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Algunas de las 630 personas contratadas, a través de una outsourcing, para Cultura Comunitaria, el programa que más ha impulsado la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, cuentan, por ejemplo, que en su contrato firmaron una cláusula de confidencialidad; otros reconocen que la intuición a menudo ha sido el criterio para elegir un agente o acción culturales; dicen que sí reciben su pago quincenal a tiempo, pero que, a pesar de que tienen seguridad social, no hay clínicas del IMSS en todos los lugares en los que trabajan.
Cultura Comunitaria está por cumplir seis meses de operación, tiene uno de los mayores presupuestos del sector —400 millones de pesos, de los cuales 178 se pagaron a una outsourcing para contratar al personal que opera el programa—.
Luis Machorro, mejor conocido como Fou de la calle, tiene experiencia en gestión cultural, investigación, artes escénicas, dirección teatral y teatro comunitario; por amigos se enteró de Cultura Comunitaria y decidió postularse en la convocatoria nacional en el eje Misiones por la Diversidad Cultural, que tiene como objetivo realizar jornadas de trabajo para detectar las necesidades culturales a nivel municipal y “mapear la infraestructura, agentes y prácticas artísticas y culturales”.
Tras una capacitación de 15 días en la Ciudad de México lo invitaron a estar al frente de uno de los 10 equipos regionales que a su vez formarán 32 equipos estatales encargados de implementar las jornadas territoriales en los municipios (279 según la Secretaría). Aunque radica en Querétaro aceptó hacerse cargo de la región sureste (Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo).
Para organizar los equipos se crearon diversas tareas y responsabilidades. Por ejemplo, durante las dos semanas de capacitación, los facilitadores (encargados de hacer el primer reconocimiento del talento local y son el enlace con las comunidades) estatales vivieron tres procesos: milpa, jolgorio y telar.
La milpa es el diagnóstico vivo en materia cultural con los “agentes”, es decir, con el talento local que va de artesanos a practicantes de medicina tradicional. Una vez que se recaba la información y se ha detectado qué actividades culturales se realizan en ese municipio, se da paso a la creación de jolgorios, es decir, fiestas del talento local.
Y el telar es la plataforma digital que van a lanzar próximamente en donde están anotándose todos los datos demográficos.
Según Esther Hernández, directora de Vinculación Cultural, es la Dirección General de Tecnologías de la Información y Comunicación de la Secretaría de Cultura la que desarrolla la plataforma; y dos personas de Vinculación diseñaron junto con INEGI y UNESCO los reactivos.
Fou de la calle trabaja directamente con los responsables de milpas y jolgorios. En Yucatán se coordina directamente con la operadora estatal Socorro Loeza, quien tiene una amplia experiencia en la región y es líder el equipo de facilitadores. Para identificar a los “agentes”, dice, se necesita de “sensibilidad” para determinar a quienes sí y a quiénes no se les puede considerar así, así como para decidir a quiénes se invita a formar parte del jolgorio.
“En Yucatán trabajamos con Socorro, quien ha trabajado mucho en la región y se siente el conocimiento que tiene de todos los municipios. En Izamal hicimos la milpa y se ubicó a los agentes culturales que trabajan en música regional, médicos tradicionales y artesanos. Una vez concluido este reconocimiento se les invita a los jolgorios. Hay gente que llega a la milpa para ver qué les dan porque quien convoca es una institución y van a estirar la mano. La intuición funciona mucho para saber quién está trabajando sin la necesidad de una institución, es decir, que han sabido cómo moverse para trabajar como agentes culturales. Estas personas son justo con las que queremos trabajar”, dice.
Los jolgorios, dice Fou de la calle, tienen un presupuesto, y depende de cada equipo cómo se administra. En algunos casos se decide que cada “agente” pueda cobrar por su participación. A los agentes se les subdivide en: grupos en formación, emergentes y con trayectoria.
Apolinar Lozano es operador estatal en Veracruz y explica que el proceso de invitación a los jolgorios es variado, en algunos casos se puede pedir al “agente” que participe pero sin retribución económica, a cambio se le facilitan las herramientas para su actividad y, en algunos casos, se le advierte que puede vender sus productos.
Fou indica que sí existe esa posibilidad, pero se toman decisiones a partir de esa subdivisión. En el caso de los “agentes” en formación que se dedican, por ejemplo, a dar clases en casas de cultura, se les invita a participar en los jolgorios y no se les da ninguna retribución económica, pero sí les brinda el material que necesitan para realizar su actividad como utilería o vestuario, y en otros casos se les brinda el transporte.
En Veracruz, cuenta Lozano, había artesanos que se dedicaban a hacer máscaras y la retribución fue darles una venta de exhibición, también ofrecieran talleres.
Fou de la calle advierte que hay casos en los que se puede ser parte de muestras artesanales o gastronómicas, pero no como puntos de venta. “No queremos crear falsas expectativas, si se da la venta es un plus, pero la invitación es que a muestren su trabajo. En Tabasco nos vinculamos con un instituto de fomento a las artesanías, y se les invitó a los jolgorios como una muestra, pero hubo artesanos que pensaron en que no les convenía y no fueron”.
Una vez que se detectan quienes sí serán invitados a los jolgorios, Fou de la calle explica que ninguno de los facilitadores y capacitadores manejan los recursos directamente, por eso se crearon diferentes formatos de control. En el caso de los “agentes” se les pide una cuenta bancaria y su RFC, si no cuentan con esa información se buscan otras vías de pago. “Se busca una persona de confianza dentro de la comunidad que le pueda pagar al que hizo la comida y algunos agentes, sé que hay un tope, no podemos trabajar así con todos”.
Confidencialidad. Francisco Alzaga es originario de la Ciudad de México, pero desde hace 24 años vive en Quintana Roo, donde se ha desempeñado como promotor cultural. Desde marzo pasado se integró a Cultura Comunitaria como facilitador en Misiones por la Diversidad Cultural. “No me percaté de la convocatoria; sin embargo, al superdelegado en Quintana Roo (Arturo Abreu) le asignaron formar un equipo para las Misiones, por lo que él contactó al periodista Gelfis Martínez y le pidió que conformara un equipo de 10 personas”.
El facilitador comenta que Martínez lo llamó la última semana de abril, y en mayo recibieron capacitación, pero sin salario. Después firmaron un contrato, aunque comenta que no fueron contratados directamente por el gobierno, sino por una “pagaduría” de la Ciudad de México, en la calle Búfalo.
“La pagaduría no tiene representación en Quintana Roo, pero está en contacto con nosotros por correo electrónico. También firmé contrato de confidencialidad, pero no recuerdo qué abarca, es decir, no sé si se refiere a la información obtenida o a qué”, señala Alzaga.
La convocatoria que emitió la Secretaría de Cultura para este servicio determina que la empresa licitante tendrá la obligación contractual de “tomar las medidas necesarias para que el personal que asigne mantenga con carácter de confidencial toda aquella información y todo tipo de documentos a los que tenga acceso”, dicta el documento.
De acuerdo con el maestro Ángel Trinidad Zaldívar, excomisionado del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (Ifai), no hay “ninguna causal de las que se manejan en Ley General de Transparencia o en la Ley Federal que indique que deban ser confidenciales las actividades en torno a la promoción de la cultura”.
“Se me hace un exceso, si algo tiene que hacer la Secretaría de Cultura, como todas las dependencias, es ser totalmente abierta. No encuentro por qué algo relacionado a promocionar la cultura tenga que ser reservado. Reservar información es válido en cualquier gobierno democrático, en ocasiones es necesario, pero siempre son temporales y en instancias muy específicas relacionadas con la seguridad nacional, pero no para este tipo de actividades de Cultura. Se está pagando con recursos públicos, tenemos derecho a conocer qué se hace con ellos”.
Lenguaje a medias. Las diferencias, límites, entre cada uno de los cuatro ejes de Cultura Comunitaria no quedan claras en sus nombres.
La estructura en que se divide el programa es amplia y compleja de entender; por ejemplo, no están definidas las fronteras entre una Misión y una Comunidad Creativa; en todo caso, todo Semillero Creativo es una Comunidad Creativa ¿por qué separarlos? Territorios de Paz es un eje distinto de Comunidades Creativas y Transformación Social ¿No suponen, acaso, los territorios de paz una transformación social?
Para los 630 seleccionados hay diversas categorías: facilitador, operador, asistente co-operador, docente tallerista artístico, docente tallerista promotor de participación, promotor en redes de innovación social, enlace territorial, promotor en desarrollo cultural comunitario, capacitador regional.
En los casos de los operadores estatales y regionales, el trabajo no depende de un asunto territorial; más bien, están clasificados por sus actividades; hay roles para coordinador de telar, operador de rutas, coordinador de vinculación, contacto con la administradora del Estado.
Hernández reconoce que el programa no se ha entendido en las ciudades: “Tenemos que encontrar la forma de comunicar lo que está pasando en los estados. Sí nos ha faltado habilidad para comunicar cómo se está apropiando en las comunidades. Nos falta una forma de comunicar a una de las comunidades culturales, la de la Ciudad de México”.