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“En el trabajo escultórico hay una vocación. Viene de vocare que quiere decir el llamado. Si se sigue el llamado interno de una vocación, ese es un triunfo; el éxito es económico, publicitario”.
Esas palabras las pronunció en 2011 el escultor Pedro Cervantes, cuando fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes. El lunes, a los 87 años, falleció el artista, que nació en esta ciudad el 2 de octubre de 1933. La Secretaría de Cultura informó de su deceso y precisó que la causa de la muerte fue un paro cardiaco.
Cervantes siguió su vocación desde niño. Contaba que quería tener un caballo y que, a falta de dinero para comprarlo, lo creó; fue su primera escultura. De ahí viene, decía, su vocación, la del escultor, la del artista apasionado por lo bello, la del observador de formas, texturas, líneas —la crin de un caballo, las plumas de un gallo, el pelaje de un toro—. Una pasión que llevó a la escultura y a los murales con relieve.
Pedro Cervantes estudió en la Academia de San Carlos, de la UNAM, y entre sus maestros estuvieron Ignacio Asúnsolo, Luis Ortiz Monasterio y Germán Cueto. Cerámicas y Terracotas Policromadas fue su primera exposición individual; influido por el escultor colombiano Rodrigo Arenas Betancourt creó murales con relieves. En los 60 exploró el arte conceptual; su muestra ambulante Gallo de peleas, que intentó llevar a Bellas Artes, pero que la policía le impidió, y que registró el fotógrafo Nacho López, fue para Raquel Tibol la primera actividad conceptual en México.
Amigo de Siqueiros, su obra monumental Máquina del espacio, en 1966, marcó el inicio de un trabajo con elementos industriales: hierro soldado, chatarra, acero y madera. Otras de sus esculturas más conocidas son Sirena y Astronauta, El hombre y la pesca y El Águila y la Serpiente. Fue miembro de la Academia de Artes.