Hace 50 años Paulina Lavista tuvo su “debut” en el Palacio de Bellas Artes con Photemas, una exposición de 115 fotos dividida en retratos de personajes —Juan Rulfo, entre ellos— e instantáneas. La inauguró el 25 de noviembre de 1970; tenía 25 años y su presentación formó parte de la serie “Exposiciones de los críticos”; a ella la presentó el escritor Salvador Elizondo, quien fue su pareja hasta su muerte el 29 de marzo de 2006.
“Tuve la oportunidad, muy joven, de presentar mi primera exposición individual de fotografía, gracias al apoyo de mi pareja, Salvador Elizondo. Con él había consolidado mi vocación”, cuenta en entrevista telefónica la fotógrafa. Su vocación la descubrió cuando tenía 12 o 13 años; a los ocho años, un libro, en la casa de sus padres, la conmovió pues no se explicaba cómo los bailarines quedaban suspendidos en el aire. Y quiso aprender cómo era posible eso.
Poco después eligió ser fotógrafa: “Desde los 13 años decidí mi vocación de fotografía. Mi papá me prestó una cámara y la aprendí a manejar; le puse un rollo y tomé mis primeras fotos; las mandé a revelar a una tienda, y le regalaban a uno las fotos en chiquito con una en grande. Me pareció algo mágico y empecé a hacer experimentos en la casa”.
Esa actitud de curiosidad, de “aventarse”, es característica de la vida y obra de Paulina Lavista, quien ha hecho fotografía, modelaje, cine, producción, publicidad, fotografía de desnudos, fototextos, escritura, documental.
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A menudo se llama “autodidacta de la fotografía”. Sus pininos fueron, por una parte, en el CUEC (Centro de Estudios Cinematográficos), donde estudió Cine; y por la otra, la industria, el primer lugar fue el Club Fotográfico en la calle de Londres, donde “me vieron todos muy mal”; a la par, trabajó como modelo de comerciales, y así aprendió lo que era una filmación; luego estuvo en la productora de Aldo Monti y, después, en el estudio de producción de Rafael Corkidi y Antonio Reynoso (quien fue alumno de Manuel Álvarez Bravo).
“Mucho de la fotografía lo aprendí ahí. Un amigo me prestó una Leica, y Reynoso me empezó a educar fotográficamente. Me platicó de la luz, me mostró libros de Cartier Bresson. Mi padre (el músico Raúl Lavista) había sido amigo de Agustín Jiménez, pero la fotografía, a finales de los 60, no se consideraba arte, era un pseudo arte”. En ese estudio conoció a Héctor García.
En el CUEC, Paulina fue parte de la primera generación —fueron sus condiscípulos Jaime Humberto Hermosillo y Alberto Bojórquez— y entre sus maestros estaban Salvador Elizondo, José de la Colina, Angélica Ortiz y tuvieron una clase de guión con Gabriel García Márquez.
Con Reynoso aprendió tanto a ver fotografía como a ser productora, y eso le abrió puertas: trabajó como productora en Fando y Lis, de Alejandro Jodorowsky, y en comerciales; pasó a Publicidad Ferrer, luego estuvo con Gabriel Figueroa en Mariana, y más adelante fue gerente de producción de la película para los Olímpicos que dirigió Alberto Isaac; con el dinero que ganó se compró su primera cámara, una Nikon.
Pasados los meses, le dijo adiós al cine. “Me liberé del cine, era un circo espantoso en el que había que hacer tantas cosas para que la película saliera espantosa, siempre mala”. Paulina se entregó a “la imagen capturada”. Cuando inició su relación con Elizondo ya había tenido trabajos en cine, en producción, en fotografía. “La vida con Salvador me dio la libertad de empezar a trabajar directamente de la imagen, y a hacer mi modus vivendi de la fotografía. Me enseñó a componer, yo no sabía. Me enseñó el sentido de la divina proporción, la proporción de oro, el punto de fuga…”
Viajaron por la ciudad y por el país. En Guanajuato, el director Miguel Sabido contrató a Paulina para hacer la fotografía del grupo que iba a Manizales, Colombia, con “La celestina”, y luego a Costa Rica y Guatemala.
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“Yo preparé todo de manera intuitiva, no había visto exposiciones de fotos, las hice muy grandes, me hicieron el bautizo de la primera, como cuando uno entra a la escuela. Puse las fotos sin vidrio —lo que fue un error— y con pegamento atrás, por lo que tenía que ir a pegarlas… Pero las fotos eran de muy buena calidad”. Todas eran en blanco y negro. En la primera sala expuso retratos de creadores como Alberto Gironella, José Luis Martínez y Juan Rulfo. “Había muchas de viajes que hicimos Salvador y yo por México. Nos íbamos en el Volkswagen y con las cámaras a Mérida, Zihuatanejo, Acapulco; no en todos se conseguía una buena imagen, pero sí era la riqueza de viajar por ese México maravilloso”.
“Esa exposición fue un reconocimiento, me siento muy afortunada; pero voy más allá: en 1970 cuando expuse, la fotografía no existía como arte, fue muy importante que abrimos las puertas —no por ser yo— para que entrara la fotografía como arte a Bellas Artes. No puedo ser injusta con la historia; en los 40, Álvarez Bravo hizo una gran exposición con Cartier Bresson y otros. No quiero decir que no se hiciera fotografía entonces, pero no había dónde exponer fotografía”.
Paulina, con la ayuda de Salvador, con quien ya vivía en la calle de Amsterdam, pudo comprar poco después todo para su cuarto oscuro; una vez más, aprendió por sí misma.
Salvador le enseñó uno de los ejercicios que se ha convertido en eje de su obra: clasificar. “De la primera parte de mi trabajo tengo un registro de día, hora, cámara, todo, un registro de los años 70. Y muchas veces coincide con la fecha de diario de Salvador”.
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En los siguientes años, Paulina exploró otros géneros como el retrato de desnudo de modelos, y el reportaje —fue fundadora del unomasuno. Fueron grandes enseñanzas: aprender a captar la sensualidad de una modelo, aprender a atrapar un instante.
“Yo admiraba a esas mujeres que de desnudaban por su audacia. El chiste de esto para mí era que esta revista, Su otro yo, estaba destinada al pueblo, a los muchachos, a los jóvenes, y para mí era muy satisfactorio ver el taller de zapatería (las fotos se hacían posters) con mis fotos ahí pegadas. Lo que hacía era hacer soñar a los que iban a ver las fotos; soñar con esa mujer que era inalcanzable. Éramos audaces y también ellas; si hago el libro de ellas, las llamaré ‘Bellas y audaces’”. Paulina añade que la mejor modelo que tuvo fue Isela Vega.
“La fotografía tiene una característica, la instantaneidad, en uno o dos segundos, el fotógrafo ve la imagen y tiene que disparar. Lo que decía Cartier Bresson: el instante decisivo… Esas fotos, esos encuentros, son el azar; si uno tiene la capacidad lo puede capturar, y eso es lo que a mí me ha pasado. No son muchas, son pocos instantes en los que hubo realmente una posibilidad única con la imagen: como la foto de una niña que da vueltas y logré capturar su giro; la más celebre es la de Borges en Teotihuacan, ahí es un encuentro, no nada más el azar, es la sensibilidad del fotógrafo, el momento, la experiencia, y estaba enamorada de hombre fantástico, yo era su primera lectora, él era mi primer espectador. Me considero diletante, una aficionada; no una profesional como lo fue Arno Bremen”.
Con los años, además de la fotografía, otra profesión se apareció ante ella, la de videoasta: tiene en su haber más de 25 documentales, algunos de los cuales se transmiten los martes en TV UNAM. También explora en los fototextos, con pequeñas historias y escribe en EL UNIVERSAL su columna “Pie de Foto”.
Su carrera ha sido muy larga, dice Paulina, y relata que el encierro la ha llevado a explorar su entorno. Como la niña de 13 años que hacía experimentos en su casa, hoy ella experimenta otra vez en su casa con la serie “Desde el encierro”, y toma fotos de insectos, luces, en medio del confinamiento que obliga la pandemia.
Paulina no se siente sola: “Ser viejo es maravilloso porque hay muchas experiencias, la fotografía me dio una experiencia de vida única. No hay que tener miedo a ser viejo, hay que vivir de joven, hay que estar en el mundo, salir y también ser frívolo y llorar, y todo lo que implica la vida. Ser viejo no es horrible. Soy una vieja arrugada y con canas, que todos los días me levanto con la satisfacción de haber vivido estas experiencias, y también de vivir la experiencia de una obra de arte. Estoy conmigo misma de una manera extraordinaria. Pienso en Sor Juana: estoy encerrada con mi archivo, con el archivo de Salvador, con el archivo de mi padre y con todos mis recuerdos. Pero sí estoy muy dolida por la situación actual. No estoy en capacidad de escribirlo, es terrible lo que están viviendo los niños. ¿Qué les espera a esta juventud encerrada? Es un momento terrible de la humanidad”.
Paulina tiene un proyecto muy grande a futuro: “Rscribir mis memorias, escribir la biografía de mi padre, la biografía de Salvador. Y hacer un libro de mi obra en blanco y negro”.
Frases
"Era impresionante esta Latinoamérica pobre, pero con una elegancia... esos hombres de ruana, con su café... Con ese viaje comprendí que era ahí donde me quería quedar, en ese mundo donde la imagen puede ser capturada”
"La fotografía tiene una característica, la instantaneidad, en uno o dos segundos, el fotógrafo ve la imagen y tiene que disparar”. Paulina Lavista. Fotógrafa.