Irasema Fernández
(Ciudad de México, 1990) es escritora, artista visual y activista feminista, autora de una obra donde aborda temas como la violencia de género , la sororidad, la autoerotización, el derecho legítimo a la protesta y los derechos humanos de las personas LGBTTTIQA , planteamientos que ha llevado a las calles a través del arte urbano, sobre todo en zonas periféricas de la Ciudad de México y el Estado de México, en espacios rurales e indígenas a donde están volteando las colectivas feministas para aprender de su resistencia y su capacidad autogestiva.
A través de intervenciones y acciones artísticas directas en la vía pública dentro del proyecto Narrativas móviles, la artista deja mensajes sobre las paredes, postes, bardas, vallas, canceles y banquetas para propiciar un diálogo con la gente de a pie. Eso lo hace en el trabajo creativo personal con el que ha llegado a hacer comunidad, pero en el trabajo colectivo y de activismo feminista está su trabajo en el proyecto ¡No me cuidan!, que a partir de este enero empezará a dar capacitación a mujeres de todo el país sobre violencia institucional machista, qué son las violencias que suceden cuando servidores públicos cometen violencias hacia las mujeres.
¿Vivir en un país violento era la entrada al feminismo?
El activismo empezó cuando empecé a sentir el cuerpo incómodo, cuando algo ya no empezaba a cuadrar, cuando la normalidad empezó a incomodar demasiado y eso fue gracias a que otras amigas empezaron a descubrir textos y prácticas que estaban relacionadas al feminismo. Hay un feminismo que nos llegó desde la academia, pero también hay un feminismo que se experimentó en el cuerpo, que fue más fácil entenderlo porque reconocías todas las violencias y mirabas retrospectivamente, empezabas a nombrar muchas cosas a las que no les habían puesto nombre pero que habían pasado desde niña.
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¿El arte se volvió un vehículo para tu feminismo?
¿Tu generación se hizo feminista a partir de las lecturas?
Más bien fue a partir de otras mujeres que me compartieron su experiencia y qué compartían sus conocimientos sobre el feminismo, creo que fue en el reconocimiento de las violencias entre amigas donde empezamos a generar interés genuino por aprender a nombrar las cosas. Algo que es fundamental es que tenemos que dejar de llamar vida privada o vida íntima a las historias de abuso; a veces las dejábamos mucho en nuestra vida íntima, como si sólo nos hubiera pasado a nosotras, pero cuando colectivizamos esa experiencia dejamos de internalizarlas, buscamos que no les pase a otras.
“ Pienso que hay un arte que conecta con los problemas, con las crisis de vida, y hay otro arte que no; a mí me interesa el arte comunitario, que puede acuerpar otros cuerpos y dar espacio a otras voces”
¿Asumes el arte para alertar sobre la violencia?
Cuando yo pienso en arte pienso en arte político, pienso que hay un arte que conecta con los problemas, con las crisis de vida, y hay otro arte que no; a mí me interesa el arte que crea espacios seguros para quienes nunca los han tenido o no los tienen y ese arte es interseccional, comunitario, para la vía pública, para los centros penitenciarios, un arte que puede acuerpar otros cuerpos y que puede dar espacio a otras voces, voces de la periferia, siento que esa comunidad está relacionada también con la comunidad que crea colectivos porque el capitalismo nos dejó sin nada.
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¿Ves avance, futuro?
Creo que por sí solo el feminismo no va a solucionar nada, el feminismo no es suficiente, el feminismo tiene que trabajar con otras formas de vida y de pensamiento sobre las que está sustentada la vida. Está el proyecto ¡No me cuidan!, en el que estamos trabajando feministas de diferentes colectivas, estamos convocándonos y buscando a mujeres de todos los estados para capacitarnos sobre violencia institucional machista, que son las violencias que suceden cuando servidores públicos cometen violencias hacia las personas o hacia las mujeres, cuando dejan de hacer algo, puede ser por omisión —cuando dejan de atender casos o dejan que ciertos delitos pasen—, o por ejecución, que es la violencia policiaca; también es para crecer como comunidad y contrarrestar estos delitos sexuales cometidos por quienes deberían cuidarnos.
¿El arte urbano puede contra esas violencias?
Para mí el arte consiste en crear estos espacios seguros para quienes no los tienen, ha sido mezclar activismo para mejorar políticas públicas y también hacer mensajes en la vía pública para que gente de a pie pueda leerlos. Hasta ahora he recibido mensajes de mujeres que se han sentido acuerpadas, acompañadas en diferentes lugares de la periferia de la Ciudad de México, que es donde me interesa más trabajar, y también he recibido mensajes de mujeres que de repente se sintieron ofendidas porque sienten que yo estoy culpando a las mujeres y yo les digo: “No, jamás voy a culpar a las mujeres, lo que yo digo es que si tú le enseñas a una niña a defenderse en contra del abuso sexual, podemos cambiar vidas”. Me encantan los museos, los amo y los visito, pero para mí no hay allí el mismo diálogo que yo necesito; el diálogo que yo necesito no es un diálogo estético, es un diálogo con la sustentación de la vida.
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