La amistad, el proceso creativo y la concepción artística de una generación disconforme, representada por tres amigos: Natalia, Erre y Conejo, que se reencuentran tras años sin verse teniendo como contexto Cuernavaca y Tepoztlán, alternada con historias venidas de lejos a través de la mítica danza de la bruja Hexentanz, de la bailarina expresionista alemana Mary Wigman, y de las llamadas “coreomanías”, extrañas epidemias de danza en la Edad Media, conforman el corazón de la nueva novela del escritor Daniel Saldaña París, El baile y el incendio, finalista del

Esa historia que acaba de publicar Anagrama en su colección Narrativas hispánicas, va mucho más allá de ese entrecruzamiento de historias.

Hay a lo largo de todo el relato una serie de otras historias y personajes que nutren la novela. Por ejemplo, allí están los incendios que asolan el territorio morelense, escritores, aventureros y botánicos como Charles Mingus, Malcom Lowry, Olof Bromelius, Frau Troffea, John C. Lilly, Justus Friedrich Karl Hecker, la isla de Blockula en el Mar Báltico, las Lagunas de Zempoala, Huitzilac, el Jardín Borda, el Casino de la Selva, pero también los incendios, las drogas y las bromelias, esas flores fuertes y tan fáciles de cultivar, y por supuesto la ciudad como personaje y los mitos como origen.

En entrevista, Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984) quien también es autor de Aviones sobrevolando un monstruo, La máquina autobiográfica, y El nervio principal; que en 2017 fue incluido en la lista de Bogotá39 entre los mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años, y que en 2020 ganó el Premio de Literatura Eccles Centre & Hay Festival, habla de El baile y el incendio, novela llena de referencias y de caminos.

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¿Una novela en la que cabe todo?

Mucha gente me ha dicho que empiezan a leerla y tienen que parar de leer para ir a buscar el video de la danza de las brujas de Mary Wigman, por ejemplo, o las referencias sobre las epidemias de danza de la Edad Media, o van a buscar a Olof Bromelius, este botánico sueco. Dicen que han sentido como si fuera una novela llena de hipervínculos, que interrumpes el relato para ir a ver que hay en esas otras referencias. Me gusta que sea una lectura no lineal, que tenga todos estos disparadores hacia otros diferentes momentos de la vida, es también el tipo de lectura que yo practico, me gusta dejar un libro para ir a buscar las referencias e irme por las ramas. Todas estas disgresiones y formas de leer me parecen prácticas muy disfrutables.

¿Es una novela donde hablas de infinidad de historias y personajes?

Es un libro múltiple que también fue bastante complicado de escribir, la verdad, tuvo muchos comienzos. Empecé algunos borradores incluso antes de escribir la que fue mi segunda novela El nervio principal; ya tenía algunas versiones muy preliminares de esto que luego borré, que luego tiré a la basura y detuve el proyecto durante algunos años y luego lo retomé. Tuve muchos falsos comienzos, empecé en tercera persona, cientos de páginas en tercera persona que luego tiré, fue como un proceso muy lento pero también muy disfrutable.

"Es una novela que además de ser muy imaginativa y de tener que ver con los procesos artísticos, tiene que ver con muchas relaciones de historias y de lecturas de historia”.

¿Responde a tus lecturas, a los temas que te interesan y a tu propio proceso creativo?

Era como ir encontrando ese universo que yo sabía que tenía que ver con la danza, con los procesos creativos, con esta especie de estado de gracia de cuando uno está creando algo y cómo todo empieza a coincidir o cómo todo parece relacionado con lo que se está haciendo, que es el universo mental de la narradora que se encuentra el lector al comienzo del libro, Natalia; fue un proceso muy lento, muy destilado. Fue ir encontrando esos hilos de los cuales iba a jalar después, y también de mucha investigación. Es una novela que además de ser muy imaginativa y de tener que ver con los procesos artísticos, tiene que ver detrás con muchas relaciones de historias y de lecturas de historia, desde la medieval hasta la de Cuernavaca, pasando por temas un poco absurdos que se me iban cruzando por el camino.

¿Cómo fue meterse a la piel de varios personajes?

Sí, me interesaba el ejercicio de narrar desde otros ojos, desde este personaje que es Natalia, luego Erre y luego Conejo, quería saber cómo era encarnar primeras personas distintas a mí, y hacerlo después de haber publicado un libro de ensayos personales, narrativos donde mi voz era más o menos la voz narrativa durante todo el libro; también quería explotar esta posibilidad de la ficción que es cómo ver el mundo desde los ojos de alguien más y el entendimiento de otra persona.

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En los personajes hay un regreso constante a los orígenes, ¿es un regreso a tus orígenes?

Creo que hay búsquedas en mí que reaparecen en todos mis libros, creo que tampoco tengo tantas ideas y entonces cuando tengo una la repito y le doy vueltas, y busco en torno a los mismos asuntos y obviamente hay temas que me obsesionan, como el de la búsqueda del origen, la propia mitología personal que nos armamos para explicarnos quiénes somos o para darle un sentido de continuidad al relato de nuestra propia existencia. Me interesaba transponer esas búsqueda a estas voces narrativas que se mueven en algunos de los territorios que había explorado antes en los ensayos y en otras novelas, que tienen que ver con la idea de comunidad, este pasado donde pertenecieron a una comunidad adolescente o a un grupo, y ese sentimiento intenso de pertenencia que muchos vivimos durante la adolescencia donde parece que las amistades y los dramas en torno a las amistades están exacerbados y luego una especie de densencanto en la edad adulta, de no encontrar ningún sentimiento de pertenencia y sobre todo estos personajes que no generan nuevas familias, así que por lo tanto se quedan un poco a la deriva o medio extraviados en esta especie de limbo de la adultez.

¿Tal como tus personajes, empezando por Natalia, todos sin amarres?

Sí, es una especie de sensación de provisionalidad que se refleja también en las plantas que elige, las bromelias que son justamente plantas epífitas que crecen y no necesitan de mucho. Muchas bromelias crecen incluso en los cables de la luz o entre las piedras, no necesitan gran arraigo, se pueden agarrar de lo que sea y creo que también es un reflejo de esa personalidad poco arraigada o con disposición a irse en cualquier momento.

"En general mis personajes hombres son más pasivos, mientras que los personajes femeninos son un poco más heroicos o por lo menos tiran del hilo de la trama”. 

¿Y está además la ciudad como personaje?

Me interesa mucho ese personaje de la ciudad, cómo nos relacionamos con la ciudad existente, con la ciudad pasada, atisbada, recordada, pero también la ciudad futura. Creo que todas las ciudades son una especie de palimpsesto, una superposición de elementos, de capas, de historias, algunas ficticias, otras reales y otras afectivas y personales, me gusta ver cómo se va construyendo y también me interesaba mucho la exploración de la primera persona, la idea de hablar en primera persona en tres personas distintas, cómo cada uno modula la intimidad de una manera distinta. Como llevo mucho tiempo leyendo diarios personales de escritores como que me obsesionó esta forma de modular el espacio íntimo o la calidez específica de la intimidad personal que tenemos cada uno, me gustaba la idea de explorarlo a través del uso de la primera persona en diferentes personajes.

¿Y también están las brujas, las danzas, la esquizofrenia?

Siempre ha sido un interés constante en mis libros el mundo femenino a través de los personajes femeninos que pueden ser en mis novelas mucho más activos y protagónicos que en general mis personajes hombres, que son más pasivos, inclusive grisáceos, mientras que los personajes femeninos siempre son como un poco más heroicos o por lo menos tiran del hilo de la trama y hacen avanzar la historia mucho más que ellos.

Pertenencia y desencanto, en "El baile y el incendio"
Pertenencia y desencanto, en "El baile y el incendio"