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En los últimos meses, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dio a conocer diversos hallazgos realizados durante salvamentos arqueológicos en al menos cinco puntos del Centro Histórico. La noticia sobre esos descubrimientos acaparó las portadas de los diarios, se convirtió en tendencia en redes sociales, pero entre toda esa fiebre por enaltecer el pasado prehispánico o histórico, la población también ha cuestionado la decisión de volver a enterrar los vestigios para dar paso a las nuevas construcciones, así como la idea de que se integren a proyectos modernos.

Un caso es el del predio de Guatemala 16, donde en 2011 fueron hallados los vestigios del Templo de Ehécatl, y posteriormente los del Juego de Pelota. Ahí, los propietarios del terreno planean volver a edificar el Hotel Catedral, el cual fue dañado durante el terremoto de 1985. La propuesta, que ya ha sido avalada por el INAH, es abrir un museo de sitio y construir el nuevo edificio, similar a lo que se hizo en el predio contiguo, en el Centro Cultural España, cuyo sótano resguarda los vestigios del Calmécac (la escuela de los nobles mexicas). Lo mismo se plantea para el caso del Tzompantli, hallado en 2015 en otro predio privado de esa misma calle.

Sin embargo, estos planes han generado cuestionamientos y han llevado a algunos ciudadanos a lanzar peticiones en la plataforma Change.org, como la que circula desde junio para pedirle al gobierno federal que priorice los vestigios del Templo del dios del Viento y que detenga la construcción de este hotel moderno y privado. Hasta ahora, la petición ha reunido poco más de 25 mil firmas. Cuando semanas después, el Instituto dio a conocer el hallazgo de un calpulli mexica mientras se realizaban trabajos de rehabilitación en la plaza Pino Suárez y luego el de la plataforma circular que le dio nombre al Zócalo, la decisión de volver a enterrarlos también generó críticas entre la población.

¿Cuáles son entonces los criterios para dejar a la vista o volver a tapar un vestigio arqueológico o histórico? ¿Deberían todos los vestigios quedar a la vista? ¿Cómo hacer convivir los vestigios del pasado con el desarrollo urbano? Arqueólogos hablan del tema y coinciden en que la decisión de dejar a la vista un vestigio depende de las circunstancias, de la importancia histórica, estética o simbólica del monumento y, sobre todo, del presupuesto que existan para su conservación.

De acuerdo con Salvador Pulido, director de Salvamento Arqueológico del INAH, uno de los criterios claves para determinar si un vestigio queda a la vista o no es qué tanto puede comprenderse el monumento, “qué tanto le puede ser útil a la gente para que en un primer acercamiento lo comprenda fácilmente”. En el caso del calpulli en la Plaza Pino Suárez lo que emergió fueron sólo restos de muros y pisos, lo cual, dijo entonces, impediría a la población integrarlos visualmente en un conjunto de monumentos: “Lo que la gente vería es un muro y hasta ahí. Con este descubrimiento, que no deja de ser importante, no podríamos generar un conocimiento para la gente no especializada sobre lo que representa este monumento con respecto a la plaza que existió aquí”.

El arqueólogo explica que por ley todos los vestigios son bienes nacionales, por lo que el INAH tiene que garantizar su protección y conservación; una forma de cumplir con esa norma es restaurarlos y dejarlos a la vista, la otra es volverlos a enterrar para “propiciar que sigan permaneciendo a lo largo de los años”.

Antes de volver a enterrar, los arqueólogos realizan un trabajo detallado de registro, así como un proceso de consolidación y conservación. En el caso de los restos en Pino Suárez y el del zócalo original utilizaron una cubierta geotextil y tepetate para protegerlos. “Los enterramos, aseguramos su permanencia y nos cuesta menos dinero su conservación, que abrirlo y dejarlo al público. Dejar un monumento expuesto siempre implica un mantenimiento continuo para lo cual los presupuestos no necesariamente alcanzan”, dijo.

El arqueólogo Gustavo Ramírez Castilla, director de la Red Mexicana de Arqueología, explicó que el INAH y sus áreas especializadas siempre tienen que evaluar con cuidado la posibilidad de exhibir los hallazgos, “si no está plenamente justificado, pues se puede causar su degradación o destrucción rápidamente, sólo para satisfacer caprichos políticos, la curiosidad o el morbo”. Se debe priorizar la integridad de los monumentos: “Los edificios aunque sean de piedra se deterioran rápidamente; la lluvia ácida de la ciudad los corroe, la humedad y la erosión acaban con sus aplanados y decoraciones. En la Ciudad de México, el frágil subsuelo que los sostiene se bufa cuando se quita el peso de las construcciones coloniales y modernas encima de ellos, ocasionando su deformación, como en el Templo Mayor. Por eso debe evaluarse con mucho cuidado la posibilidad de exhibir nuevos hallazgos”.

El investigador del Centro INAH Tamaulipas y quien ha sido consultor para UNESCO en temas de patrimonio cultural sostuvo que sería imposible dejar expuestos todos los vestigios arqueológicos descubiertos: “Cada uno de ellos demanda para su cuidado infraestructura, personal de vigilancia y mantenimiento, señalización, servicios, etc. Eso cuesta anualmente millones de pesos. Algunos sitios que se han dejado expuestos luego de su exploración, sin las medidas adecuadas, terminan convertidos en basureros, sanitarios públicos o guarida de maleantes, pues no todo mundo siente respeto por esas edificaciones, es frecuente verlos grafiteados. Tenemos 117 zonas arqueológicas abiertas al público oficialmente, algunas de ellas están en malas condiciones. Antes que abrir nuevos sitios a la visita pública, primero hay que dignificar las que tenemos”.

Con él coincide el arqueólogo Juan Carlos Campos-Varela, quien realiza salvamentos en el centro histórico de Xochimilco y su periferia: “Sacar a la vista un monumento arqueológico siempre implica un gasto, un gasto que paga el Estado. Puede verse como una inversión que se puede recuperar en turismo, pero lo que ingresa en turismo no siempre se le regresa a las zonas arqueológicas”.

Pasado y modernidad. En un predio de República de Perú en el Centro Histórico, la arqueóloga María de la Luz Escobedo Gómez trabaja desde marzo en la recuperación de materiales de diversas épocas, desde las tapas de refrescos, juguetes y objetos de la cultura popular hasta entierros prehispánicos y restos de un espacio habitacional que posiblemente pertenecía al barrio de Colhuacatonco. Para este caso, el INAH está en pláticas con el Instituto de Vivienda del DF para definir el futuro de los vestigios, se les ha pedido modificar el proyecto original de construcción para proteger los restos y, si es posible, dejarlos a la vista. “Se van a proteger por la relevancia que tienen, por sus características, pero también ellos tienen que seguir con la construcción en este sitio porque son viviendas de interés social”, dijo la arqueóloga.

Aseguró que determinar el destino de vestigios hallados en predios privados suele ser más complicado pues siempre depende de la disposición de los dueños y presupuesto. “Por ejemplo, en el Centro Cultural España se dio la posibilidad de que el Calmécac se visitara, y funciona muy bien. Depende mucho de las características del predio, de la disposición de los dueños y de los particulares que muchas veces tienen que cambiar sus planes y poner más dinero”.

Respecto a casos de particulares, Ramírez Castilla plantea que si bien la Ley Federal sobre Zonas y Monumentos Arqueológicas, Artísticos e Históricos declara que los restos arqueológicos son propiedad de la Nación, esto no incluye la tierra donde se encuentran. “Por eso es que el INAH debe de adquirir aquellos predios particulares en donde hay vestigios que desea exhibir o llegar a acuerdos con los propietarios para que permitan el acceso. Sería imposible para el INAH adquirir todos los predios donde hay vestigios arqueológicos, pues tendría que ser entonces propietario de casi todo el país”, señala.

El arqueólogo considera que el pasado tiene que convivir con el presente, siempre de manera equilibrada y con respeto; que sería utópico pensar en detener el desarrollo urbano para conservar lo arqueológico: “No es realista pensar que se va a detener el crecimiento urbano o industrial del país para preservar todos los vestigios arqueológicos. La conciencia conservacionista es muy reciente, unos 200 años. Antes de eso, las ciudades nuevas crecían sobre las viejas sin considerar ni menos investigar o conservar las antiguas edificaciones….

Explica que es precisamente debido al desarrollo urbano que comenzaron a realizarse los salvamentos arqueológicos, “como investigación especial que se realiza en obras públicas, y que permite rescatar la información de los contextos”, recuperar objetos, esqueletos y otros materiales que dan evidencia del pasado. Si hay restos arquitectónicos, dice, hay que consolidarlos y volverlos a enterrar para que la obra no los afecte o destruya. Se llegan a exhibir sólo si se logran acuerdos entre autoridades, especialistas y propietarios del predio, como ha sido el caso del Calmécac en el Centro Cultural España o el Templo de Ehécatl en Pino Suárez.

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