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De acuerdo con estudios paleontológicos, los reptiles marinos prehistóricos y los dinosaurios fueron contemporáneos.
Los reptiles aparecieron en el Pérmico (hace unos 300 millones de años), pero su momento de mayor diversidad y distribución geográfica fue durante el Mesozoico (de 250 a 65 millones de años).
En todo el mundo, desde el archipiélago noruego de Svalbard hasta la Antártida, se han encontrado fósiles de ictiosaurios, plesiosaurios, mosasaurios, cocodrilos marinos y tortugas, entre otros.
Algunos puntos del planeta son clave para entender la gran distribución global que muchos reptiles marinos prehistóricos alcanzaron durante su paso por la Tierra, y uno de esos puntos es México.
En el norte del país se han descubierto fósiles de reptiles marinos prehistóricos y dinosaurios en canteras muy cercanas. La mayoría son del Jurásico y el Cretácico.
Durante el Jurásico, la mayor parte del territorio mexicano (Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz, Oaxaca...) estaba cubierta por mares de mediana profundidad.
“¿Acaso se habían adaptado para vivir simultáneamente en ambos ambientes? Estudios geológicos indican que no. Fósiles de reptiles marinos prehistóricos y de dinosaurios se han hallado en rocas contemporáneas, pero de ambientes distintos”, afirma Jair Barrientos Lara, paleontólogo del Instituto de Geología de la UNAM.
Desiertos que fueron mares
Hace unos 200 millones de años, el supercontinente Pangea comenzó a fragmentarse en dos subcontinentes: al norte, Laurasia (todo lo que ahora es Norteamérica y Europa); y al sur, Gondwana (África, Australia y sur de Sudamérica).
La fractura de Pangea fue lenta y dio como resultado la formación del mar de Tetis, un antiguo cuerpo de agua que se ubicaba entre Laurasia y Gondwana. Justamente, el último punto de contacto entre estos subcontinentes estuvo en lo que ahora conocemos como México (era una porción de tierra y otra marina).
Ahí, en rocas contemporáneas, pero de ambientes distintos, se han colectado fósiles de reptiles marinos prehistóricos y de dinosaurios. En algunas zonas de Coahuila, por ejemplo, hay rocas marinas; y en otras localidades de ese estado, rocas terrestres de aproximadamente la misma edad.
Parentescos
Los biólogos organizan a los seres vivos —y en particular las especies— en función de su historia evolutiva y de este modo construyen algo así como un árbol genealógico. Los humanos somos primates porque estamos emparentados con los monos, gorilas y chimpancés. Los dinosaurios están emparentados con los cocodrilos.
Hay diversos grupos y linajes de reptiles marinos prehistóricos. Los mosasaurios, que están emparentados con los varanos o serpientes, se parecen a los lagartos y las lagartijas. Por las aperturas y otros elementos en la estructura de su cráneo, los talatosuquios se parecen a los cocodrilos. Otros organismos no tienen representantes actuales, como los ictiosaurios y los plesiosaurios.
Nuevo género de ictiosaurio
En comparación con los reptiles marinos prehistóricos de Europa y Sudamérica, la mayoría de los que se han encontrado en México tiene anatomías distintas, según estudios de Barrientos Lara.
“En México, los primeros fragmentos mesozoicos se descubrieron en el siglo XIX. Entre las décadas de los años 80 y 90 del siglo XX se colectaron organismos más completos”, dice.
Precisamente en la década de los 80, investigadores del Instituto de Geología de la UNAM hallaron un ejemplar que hace poco fue identificado como un nuevo género de ictiosaurio. Barrientos Lara lo llamó Acuetzpalin carranzai, que significa “lagarto acuático de Carranza”, en honor al doctor Óscar Carranza Castañeda, paleontólogo que encabezó dicho proyecto.
Como parte de su doctorado en Ciencias Biológicas, Barrientos Lara detectó diversas modificaciones anatómicas en este ejemplar. La forma de su aleta es distinta, en comparación con la de los ictiosaurios europeos. También ha hallado en otros ejemplares una apertura diferente en la nariz, variante morfológica para poder respirar y expulsar el exceso de sal.
“Hoy en día, iguanas marinas de las Islas Galápagos cuentan con una glándula nasal en la que acumulan sal, que luego, paradas en las rocas, escupen, pues en exceso es perjudicial.”
Al igual que muchos organismos marinos actuales, los prehistóricos presentaban esta modificación morfológica. Una hipótesis es que reptiles del Mesozoico tenían esa glándula en la nariz para poder vivir en los mares.
Tesis
Corroborar esta hipótesis es uno de los objetivos de la tesis de Barrientos Lara, titulada Los oph-
thamosaurios de México. Trata de identificar el género y las especies, y su evolución con respecto a otros grupos de reptiles marinos prehistóricos mexicanos.
El paleontólogo trabaja en la descripción de ictiosaurios de todo México, resguardados en el Museo del Desierto de Coahuila, y de ejemplares de Durango y Oaxaca, específicamente, resguardados en la Colección Nacional de Paleontología, en la UNAM.
“Son reptiles que parecen peces, pero no lo son. Sus extremidades tienen forma de aleta. La cola también es como una aleta con dos lóbulos, parecida a la de los tiburones. El cráneo es alargado y puntiagudo. Ya tengo más o menos identificadas algunas especies nuevas.”
Evolutivamente, los ictiosaurios se dividen en dos grandes subfamilias: la de los ophthalmosaurineos (pequeños, con el cráneo delgado) y la de los platypteryginios (más grandes y robustos, con el cráneo alargado). En México se han descubierto ejemplares de ambas subfamilias.
“Los ictiosaurios de México tienen diferencias anatómicas, como una aleta encima que no habíamos visto antes”, apunta Barrientos Lara.
Algunos fósiles de ictiosaurios mexicanos están aportando nueva información sobre las formas de adaptación marina que desarrollaron los grupos de reptiles en nuestro país, sobre la manera en que evolucionaron y sobre su biología.
“Esta información, asimismo, nos ayuda a comprender la distribución global de los reptiles marinos prehistóricos, porque hay evidencia de ellos también en Siberia, India, Australia, Canadá, Estados Unidos y Argentina”, finaliza el paleontólogo universitario.