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De día caminaba por las calles de la Mosul ocupada, charlando con tenderos y combatientes del grupo extremista Estado Islámico , visitando a amigos que trabajaban en el hospital, intercambiando información. Se dejó crecer el pelo y la barba y llevaba los pantalones acortados prescritos por los extremistas. Se obligó a presenciar decapitaciones y lapidaciones para poder oír a los verdugos decir los nombres de los condenados y sus supuestos crímenes.
Por la noche, de forma anónima desde su habitación a oscuras, Mosul Eye (un juego de palabras que podría traducirse como “El investigador de Mosul”) le contaba al mundo lo que estaba ocurriendo. Si lo atrapaban, lo ejecutarían también a él.
Pero después de más de tres años, su doble vida se ha convertido en una carga demasiado pesada. Extraña su nombre.
Sus secretos lo consumen, le roban la energía que preferiría utilizar para su tesis doctoral y para ayudar a reconstruir Mosul. En conversaciones con The Associated Press, se mostró angustiado sobre cómo poner fin al anonimato que le asfixia. Tomó su decisión.
Mosul Eye es Omar Mohammed, historiador, académico, bloguero. Tiene 31 años.
La revelación de su identidad la dedica a sus miles de lectores y seguidores, es para todos sus voluntarios en Mosul inspirados por un hombre al que nunca han visto. Pero, sobre todo, es por el hermano que murió en la última batalla en la ciudad y por su madre en duelo.
“Ya no puedo ser anónimo. Esto es para decir que derroté al grupo EI. Ahora pueden verme, y ahora pueden conocerme”, dijo a The Associated Press.
En los primeros días después de que los combatientes irrumpieran en Mosul, Mohammed empezó a escribir en internet sobre la milicia radical desde su cuenta de Facebook . Pero un amigo le dijo que corría el riesgo de que lo mataran, de modo que en esos primeros días se hizo una promesa a sí mismo: no confiar en nadie, documentarlo todo.
Era un profesor recién titulado con reputación de tener ideas seculares y perdió su empleo en la universidad. Pero encontró otra vocación.
“Mi trabajo como historiador requiere una visión imparcial, a la que voy a adherirme y guardarme mi opinión personal para mí”, escribió ese primer día, el 18 de junio de 2014.
Mosul Eye se convirtió en una de las principales fuentes de noticias para el mundo exterior sobre los milicianos del grupo EI, sus atrocidades y cómo transformaron la ciudad en una grotesca sombra de sí misma.
Buena parte de lo que descubría terminaba en el blog. Otros detalles los guardó en su computadora por temor a revelar su identidad. Algún día, prometió, escribiría historia con ellos.
En ocasiones, la información de Mohammed incluía fotos de los combatientes y comandantes, así como biografías armadas de forma discreta con fragmentos de información reunidos en su vida cotidiana, la de un académico sin empleo que vivía en su ciudad.
“Utilicé los dos personajes, las dos personalidades para que se sirvieran una a otra”, explicó. Amplió su actividad a una página de Facebook y una cuenta de Twitter para transmitir información en un momento en el que apenas salían noticias.
Las agencias de inteligencia se pusieron en contacto con él, y fueron rechazadas.
“No soy un espía ni un periodista”, decía. “Les dije esto: Si quieren la información, está publicada y es pública sin coste. Tómenla”.
Para marzo de 2015 estaba muy afectado por su catálogo de horrores.
“Estaba súper dispuesto a morir”, dijo Mohammed. “Estaba agotado de preocuparme por mí, mi familia, mis hermanos. No estoy vivo para preocuparme, sino que estoy vivo para vivir esta vida. Pensé: he acabado”.
Se cortó el cabello, se afeitó la barba y se puso un jersey rojo brillante. Salió con su mejor amigo.
Condujeron a la orilla del Tigris escuchando música prohibida. Compartieron un termo de té. Ignorando a la gente que hacía picnic cerca, Mohammed encendió un cigarrillo, algo prohibido por el grupo EI. De algún modo, no lo atraparon.
“En ese momento sentí que me habían dado una nueva vida”, dijo.
Volvió a hacer lo que había empezado a describir como su deber. Se dejó crecer el pelo y la barba, volvió a ponerse los pantalones acortados.
Probó diferentes voces, haciéndose pasar por cristiano o musulmán. En ocasiones indicó que se había marchado y en otras que seguía en la ciudad.
Finalmente, tras haber salido de Mosul mil veces en su imaginación, decidió que era hora de salir.
“Creo que me merezco una vida, me merezco estar vivo”, dijo.
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Un contrabandista accedió a sacarlo por mil dólares. Mohammed se marchó al día siguiente tras transferir el contenido de su computadora a un disco duro que llevaba en su equipaje.
Nadie le prestó una especial atención en los dos días y 500 kilómetros (300 millas) que tardó en llegar a Turquía.
Una vez allí, Mosul Eye siguió en ello: a través de WhatsApp y Viber, mensajes de Facebook y largas conversaciones con amigos y parientes que tenían contactos en el grupo EI. A cientos de kilómetros, su vida seguía consumida por los sucesos en casa.
Para mediados de 2016, las muertes ocurrían más deprisa de lo que podía documentarlas. El grupo terrorista cazaba traidores y los ataques aéreos se cobraban un precio cada vez mayor sobre todo el mundo. Sus registros se tornaron desordenados y acudió a Twitter para documentar las atrocidades. En febrero de 2017 recibió asilo en Europa.
Solo después de que su hermano mayor, Ahmed, muriera en un ataque de morteros y que ISIS se hubo marchado de la ciudad, Mohammed reveló su secreto a un hermano menor, que recibió la noticia con conmoción, orgullo y felicidad. Su hermano habló bajo condición de anonimato desde su refugio en Irak porque temía por su vida.
“La gente en Mosul había perdido la esperanza y la confianza en los políticos, en todo”, dijo su hermano. Mosul Eye, señaló, “consiguió demostrar que es posible cambiar la situación en la ciudad y resucitarla”.
nrv