El Templo Mayor ha encantado a los habitantes, historiadores, arqueólogos y visitantes de la Ciudad de México por todo el significado que tenía para los habitantes de Tenochtitlán.

Manuel Gamio

fue el primero en identificar las evidencias del santuario mexica entre el 6 y el 16 de mayo de 1914. Un año antes, en 1913, supervisó la demolición de la casa que ocupaba la esquina de las calles de Seminario y de Santa Teresa o Guatemala.

Gamio ya había realizado algunos hallazgos cerca de ese punto y advertía de la importancia de esa esquina por referencias de otros investigadores, se indica en un comunicado del INAH.

Este centro ceremonial fue también donde se encontró en 2015 una imagen que hace 500 años aterrorizó a los españoles al llegar a la capital prehispánica: el "Huey Tzompantli", una ofrenda ceremonial mexica que consiste en una estructura de tezontle y estuco de aproximadamente 45 cm de alto y de 11 a 12 metros de ancho y cerca de 34 metros de largo.

El investigador del INAH Raúl Barrera aseguró en 2018 que en el recinto sagrado de Tenochtitlán había siete tzompantlis que debieron estar dedicados a varias deidades y que formaban parte de un ritual vinculado con la regeneración de la vida.

En Templo Mayor también se han localizado entierros infantiles dedicados al dios Huitzilopochtli.

Rodolfo Aguilar apuntó que el área de excavación se ubica en el eje central del adoratorio de Huitzilopochtli, justo al pie del Templo Mayor, espacio donde se han encontrado numerosas ofrendas. Una de ellas se depositó directamente sobre el piso de la plaza: primero se colocaron 15 cuchillos de sacrificio de pedernal, encima de éstos una cama de fibras vegetales carbonizadas y, por último, el cartílago del rostro de un pez sierra.

En el santuario también se registró el descubrimiento de los restos del principal Templo de Ehécatl y una parte de un Juego de Pelota antigua. Fue en 2010 en el predio de Guatemala 16 cuando se detectaron ambos vestigios.

En 2017 también se informó sobre el hallazgo de una ofrenda de un lobo enterrado hace más de cinco siglos y adornado con algunas de las piezas de oro más finas de la cultura mexica.

El animal fue revestido con los ornamentos así como con un cinturón de conchas provenientes del Océano Atlántico poco después de su muerte y luego colocado cuidadosamente en la bóveda por sacerdotes aztecas sobre una capa de cuchillos de pedernal.

nrv

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