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Los lingotes “pig iron”, tubos, un cañón de aproximadamente 2.5 metros de largo y un ancla “almirantazgo” son algunos vestigios encontrados en Banco Chinchorro y que podrían haber pertenecido a un pecio inglés de finales del siglo XVIII o inicios del XIX.
En febrero de este año, un grupo de 12 especialistas emprendió un viaje a la Península de Yucatán y el Caribe Mexicano, en específico a la Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro con el objetivo de inspeccionar un espacio que les señaló el pescador en retiro Manuel Polanco.
Hace unos años, explica en entrevista Laura Carrillo Márquez, investigadora de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) , el pescador Manuel Polanco les alertó sobre la existencia de algunos objetos en Banco Chinchorro.
“Desde 2006 trabajamos el Proyecto Banco Chinchorro, pero fue en febrero que tuvimos la oportunidad de visitar el sureste de este espacio. El ingeniero Peter Tattersfield hizo la logística y ya ahí, tuvimos oportunidad de hacer dos breves inspecciones en el contexto, se trató de una visita general para poderlo ubicar el pecio, obtener su posición GPS como base para hacer un futuro trabajo más amplio en ese sitio”, dice Carrillo Márquez.
En aquella visita a Banco Chinchorro, los 12 investigadores realizaron dos inspecciones, es decir, dos buceos. Cada inspección estuvo conformada por un grupo de seis investigadores, para ubicar los vestigios del pecio bautizado como Manuel Polanco en honor al pescador.
La investigadora señala que los buceos tuvieron que ser “cortos” porque las condiciones ambientales no eran las óptimas: el viento, el oleaje y la corriente eran fuertes, pero eso no fue impedimento para que los investigadores pudieran ubicar y analizar algunas características de los vestigios.
“El pecio está al sureste, en la barrera arrecifal, la profundidad es muy poca, máxima de tres metros; sin embargo, era peligroso hacer las inspecciones en esas condiciones. La configuración de la barrera arrecifal de Chinchorro tiene una forma de suela de zapato. En esta barrera se van formando otras cordilleras más pequeñas, sobre una de ellas encalló el pecio y por efecto de la corriente y el viento, se fue desintegrando conforme pasó el tiempo”.
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Carrillo Márquez señala que por el paso del tiempo, los elementos orgánicos, como la madera atravesaron por desgastes que los condujeron hasta su desaparición, mientras que los elementos sólidos como el cañón, el ancla, los clavos y las tuberías quedaron depositados en las cordilleras del arrecife y esto provocó que con el paso del tiempo se convirtieran en uno solo.
Los desafíos ambientales
Los vestigios de la nave “Manuel Polanco” no se encuentran a grandes profundidades: el ancla está a casi un metro de la superficie; el cañón está a unos dos metros, y los lingotes “pig iron (hierro con muchas impurezas)” se ubican entre los 2.5 y los 3 metros de profundidad.
A pesar de que los objetos no se ubican a grandes profundidades, la encargada del Proyecto Banco Chinchorro señala que el contexto en que fueron encontrados es un elemento que en cierta medida, complica su estudio.
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En México, explica Carrillo Márquez, hay contextos similares, tal es el caso del Parque Nacional Sistema Arrecifal Veracruzano (PNSAV), el Parque Nacional Arrecife Alacranes y la Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro.
“Las tres son formaciones arrecifales inmersas en áreas de navegación y en las tres encuentras restos de naufragios. El pecio ‘Manuel Polanco’ es la número 70 que se ha localizado en Chinchorro. La mayoría de los que se han encontrado están encallados sobre la barrera este del banco, otros están hundidos hacia el sur o hacia el norte”.
Sin embargo, la nave se encuentra al sureste y su ubicación se convierte en un reto, afirma la investigadora, porque es la parte donde la corriente “pega duro”, además de que hay oleaje todo el año.
Ante ese ambiente, los especialistas deben contar con más aditamentos que les permiten permanecer “fijos” en el fondo y así evitar que la corriente los arrastre o los golpee.
“Como hay muchas formaciones arrecifales, nos dañamos a nosotros y también a los bichos, tenemos que ser muy cuidados. Es un reto también porque los arrecifes crecen en cualquier superficie sólida y los restos culturales son un sustrato ideal para su desarrollo, por eso se nos dificulta identificar de qué objeto se trata”.
Las hipótesis por confirmar
Laura Carrillo Márquez expresa que tanto ella como su equipo están conscientes de que los vestigios no se pueden tocar porque además de un posible daño, podrían perjudicar a los “bichos” que ahí habitan, por lo que sus inspecciones son “lo menos intrusivas posibles”.
Aunque no pudieron tocar los vestigios, los investigadores determinaron que la nave fue un velero, conclusión a la que llegaron por el sistema de propulsión.
“Para saber si es de vapor, es necesario encontrar las calderas, si es uno de carga, la propelas, motores o ejes. En este caso no encontramos ninguna evidencia de un sistema de propulsión a vapor o diesel eléctrico, lo que nos permitió suponer que la propulsión de esta embarcación era a vela. Las dimensiones no las sabemos, porque fueron dos inspecciones breves”.
Entre los objetos encontrados están láminas de recubrimiento, elemento que contribuyó al proceso de datación, porque antes los cascos de madera eran recubiertos con planchas de distintos materiales para proteger a la madera contra “ataques” del gusano de mar o del crecimiento de moluscos.
“Encontramos fragmentos de recubrimiento de cobre; así como clavos y pernos de cobre. En conjunto estos referentes nos permitieron hacer la datación que podría ser de finales del siglo XVIII o inicios del XIX. Es una hipótesis preliminar”.
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México forma parte de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático, que entre otras cosas propone como opción principal la “conservación in situ”, por lo que los vestigios no saldrán del mar.
“Necesitamos tomar muestras, hacer estudios especiales para saber qué tipo de aleación es y poder determinar una temporalidad con más precisión. Esperamos encontrar otro artefacto que pueda ser referente de cronología, temporalidad o filiación cultural”.
Los investigadores propusieron que el velero es de origen inglés a partir de los elementos arqueológicos, es decir, el recubrimiento de cobre, la pieza de artillería y el ancla, mientras que en la parte histórica se sabe que esa área fue muy transitada por los ingleses entre el siglo XVII y XIX.
“Todas son hipótesis que tendremos que comprobar o bien, desechar”, enfatiza Laura Carrillo Márquez; sin embargo, por ahora los investigadores esperarán a que pase la emergencia sanitaria por Covid-19 para poder planificar nuevas inspecciones en la zona.
fjb