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El malpaís está rodeado de encinos; hay solo algo de tundra y es habitado por colonias completas de serpientes de cascabel que pareciera son las fieles guardianes de Angamuco , una antigua ciudad todavía escondida bajo el subsuelo y que hace una semanas dio la vuelta al mundo al ser comparada con Manhattan.
En el terreno amarillento de la llanura seca y el salpicado del rojo y café de los encinos, son, junto con una parte carretera y una vía ferroviaria, de lo poco que se apreció durante un recorrido de EL UNIVERSAL a la zona.
Son unos 58 kilómetros de la ciudad de Morelia a ese punto ubicado en las afueras de una comunidad de Fontezuelas, aunque el terreno colinda con los municipios de Tzintzuntzan, Pátzcuaro, Huiramba y el mismo Lagunillas.
La expedición inicia sobre una autopista, atravesando áreas rurales de diversos municipios donde nadie sabe dar noticias de ese lugar. Tras varias horas de recorrido se llega hasta Fontezuelas, pueblo colorido con un tradicional Kiosko en su plaza, al que pertenece el ejido que esconde las ruinas.
El ejido donde estaría asentado Angamuco no pertenece a Pátzcuaro como se creía, sino a la comunidad de Fontezuelas, municipio de Lagunillas, revelan documentos oficiales de 1942, en poder del comisariado ejidal, José Gabriel Luquín Velgara.
Para poder llegar se necesita la orientación de un lugareño, pues entre las veredas y las interminables cercas de piedra que dibujan el horizonte de los agostaderos y pastoreos, hacen de ese terreno de 900 hectáreas, un laberinto. A la vista no hay un solo vestigio de la zona arqueológica en exploración. El relieve más pronunciado en ese campo es el de un desgajado cerro que orienta sus desgastadas cúspides hacia la caída del sol. Tampoco se aprecian excavaciones.
Por las mañanas, el malpaís también es poblado por las vacas y bueyes de los ejidatarios, pero no más. Los únicos empedrados de material volcánico que se asoman son los de las oscuras cercas divisorias.
Nadie de la región conoce a ese asentamiento como Angamuco; “el malpaís donde trabajaron los arqueólogos” es la palabra clave para que los pobladores puedan guiar a un extraño visitante a la zona explorada desde el 2007.
Para los habitantes de Fontezuelas este terreno ejidal es un edén laboral y pronto esperan que regresen los “arqueólogos gabachos” para que los contraten como ayudantes, narra el comisariado.
Gabriel Luquín explicó que los pocos maizales y los invernaderos de berries de esa zona, son la única fuente de trabajo para esta población, por lo que los dólares que derraman los especialistas de enero a mayo, es un buen ingreso para cinco o seis familias por semana.
Luquín Velgara platicó que para ellos es nuevo el interés de los medios de comunicación en su ejido y hasta se dijo sorprendido porque nunca antes lo habían entrevistado; al menos en los tres años que lleva al frente del Comisariado Ejidal.
“Pues hasta ahorita que usted me está entrevistando, peor en realidad tienen ellos (arqueólogos) mucho tiempo entrando y sí, hace tiempecillo nos decían que había ese programa de investigación y hacer su tesis; más que nada investigar la tierra”, recordó.
Gabriel Luquín, conoce muy bien la zona, ya que es uno de los ejidatarios de ese terreno y describe que el clima es de muchas heladas gran parte del año y en esta época, un “calor insoportable” por las tardes.
Detalla que es un terreno poco fértil para cultivo, por lo que el pastoreo es el uso que le dan los ejidatarios, además que así se los permite exclusivamente el documento de propiedad.
Pero a decir de Luquín Velgara, para los habitantes de Fontezuelas la pregunta es: “¿cómo supieron que debajo de nuestros terrenos estaba sepultada una zona arqueológica?”.