficina firmando papeles; pero eso no significa que uno no deba asumir cuando le toquen ciertas responsabilidades. Y la que más me interesa, porque es sobre lo que más he escrito desde hace muchos años, es ¿cuál es la relación que hay entre la cultura y la lucha por la salvación de este mundo, y por la protección de la naturaleza? Es urgente formular una nueva respuesta al desafío del cambio climático; no es un desafío para oficinas, gobiernos, burócratas, es un desafío para la manera de vivir la humanidad; lo que está calentando el clima y alterando nuestro plantea es nuestra manera de consumir, de transportarnos, la relación que tenemos con la basura, con los plásticos, con la alimentación. Si la cultura no entra a formular otro proyecto de lucha contra el cambio climático que comprometa a multitudes, que haga pasar el tema de manos de los expertos a un tema de la cotidianidad de la humanidad, no vamos a salvar el mundo. Al mundo no lo van a salvar los burócratas del clima ni las cumbres del clima, esto se tiene que volver un tema de la humanidad y la cultura está ahí para eso.
Resulta que nuestros países no son los agentes que están calentando el clima —los verdaderos responsables de las emisiones de gases son los países industrializados, China, Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea, India— pero esta región donde estamos, que es la más frágil y exuberante en términos biológicos del planeta, es la primera que está advirtiendo las consecuencias reales. Nos toca ser los que demos ejemplo de cómo enfrentar eso más allá de lo puramente burocrático, de lo puramente económico.
Eso no significa que en un ministerio se abandonen las tareas específicas de la cultura —lo que tiene que ver con la industria editorial, los libros, las orquestas, los teatros, los museos, las artes populares, las lenguas, la memoria de los pueblos nativos—.
El autor de libros como El país del viento y ¿Dónde está la franja amarilla? admite que aunque siempre ha sido escéptico de la política, esta vez sintió que había una opción: “No tenía derecho a mantener una lejanía por allá, sino que debía comprometerme un poco más; si uno quiere que las cosas cambien tiene que asumir compromisos”.
Respecto a lo que pasó el 29 de mayo, en la primera vuelta, cuando fue derrotado el candidato que representaba los partidos tradicionales, Federico Gutiérrez, asegura: “Sentí que el viejo país del establecimiento, de las maquinarias, de los partidos, estaban quedando atrás; las dos fuerzas que se abrieron camino quieren el cambio, no están casadas con ese viejo modelo clientelista. Colombia dio un paso adelante al elegir alternativas de cambio”.
¿Pensaste alguna vez en asumir ese compromiso con el izquierdista Gustavo Petro?
Es que nunca pensé en asumir compromisos, esperé siempre a tener entusiasmos; es la primera vez que sentí entusiasmo. ¿Por qué el proyecto de Petro no me entusiasma? Aunque lo respeto, su personalidad no me entusiasma; hay desde hace tiempo una dinámica de confrontación en la sociedad colombiana que nos paraliza, en este país hay siempre unas fuerzas enfrentadas que cada una quiere impedir que la otra se abra camino. Como yo crecí viendo la violencia entre liberales y conservadores, aprendí a detestar esos lenguajes hirsutos que satanizan al otro y que piensan que el otro es el malo absoluto. He sentido mucho rechazo por esa clase de política tan hostil, tan polarizadora, que asume siempre que para derrotar al otro hay que satanizarlo. Hay aquí dos campañas que quieren cambiar las cosas, que tienen enfoques distintos, pero estoy lejos de pensar que esta es la iglesia fuera de la cual no hay salvación, y que los otros son los monstruos; ese es el viejo estilo de la política colombiana y yo no quiero participar de él.
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¿Qué respondes a los que dicen que Hernández es populista?
No siento eso; identifico el populismo con alguien que hace muchas promesas, promesas que no puede cumplir. A Rodolfo, en cambio, le reclaman que “¿dónde están las promesas?” Lo que dice es que no es alguien que viene con un portafolio de proyectos o que prometa miles de cosas como trenes de alta velocidad… No hay recursos, entonces propone sanear la economía, y que la comunidad diga qué se tiene que hacer.
¿Qué garantiza que las maquinarias no entren a su gobierno?
El discurso es que acepta todos los votos, pero no las alianzas; él tiene una característica interesante: apuesta más a perder que a ganar, se va solo cuando todos hacen alianzas, gasta un mínimo de recursos cuando todos gastan mucho y eso es un poco suicida; decir que no quiere que los empresarios lo financien es una apuesta peligrosa: prefiere perder a llegar debiéndole el poder a los que lo financiaron.
¿Representa Hernández a los viejos poderes? ¿Al uribismo?
Hay por lo menos cinco cosas que muestran que el proyecto de Rodolfo Hernández no es uribista: abrirá relaciones con Venezuela; propone que la solución al problema de las drogas requiere la legalización; la lucha contra la corrupción, el cumplimiento riguroso del proceso de Paz, y la revisión de las finanzas de las fuerzas armadas, ante los rumores de que hay corrupción allí.
¿Qué dices a quienes cuestionan su conocimiento del país?
No soy defensor de oficio, hay defectos en Hernández, no me gusta que insulte; pero sé cuáles son los pecados veniales y cuáles los pecados mortales de la historia de Colombia, y no quiero que esas cosas se confundan, porque ahí se atrinchera una hipocresía que en Colombia ha triunfado siempre.
Yo conozco este país, lo he estudiado y he estudiado la cultura del mundo, y no me dejo atrapar por esos debates artificiales de que el que sabe es el que tiene un mero conocimiento formal de las cosas; a veces el que no ha ido a la escuela sabe más que el que salió de la universidad, y aquí en Colombia en estos momentos hay un debate de este señor “es muy brocha” porque habla de tal manera. Respeto mucho a la gente, no creo que haya gente iletrada, creo que hay gente con una sabiduría muy profunda.
Estás publicando un nuevo libro, En busca de la Colombia perdida (Penguin Random House)
Son una serie de ensayos sobre Colombia que he escrito en los últimos dos o tres años. Había escritor el ensayo ¿Dónde está la franja amarilla, hace más de 25 años; en el año 13 publiqué Pa’ que se acaba la vaina, y luego De La Habana a la Paz. Ahora he reunido una serie de ensayos a la luz de los hechos más recientes, la pandemia, el estallido social del año pasado, la falta de una lectura de lo que somos, son una serie de ensayos sobre cómo se ha ido formando nuestra sociedad.
La polarización y la satanización de la que hablabas la encontramos en varios de nuestros países, no hemos generado acuerdos, pasa en Colombia, también en México, en Brasil, en Chile…
Eso es algo muy preocupante, antes era un problema Colombia; parece que es un mal de la época en todas partes. ¿Qué tanto sea real ese peligro?, ¿qué tanto contribuyan a él algunas manías de la época, por ejemplo la viralización de los contenidos de la información o la omnipresencia de la adrenalina de los acontecimientos y de debates? No sabemos si las redes sociales nos ayudan o nos acaban de hundir en los viejos males de la condición humana… una cosa son las viejas discusiones de aldea y otra cosa es que se vuelvan multitudinarias contradicciones planetarias.
"Los políticos... permiten que un chorro de sangre corra por debajo de la fachada de la democracia perfecta pero son la dictadura de las buenas maneras”
"Al mundo no lo van a salvar los burócratas del clima ni las cumbres del clima, esto se tiene que volver un tema de la humanidad y la cultura está ahí para eso”
TRAYECTORIA
Poeta, ensayista y novelista, William Ospina nació en Herveo, Tolima, en marzo de 1954.
Su obra busca el conocimiento de Colombia, su riqueza cultural y natural, y la relación de su historia con el presente.
Periodista y humanista, estudió las obras de pensadores latinoamericanos como Alfonso Reyes y Esta-nislao Zuleta; del poeta y cronista de Indias Juan de Castellanos. Ha denunciado cómo las clases dirigentes colombianas han privado al país de la posibilidad de decidir, y que en contraste Colombia es uno de los países más creativos en su música, arte, letras y oralidad.
Apoyó la revolución bolivariana de Hugo Chávez, y fue simpatizante del Polo Democrático, partido del que fue candidato Gustavo Petro; publicó en 2013 el libro Pa’ que se acabe la vaina (continuación de ¿Dónde esta la franja amarilla?)
Ganó El Premio Rómulo Gallegos con su novela El país de la canela en 2009.
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