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León, Guanajuato.— Dos maneras de redención, la propia y la colectiva, están en el centro de la última ópera de Wagner, Parsifal, que se estrenó en México —142 años después de su primera presentación en el Festival de Bayreuth— la noche del jueves en la Sala Principal del Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña en la ciudad de León, Guanajuato, como uno de los eventos estelares del Liber Festival Wagner 2024.
Durante cuatro horas y media, bajo la batuta del director concertador italiano, Guido Maria Guida —quien, en el pasado, le dio vida en varios recintos internacionales a ésta, una de las obras de Wagner con mayor carga esotérica, mística y religiosa—, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, el Coro del Teatro del Bicentenario, el Coro Juvenil del Conservatorio de Celaya y los Coros del Valle de Señoras, así como un elenco conformado por Martin Iliev, Fiona Craig, Hernán Iturralde, Jorge Lagunes, Óscar Velázquez y José Luis Reynoso, recrean la búsqueda de la lanza con la que se cree que el soldado romano Longinos, atravesó el costado de Jesús durante la crucifixión y que, en el drama, le ha sido robado al caballero Amfortas por el diabólico mago Klingsor; mientras, Parsifal, especie de elegido, “tonto e inocente”, que desconoce hasta su propio nombre y ha matado, accidentalmente un cisne sagrado, se prepara para el viaje interior que se desarrolla en la obra.
Este es el argumento inicial, punto de partida que Sergio Vela, director de Arte & Cultura Grupo Salinas, ha montado con un dispositivo escénico que representa, por igual, la naturaleza y el interior del castillo que resguarda el sagrado Grial. El uso del espacio oscuro sirve para recalcar el aura esotérica y de iniciación: el simbolismo medieval en la historia de los caballeros que resguardaron ciertas reliquias en torno a los últimos días de Jesús; el ideal de salvación que inquietó a Wagner y en el que ha profundizado Guida. Vela, además, se acerca a zonas abstractas, quizá, que podrían describirse como el mundo interior de Parsifal, en medio de pruebas, con pantallas de colores cambiantes —negro, rojo y violeta—, márgenes que encierran la escena y un trabajo de iluminación que se renueva de forma sutil, en consonancia con los estados anímicos de la historia.
Al principio hay cierta tensión y nerviosismo, notorios desde los cuatro niveles del teatro, que pueden albergar hasta 1520 personas. Iniciado el segundo acto, donde Parsifal es tentado por lo femenino, las flores y el eros, muchos espectadores no superan la prueba y se han ido. En uno de los momentos más altos de la obra, Kundry, mujer ambigüa y poderosa, títere de Klingsor, condenada a no morir —tal como el mito del judío errante— por burlarse de Jesús, le rebela a Parsifal su propio nombre. Llama la atención que, en esta escena, Vela haya decidido sentar a Parsifal en un diván, mientras Kundry se hace pasar por la madre del joven para seducirlo. Un momento que Guida lee como antecedente de las teorías de Sigmund Freud y que hace aún más compleja la trama.
Desde el nivel más bajo del teatro, los músicos permanecen ocultos en el foso y el coro, por igual, es invisible tras una torre que se ilumina y revela a los cantantes hasta el final del acto III. Una elipsis en la historia: la cura de la “herida que nunca sana” en Amfortas se logra con la lanza de Longinos, a manos de Parsifal, y el momento donde él cumple su destino y se vuelve protector del grial, cobran vida con una capa niebla blanca que inunda al escenario al final, tras lapsos en los que las voces de los jóvenes del coro transmiten lo sagrado.