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Si algo ha sorprendido al fotógrafo mexicano Luis Enrique Aguilar (Ciudad de México, 1980), después del terremoto del pasado 7 de septiembre que sacudió Chiapas, es la organización y participación de la sociedad civil en las labores de reconstrucción, mismas que han rebasado, en algunos casos, y suplido, en otros, tareas que corresponden a los distintos órdenes del gobierno. A principios del mes, Aguilar, fundador e integrante del colectivo fotográfico Tragameluz, y quien reside desde hace 15 años en San Cristóbal de las Casas, viajó como voluntario a las zonas afectadas del municipio de Tonalá para registrar con su cámara la situación que se está viviendo en esta parte, limítrofe con Oaxaca, del Istmo de Tehuantepec.
Luego de haber llegado, en compañía de otros tres voluntarios, a bordo de una camioneta cargada con víveres al Centro de Derechos Humanos Digna Ochoa AC, en la cabecera municipal de Tonalá, una persona de este centro condujo a Aguilar y a sus compañeros al pueblo de Paredón, situado a orillas de la Laguna del Mar Muerto, donde la gente, pescadores en su mayoría, está viviendo, como puede, en improvisadas tiendas hechas con láminas y lonas. Como muestran las imágenes que presentamos, Aguilar encontró terrenos vacíos donde alguna vez hubo casas… y fotografías de las mismas, como parte del registro que las autoridades hicieron posterior a que la maquinaria pesada removiera los escombros.
“La gente está muy afectada, no está pudiendo dormir. Cuenta historias extrañas, están muy alterados. Después del temblor hubo una alerta de tsunami. Entonces tienen esta cosa de que el mar en cualquier momento va a comerse el pueblo”.
Ante la falta de respue sta de las autoridades, el Centro Digna Ochoa —apoyado por una red de organizaciones— está canalizando las aportaciones de los voluntarios que han llegado de otras localidades de Chiapas, del país e incluso del extranjero. Se sabe de turistas que se han sumado a las labores de ayuda y reconstrucción. Gracias a plataformas digitales y redes sociales virtuales, voluntarios, como el propio Luis Enrique Aguilar, han podido encontrar un cauce adecuado.
“En el Digna Ochoa me encontré a una psicóloga y a una doctora de Tijuana. Ellas vieron que hay muchísima diabetes y, como el sector público ha dejado de trabajar, están trayendo los medicamentos donados desde Tijuana para que haya insulina y otras cosas que requieren los enfermos en lo que se reactiva el gobierno”.
A la zona, refiere Aguilar, han llegado a colaborar ingenieros y arquitectos. También organizaciones dedicadas a la cultura, como el caso de Kinoki, un cineclub de San Cristóbal que está proyectando funciones al aire libre para niños.
“Estoy muy sorprendido del trabajo de la sociedad civil, que está empoderadísima, que rebasa por mucho el trabajo del gobierno, en el sentido de que el gobierno ha traído maquinaria pesada para llevarse los escombros y dejó la promesa de unas tarjetas para que la gente compre material y reconstruya sus casas. Pero, ¿quién cuida de esas personas?, ¿quién cuida que con esos materiales que van a comprar se haga una construcción decente que sirva en un lugar donde suceden los sismos?”, se pregunta el fotógrafo.
Cuenta Aguilar, para quien la fotografía es una forma de autoconocimiento, que mientras repartían las despensas, había gente que se acercaba para preguntarles: “¿Quieres mi tarjeta de elector?, ¿quieres que nos tomemos una foto contigo mientras las repartes?”.
El terremoto del 7 de septiembre vuelve a mostrar no sólo la marginación y el rezago de este estado del sur de México, sino las malas prácticas de más de algún funcionario público.
“Me parece muy interesante que en medio de la crisis están creándose estos vínculos: es como si la gente se hubiera dado cuenta que llevaba mucho tiempo sola y ahora con el temblor dijera: ‘No tenemos por qué estar solos si nos podemos juntar entre nosotros’”, dice Aguilar.