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ana.pinon@eluniversal.com.mx
Esperanza Iris tenía ojos traviesos. Para algunos su personalidad era festiva, cálida y apasionada, para otros era terca y aguerrida; los cronistas cubanos de su tiempo la consideraban una reina. Un día antes del estreno de su teatro, el 25 de mayo de 1918, la diva de la ópera estaba nerviosa y no podía dormir, los ruidos, el timbre de los teléfonos, todo la aturdía. Estaba preocupada y reflexionaba acerca de su deseo: “Dejar un monumento, aunque sea humilde, al arte nacional”.
La arquitectura era deslumbrante; para el reportero Xavier Sorondo tenía parecido con el Hipódromo de Nueva York y la gente estaba emocionada. “Lo más distinguido de nuestra sociedad” estaba ahí: el cuerpo diplomático, el gabinete, las “familias de alcurnia”. “Hubo durante algunas horas una agitación abigarrada de rasos y joyas, hombros desnudos, pecheras blancas y, sobre todo, el fuego de ojos negros netamente mexicanos que se humedecía de emoción ante la emoción de la artista mimada que lloraba de satisfacción al descorrer por primera vez la soberbia cortina bordada que cierra la escena”.
El libro El Teatro de la Ciudad de México Esperanza Iris, de Antonio Zedillo, editado por la Secretaría de Cultura, recoge diversas crónicas periodísticas de aquel día, como la de El Demócrata. “Visiblemente emocionada, Esperanza Iris bendijo a Dios por la consumación de su noble deseo, pronunciando frases cariñosas para su público mexicano y manifestando su respetuoso agradecimiento al señor presidente tanto por sus obsequios como el honor de su asistencia... casi con lágrimas que preñaban sus ojos, la gentil artista terminó en un cordial abrazo a su compañera de luchas artísticas, Josefina Peral, y en la exaltación amistosa a sus colaboradores”.
Tiempos de paz y prosperidad. Según el libro Tiempos de ópera. Crónicas del Teatro de la Ciudad 1918-2011. Esperanza Iris, de José Octavio Sosa, editado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México en 2012, la cantante fue una diva que siempre anheló su propio teatro. A principios del siglo XX adquirió dos, el Arbeu en la capital del país y el segundo, el Albisu, en La Habana, Cuba. Los perdió cuando se divorció en 1913 de Miguel Gutiérrez, pero tres años después, ya casada con el barítono Juan Palmer, descubrió que se ofrecía el Teatro Xicoténcatl, en Donceles, junto a la entonces Cámara de Diputados.
Era un edificio de madera que le costó sólo 224 mil pesos. Esperanza lo tiró y ahí construyó su teatro, el proyecto quedó a cargo de Federico Mariscal e Ignacio Capetillo y Servín. “La ciudad necesitaba con urgencia un teatro a la medida de su importancia y de su tamaño. Pero también eran tiempos de incertidumbre política y crisis económica, por lo que nadie estaba dispuesto a invertir la suma para levantar un recinto de esa envergadura. Nadie... más que Esperanza Iris”, escribe Luis de Pablo Hammeken en el prólogo del libro.
La apertura del Gran Teatro Esperanza Iris significó para el especialista el fin de la guerra civil y el inicio de la paz y la prosperidad en el país. “A partir de entonces, y durante 15 años, el Iris fue, sin competencia, el teatro más importante de la República”, añade Hammeken.
En una entrevista telefónica realizada en 1949, la cantante recordó ese momento de tensión: “Se recibió una orden del gobierno para que pusieran a prueba el tercero y cuarto pisos del teatro. Por la premura se tomaron las piedras que estaban preparadas para construir la Beneficencia Pública. Había que ver aquel hormiguero de hombres acarreando toneladas de piedras y más piedras. Estaba asustadísima y temblando le dije al arquitecto Mariscal: ‘Esto está de la pedrada’. Pero él me respondió tranquilamente: ‘No se espante, a este teatro le pueden echar encima el Pedregal de San Ángel y se quedará tan fresco’”.
La inauguración que le quitó el sueño a Esperanza se selló con una cesta de rosas que Carranza le obsequió y con una postal que habría de marcar el inicio de la vida de uno de los teatros más importantes del país: aglomeraciones sobre la calle de Donceles ansiosas de presenciar en carne propia cualquiera de los espectáculos que habrían de marcar un hito en la historia de la cultura en México.
Nuevas exigencias. La primera bailarina del Mariinski, Anna Pavlova, fue una de las grandes figuras que pisaron primero el escenario pero dado el interés artístico de Esperanza, la ópera fue la disciplina que marcó los primeros años del Teatro; de Enrico Caruso a Plácido Domingo, de La Traviata de Verdi a Santa Anna de Vitier con libreto de Carlos Fuentes, el género mayor ha tenido diversas épocas doradas a lo largo de cien años. Actualmente la programación del foro se ha diversificado de todas las maneras posibles, un día puede estar el genio de la coreógrafa canadiense Marie Chouinard y otro día una cantante popular como Solé Giménez. Lo cierto es que hoy la ópera tiene poca presencia en ese espacio que por más de una década fue considerado el más importante del país. Enrico Caruso, Anna Pavlova, María Conesa, José Mujica, Titta Ruffo, Josephine Baker y Leopold Godowsky, entre otros, le dieron renombre mundial.
En la década de los 30, con la llegada de la radio y el cine a México, Esperanza adaptó su teatro a las nuevas exigencias de la audiencia y presentó burlesque y revistas musicales. Según el antropólogo Antonio Zedillo, a partir de 1953 Esperanza rentó el teatro pero ella vivió en el pequeño departamento que construyó dentro del mismo recinto que bautizó como “mi novio ingrato” por el amor incondicional que le tenía a su coliseo.
El 8 de noviembre de 1962, la artista murió. La ciudad se vistió de luto, sus habitantes le lloraron y asistieron al velorio realizado a manera de homenaje en el teatro. El recinto fue heredado a varios de sus sobrinos.
Los muchos rescates. A raíz de su muerte, el recinto se deterioró y fue abandonado, hasta que el Departamento del Distrito Federal lo compró a una de sus sobrinas. Lo rescató y en 1976 fue reinaugurado. Es en esta fecha cuando se cambió su nombre a Teatro de la Ciudad.
En 1984 hubo un incendio que afectó la parte superior y se tuvo que cerrar. Dos años después, en 1986, abrió sus puertas y se rindió un homenaje a Pedro Vargas; sin embargo, 10 años después, luego de sufrir un daño en la fachada, nuevamente fue cerrado. El 9 de abril de 2002 se reinauguró con la puesta en escena Viva la Zarzuela, a cargo de Plácido Domingo.
Para dicho acto, el historiador Enrique Semo expresó que “el teatro fue construido en el año de 1917, cuando la agitación de la Revolución no se había apagado y es por eso un símbolo de la vitalidad y el amor a la cultura de los habitantes de la ciudad”.
Por su escenario han desfilado los más diversos artistas de todas las expresiones artísticas: Marcel Marceau, Silvio Rodríguez, Miguel Bosé, Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Nacha Guevara, Mario Benedetti, Daniele Finzi Pasca, Wajdi Mouawad, Beijing Dance Theater, entre muchos más.
Para conmemorar el mes de aniversario se ofrecerán tres Galas Centenarias y el estreno mundial de Iris del compositor Héctor Infanzón.
El 25 de mayo se presentará la Orquesta Filarmónica Juvenil “Armando Zayas” de la Ciudad de México; el 26, Tembembe Ensamble Continuo; y el 27, Tambuco, con la mezzosoprano Katalin Károlyi e Infanzón.