Hace una década, la muerte acechaba en el camino que lleva al Parque Arqueológico Nacional de Tierradentro.
El camino desde la ciudad de Popayán, sobre la Cordillera central de Colombia, era tristementefamoso por las emboscadas y los secuestros que ahí ocurrían. Unos cuantos puestos militares insinuaban siniestramente la presencia de guerrilleros de las Farc.
Así que mientras sorteaba el camino destapado, en medio de un paisaje andino desolado y azotado por el viento, agarraba el volante con fuerza. La niebla fría se arremolinaba a mi alrededor como un manto funerario.
Afortunadamente, llegué a una de las necrópolis más grandes del mundo. Frente a mi tenía la gran hipogea precolombina de Tierradentro.
Efectivamente, el mayor tesoro de monumentos religiosos y esculturas megalíticas de América del Sur no se encuentra en la Isla de Pascua, Chile, ni en Perú, como podría suponer la mayoría de los viajeros.
Son las 162 tumbas subterráneas de Tierradentro excavadas en roca volcánica, y las más de 500 estatuas y monolitos funerarios que rodean el cercano pueblo de San Agustín.
Están esparcidas a lo largo de 2.000 kilómetros cuadrados de montañas y llanuras cercanas al río Magdalena, en el suroccidente de Colombia.
Estos vestigios de una avanzada pero desconocida cultura andina habían estado en gran parte fuera del alcance de las personas durante cinco décadas de conflicto armado.
Pero ahora que la región ya no operan las guerrilla de las Farc, formalmente desmovilizadas desde 2017, este impresionante e inspirador lugar, Patrimonio Mundial de la Unesco, es fácil de visitar.
El regreso
Ocho años después de mi primer viaje a Tierradentro, llegué nuevamente a la remota región y me quedé en la aldea de San Andrés de Pisimbalá, en medio de un nudo montañoso en las laderas del valle de Inzá, 115 kilómetros al noreste de Popayán.
Desde los pequeños Museo Etnográfico y Museo Arqueológico en la parte baja pueblo, seguí un sendero empinado y fangoso que serpenteaba sobre las crecientes cordilleras montañosas, uniendo las cinco concentraciones de tumbas.
Mirando a un abismo negro en el Alto de Segovia, el más impresionante de los sitios, sentí vértigo mientras bajaba por una elaborada escalera de caracol hecha de rocas porosas.
Me sentí como Indiana Jones entrando en la tumba del emperador. Abajo, la vasta cámara funeraria mide unos 12 m de ancho. Mi antorcha iluminaba las paredes y columnas, profusamente adornadas con diseños geométricos hechos con pigmentos negros, amarillos y ocres.
Figuras de animales y seres humanos bailaban en las sombras parpadeantes que se proyectaban mientras recorría el lugar.
Otra tumba fue tallada para replicar un techo inclinado y otros elementos de una casa de madera prehispánica: una alegoría, sin duda, para preparar al difunto para el viaje continuo entre la vida y la muerte que caracterizó a la enigmática sociedad que esculpió estos impresionantes monumentos funerarios.
Desde el momento de la subyugación de la región por parte de los conquistadores españoles en la década de 1530, el área ha sido habitada por los Nasa, un grupo indígena que habla paez (un idioma chibcha).
Sin embargo, poco se sabe sobre la misteriosa cultura que floreció a lo largo del primer milenio y luego desapareció seis siglos antes de que los españoles y los Nasa aparecieran en escena.
Lugar de misterio
A pesar de que las excavaciones comenzaron en la década de 1930, los arqueólogos aún no pueden explicar quién se asentó en la región, de dónde vinieron o a dónde fueron.
Y nadie sabe la relación entre los escultores de estas complejas tumbas subterráneas de Tierradentro y los túmulos funerarios y estatuas gigantescas de San Agustín, a 180 km hacia el sudoeste.
El drama que despertaba la estatua gigante en cuya base me encontraba, iba acorde con el estupendo escenario. Estaba desgastada por el clima y recubierta con algas verde azuladas. Se elevaba por encima de mí unos 5 metros de altura: solemne, de ojos grandes, y con una gran boca arqueada.
La estatua es parte de los ejércitos de colosos y tótems que cubren las mesetas alrededor de San Agustín, un encantador pueblo colonial cerca de la frontera con Ecuador.
Alrededor de un tercio de ellos están en el Parque Arqueológico de San Agustín, que comprende alrededor de 50 sitios de entierro ceremonial, más o menos contiguos, centrados en la ciudad que le da nombre a toda la colección.
La mayoría de las estatuas se encontraron dentro de inmensos túmulos en los que los precolombinos enterraron a sus jefes.
Mi guía, Davido Pérez, conocía cada detalle de cada estatua y los dólmenes, que son sarcófagosde piedra rematados por enormes losas.
Ferozmente expresivas y vitales, las estatuas son tan refinadas y bien conservadas que traspasan las barreras de la cultura y el tiempo. Conversé con Davido mientras seguíamos un sendero que subía hacia Alto de los Ídolos, el más grande de los sitios antiguos.
"Lo que ves es el legado de un intenso culto fúnebre ", dijo Davido. "La muerte era vista simplemente como una transición a otra vida".
Esculpidas a partir de piedras volcánicas relativamente blandas, conocidas localmente como "chinas", las estatuas varían en tamaño desde 20 cm a 7 m. La mayoría eran rectangulares. Algunas eran ovaladas.
Unas pocas parecían moldeadas con un torno. Y la mayoría fueron grabadas con motivos abstractos o figuras zoomorfas, envolviendo diseños bidimensionales alrededor de objetos tridimensionales para recorrer un camino entre mundos.
La luz del sol ponía en alto relieve los exóticos diseños llenos de energía latente y tensa. Algunos se parecían a serpientes, ranas y aves de presa, símbolos de la creación, riqueza y poder en la cultura precolombina.
Muchas eran figuras de guerreros con colmillos como de jaguar, una alusión a los chamanes, líderes espirituales que se creía eran capaces de absorber el poder de estos felinos.
En la parte superior de una gran loma encontramos una estatua solitaria apodada Doble Yo, mirando hacia adelante, con una sonrisa perversa grabada en sus labios.
Llevaba un pelaje de jaguar tallado, coronado, a su vez, por la piel de un cocodrilo. "Esta estatua fusiona lo masculino y lo femenino", dice Davido. "También simboliza el acoplamiento de espíritus humanos y animales en los que los chamanes confiaban para el poder y la hechicería".
"Este está vomitando", dijo Davido, señalando a una figura con los ojos saltones. "Representa la antigua práctica de ingerir alucinógenos".
El significado simbólico de muchos otros diseños solo puede ser adivinado.
"La obra del diablo"
Al día siguiente, nuestros caballos sortearon con seguridad la empinada senda que llevaba cuesta abajo a un sitio llamado La Chaquira.
Al desmontar, bajamos por una escalera tallada en la ladera para pararnos en un precipicio salpicado de rocas sobre del turbulento Río Magdalena. Unas cataratas se precipitaban desde el lejano cañón. Era estupendamente pintoresco.
Davido se volvió para señalar los petroglifos grabados en las enormes rocas situadas sobre el borde del cañón. El más grande mostraba a un hombre con las manos en alto, rindiendo homenaje al magnífico paisaje de la Madre Naturaleza.
Mirando hacia el barranco, imaginé al conquistador español Sebastián de Belalcázar y su despiadado ejército marchando por el valle a fines de la década de 1530, después de conquistar las tierras de los incas.
Los indígenas nasa opusieron una valiente resistencia, pero no fueron rival para las ballestas y mosquetes. Fueron conducidos a remotos reductos de la montaña.
Pero las estatuas y las tumbas permanecieron sin ser descubiertas hasta 1757, cuando el fraile Juan de Santa Gertrudis tropezó con la vasta biblioteca lítica y la llamó "la obra del diablo" ya que "los [nativos] no tenían hierro o implementos para producir tal cosa".
Las tumbas fueron saqueadas hace siglos por sus guacas de oro y preciosas reliquias. Y muchas de las estatuas originales se perdieron o se dispersaron en todo el mundo.
En 1899, por ejemplo, los antropólogos británicos dirigidos por el Capitán H.W Dowding cargaron varias docenas de estatuas en un barco con destino a Inglaterra. Se hundió rápidamente. Solo una efigie fue recuperada y transportada a Londres, donde se encuentra en el Museo Británico.
La mayoría de las estatuas existentes ahora están ancladas con concreto y barras de refuerzo, aun así algunas logran ser removidas. Tienen una gran demanda en el mercado de antigüedades ilegales y ahora están en la Lista Roja de Objetos Culturales de América Latina en Riesgo.
A pesar de su lejanía, este fértil centro de esculturas me pareció poderoso. El ambiente, que alguna vez fue tenso ahora es relajado. "Mi único riesgo era querer quedarme".
Me quedé un tiempo más para disfrutar de la gran cantidad de atracciones de la región: el rafting en el río Magdalena; explorar el desierto de la Tatacoa; un viaje de montaña a las cuevas habitadas por pájaros nocturnos.
Mientras manejaba por una carretera sin pavimentar a través de un salvaje paisaje andino y azotado por el viento, me encontré reflexionando sobre cómo los peligros de la guerrilla son cosa del pasado, y cómo las inescrutables estatuas de San Agustín y las figuras subterráneas danzantes de Tierradentro finalmente se han levantado de la muerte después de estar fuera de nuestro alcance durante décadas.
Puedes leer la versión original de esta historia en inglés en BBC Travel.
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